Nunca unas elecciones presidenciales en Francia se habían presentado tan abiertas y, a la vez, con tanta relevancia histórica. Los franceses no sólo han elegido a un presidente de la República, también han evaluado la vigencia de un marco constitucional que Charles De Gaulle instauró hace seis décadas. Un sistema basado en la alternancia entre conservadores y socialistas que ya en el 2002 tuvo su primer conato de crisis cuando el ultraderechista Jean Marie le Pen se coló en la segunda vuelta para disputar la Presidencia de la República a Jacques Chirac.
Ahora, quince años después, se piensa que el sistema pierde validez, cuando por primera vez en su historia han quedado apeados de la segunda vuelta las dos grandes coaliciones que han dominado la escena política francesa, dando paso a dos candidatos alternativos. La crisis de los partidos tradicionales no es un hecho aislado y viene repitiéndose, en mayor o menor medida, en la mayoría de las citas electorales celebradas en Europa. Los ciudadanos, desencantados con la vieja política, están depositando sus esperanzas en nuevas formaciones emergentes.
No por casualidad, políticos como Pablo Iglesias y Albert Rivera han querido tener protagonismo en los comicios franceses, porque en estas elecciones también se jugaban sus propios intereses. El primero apostó por Jean-Luc Mélenchon, mientras que el segundo lo hizo por Emmanuel Macron.
Rivera y Macron representan esa savia nueva que buena parte de la ciudadanía viene reclamando en la clase política
No olvidemos que cuando Francia Insumisa se creó en 2016 se miró en el espejo de Podemos para emular su éxito en España. Por no decir que comparten y defienden aspectos esenciales como la lucha contra la austeridad o el giro a la izquierda de la Unión Europea. El problema es que, pese a los buenos resultados, Mélenchon no ha pasado a la segunda vuelta y, por tanto, la formación morada no ha podido utilizar su éxito en España.
Por su parte, Albert Rivera se ha querido subir al carro del triunfador de estas elecciones, Emmanuel Macron, defendiendo para ello su afinidad política e ideológica. La sintonía entre ambas formaciones ha sido tal, que Ciudadanos cedió su sede en Madrid a los simpatizantes de ¡En Marcha! Y todo porque Rivera quiere aprovechar la ocasión para impulsar y reforzar su liderazgo al amparo de dicho triunfo, y presentarse, al igual que su homólogo francés, como el candidato liberal y moderno que combate con firmeza el populismo y el proteccionismo en un momento en el que el eje izquierda-derecha parece diluirse.
A su favor, Rivera y Macron tienen el representar esa savia nueva que buena parte de la ciudadanía viene reclamando con insistencia en la clase política. Ambos ocupan el mismo espacio político y han comenzado ya a tejer una alianza estratégica de fuerzas de centro reformista en el sur de Europa.
En su contra, los dos están respaldados por un sistema económico cuestionado por muchos ciudadanos, pues lo culpan de sus males, y gozan de escaso predicamento en el mundo rural, lo que agrava la fractura entre la ciudad y una periferia que ha sido fuertemente golpeada por la crisis y que ve cómo se muere su estilo de vida.
PP y PSOE quieren identificar la victoria de Macron con el triunfo del continuismo reformista frente a los populismos
El hecho de que el nuevo presidente de la República tenga que ejercer labores de gobierno antes de que se puedan llevar a cabo unas nuevas elecciones generales en España puede influir en el devenir del partido de Rivera. Si a partir de ahora las noticias que nos llegan de la gestión de Macron son positivas, Ciudadanos podrá rentabilizar estos resultados, pero podría ocurrir a la inversa.
Macron necesita obtener ahora unos buenos resultados en las elecciones legislativas de junio, cosa que no le resultará fácil, pues no tiene un partido fuerte detrás y sólo cuenta con un mes para afrontar los comicios. No es descabellado, con este panorama, que Macron se vea sometido a una cohabitación que, tarde o temprano, termine desgastando y desvaneciendo una buena parte de sus medidas políticas, circunstancia que no favorecería en nada los intereses de Rivera.
La participación del resto de partidos españoles en las elecciones francesas se ha limitado, prácticamente, a hacer un llamamiento al voto contra la ultraderechista Marine Le Pen. Socialistas y populares han querido obviar que sus hermanos franceses han fracasado rotundamente, y de esta manera, evitar un nuevo debate que venga a poner de manifesto el desencanto de la ciudadanía con las formaciones políticas tradicionales. Además, tanto el PP como el PSOE quieren aprovechar la victoria de Macron para identificar su triunfo con el de un tipo de política que hace frente a los populismos emergentes en Europa: el triunfo del continuismo reformista frente al rupturismo.
*** Gema Sánchez Medero es profesora de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid.