Sí. Este sábado, en Bayona. Ofreciéndola como símbolo de la rendición de ETA. La Beretta calibre 22 Long Rifle, con silenciador incluido, con la que el insaciable asesino mató, entre otros, a Miguel Ángel Blanco en 1997. Y así hasta medio centenar de muertes, cometidas por acción directa o como jefe de los comandos etarras durante unos años. El escenario no podía ser más adecuado. El momento histórico, también. El protagonista, no digamos.
Fue a escasos kilómetros de Bayona donde Francisco Javier García Gaztelu quedó detenido cuando se tomaba el aperitivito del mediodía. ¡Y a vivir que son dos días! Que se lo pregunten, si no, a sus víctimas. Contemplaba Txapote el ir y venir del embravecido mar Cantábrico mientras aprovechaba unos rayos de sol impropios de aquel 23 de febrero de 2001. Todo esto sucedía cuando cuatro policías franceses se le echaron encima. ¡Con lo que estaba disfrutando!
Precisamente, este sábado en Bayona, a pocos meses del 20 aniversario del asesinato de Blanco, se ha vivido un momento que podría haber sido histórico: el primer paso para la disolución formal de ETA con la entrega de un pendrive con la localización de ocho zulos, con 120 armas y 3.000 kilos de explosivos.
¿Acaso no habría sido más creíble que en vez de Ram Manikkalingam, el líder de la Comisión de Verificación, protagonista de la teórica rendición, hubiera sido Txapote? Manikkalingam, nacido en Sri Lanka, es un profesor de Ciencias Políticas de Ámsterdan, cuando de lo que este sábado se estaba hablando no era, en puridad, de política sino del adiós a las armas de un grupo terrorista que en 50 años mató a más de 800 personas, hirió y mutiló en cuerpo y alma a miles, y provocó el éxodo de cerca de 200.000 vascos huyendo así de la violencia. En el acto de ayer, pues, no se necesitaba un profesor de Ciencias Políticas sino un “catedrático” en asesinatos como Txapote para podernos creer que ETA aceptaba así su derrota y admitía públicamente el dolor inconmensurable causado con su totalitarismo asesino.
Para poder tomarnos en serio el acto; el escenario y los protagonistas deberían haber sido otros: en España y en presencia del Gobierno de la nación, asistido por el de Vitoria
Para tal caso, sí habría estado justificada la concesión de un permiso por horas para Txapote: para salir de la cárcel como planteó debido a la enfermedad de su padre. La presencia ayer de García Gaztelu en Bayona era, ya lo sé, legalmente imposible, tanto como lo es categorizar el simulacro de este sábado como un acuerdo para la paz definitiva.
Para poder tomarnos en serio el susodicho acto, el escenario y los protagonistas deberían haber sido otros: en España y en presencia del Gobierno de la nación, asistido por el de Vitoria. Con la dirección de ETA –presos o no presos-, entregando el pendrive. Y, además, con la lectura de un comunicado pidiendo perdón por los asesinatos cometidos. Sin capucha, claro. Y arropados, de acuerdo, por los radicales abertzales que durante tantos años les han dado cobertura política. Y luego, los criminales que tengan pendiente penas, al trullo.
Entonces, sí cabría hablar de La Rendición de Bayona. Estaríamos a falta de que un Velázquez inmortalizara el momento como hizo con La Rendición de Breda a principios del siglo XVII. Este famoso cuadro, también llamado de Las Lanzas, representa la capitulación de la ciudad holandesa ante las tropas españolas. De un lado, Justino de Nassau (bastardo de Guillermo de Orange) y de otro, Ambrosio de Spínola, el general de Felipe IV. El primero entrega al segundo las llaves de la ciudad en señal de una rendición que, etimológicamente, significa darse por rendido como primer paso hacia el proceso de paz.
Bayona es una ciudad histórica y el acto de este sábado puede llegar a pasar a la Historia como un día importante. Pero aún queda camino por andar. Sería imperdonable que, después de matar, como mataron, ahora los mismos reescriban a su favor la matanza y queden como héroes ante sus hijos.
En Bayona también abdicaron Carlos IV y su hijo Fernando VII en favor de Napoleón. Aquél fue un acto miserable con los dos borbones transfiriendo la legitimidad de un país a otro país. Bayona, pues, es una ciudad cargada de historias. Hay que mirar escrupulosamente lo sucedido allí.
¿OTRO DÍA HISTÓRICO?
Sí. Este sí que fue un día histórico y positivo. Hace 40 años, el 9 de abril de 1977, era legalizado el PCE. Ese día acabó definitivamente la Guerra Civil española iniciada en 1936. Hubo dos personajes decisivos: Adolfo Suárez y Santiago Carrillo. Y un espectador, activo y necesario: Juan Carlos I. Curiosamente, aquel 9 de abril, cuando el presidente del Gobierno firmó la legalización del Partido Comunista, el Rey estaba en París. Por si acaso. Obviamente, Suárez no habría tomado esta decisión sin el consentimiento de Juan Carlos I, pero el Jefe de las Fuerzas Armadas siempre podía aducir ante la tropa que él estaba fuera, borboneando. A saber con quién.
Es una pena que Cuéntame haya derivado en un lío de camas, tetas y cuernos en vez de contar bien aquellos días que muchos vivimos peligrosamente. Un año después de la legalización, en 1978, un joven estudiante de periodismo hacía, a la vez, la mili. Como ayudante de un coronel de la Capitanía General de Madrid, le acompañó a unos ejercicios militares en Mota del Cuervo (Cuenca). Mientras esperaba en la puerta de una roulotte, por si el jefe mandaba algo, escuchó gritos sin susurros de esta guisa:
-“Esto que estamos viviendo en España, con ETA matando y el Gobierno chuleándonos, nos pasa porque los militares de ahora somos una pandilla de maricones. Si no fueramos unos gallinas, habríamos puesto los cojones encima de la mesa y habríamos dado una hostia al tablero. Tendríamos que haberlo hecho al enterarnos de la legalización del PCE. Y a la mierda. Pero nos faltaron huevos”.
Suárez se la jugó y a punto estuvo Carrillo de que le metieran, como mínimo, su cigarro por el culo
Las frases exaltadas se entremezclaban unas con otras. El coronel en cuestión, una persona de talante moderado, debió de mantenerse en silencio porque el alevín de periodista no identificó su voz. Tres años después, se produjo el golpe del 23-F. En 1986, fue nombrado presidente del Consejo Superior de Justicia Militar. Y, a continuación, capitán general de Madrid. En la roulotte estaba, también, un militar de mayor graduación, que años después precedió a Eloy Rovira como presidente del Consejo Supremo Justicia Militar durante el juicio por el 23-F.
Suárez se la jugó y a punto estuvo Carrillo de que le metieran, como mínimo, su cigarro por el culo. Él tenía asumido que podían matarlo. Por eso, el mismo periodista de la roulotte, yo, vio cómo la noche del 15 de junio de 1977, en que se celebraron las primeras elecciones democráticas en España, se puso la chaqueta para abrir la puerta de la sede del PCE, situada en la calle Castelló, en pleno corazón del facherío del barrio de Salamanca. Como los periodistas no nos atrevíamos a salir porque afuera, supuestamente, esperaban pistoleros de Fuerza Nueva con el gatillo engrasado, el líder comunista se arregló, por si había llegado su hora, desatrancó la puerta, sirvió de parapeto por si se escapaba alguna bala y dejó el paso expedito a los intrépidos informadores.
Son historias de otro tiempo que hoy conviene recordar. De cuando por vivir en democracia merecía la pena correr riesgos. Hoy el mayor riesgo que todos corremos es morir intoxicados de corrupción.
¿SAN MANUELA BUENA, MÁRTIR?
No. O quizás sí. Manuela Carmena, con sus últimos episodios, recuerda al cura de Miguel de Unamuno en San Manuel Bueno, mártir. El sacerdote ha perdido la fe pero prefiere no confesarlo, para que el pueblo viva en su ilusa creencia. La alcaldesa de Madrid seguramente ha dejado de creer en Podemos y en Ganemos, si es que alguna vez compartió espiritualidad con la iglesia de Iglesias y Monedero. Y ahí sigue al frente de la capital, hasta que el cuerpo de Manuela aguante.