Sí. Empecemos por lo último, por el PBB. Una semana más, el PP, en vez de Popular ha sido el impopular PBB: el Partido de la caja B y del Bochorno, el PBB. Aunque la B también podría ser de Borrachera (por el dinero ilícito obtenido por dirigentes del partido en cientos de robos y chanchullos). O B de Bandido (por la actuación de tantos cargos, ahora ex). O de Benceno (porque tales actuaciones remueven los cimientos de la ejemplaridad sobre la que se asienta la democracia). O de Boñiga (porque es lo que deponen los susodichos con sus actividades ¿pasadas?)... Cualquier B negativa menos la B de Burgués, que es lo que, al fin y al cabo, debería ser un partido liberal como el PP; convencido y practicante de valores como la libertad, el progreso y la igualdad de oportunidades.

Este folletín de indecencia relacionado con actuaciones de antiguos dirigentes del Partido Popular, del PBB, resulta insufrible para el ciudadano medio. Engullidos como estamos por el agujero negro de la bajeza moral de Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid y del PP de Madrid – granero de votos y de dinero B del partido durante años-, no reparamos estos días en otras revelaciones de la misma índole.

Ha pasado desapercibida una, significativa y sintomática: la declaración de Esteban Cuesta, ex alto cargo del PP de Valencia y gerente de la sociedad pública que depuraba el agua de Valencia y de 30 municipios más. Cuesta concluyó así su declaración ante el tribunal: “Se nos fue la mano y cogimos hasta el codo. Yo hacía cuatro partes y repartía las otras tres”. Emarsa, la empresa Metropolitana de Aguas residuales, la segunda más importante de España, dejó un agujero de 23 millones.

Cuesta, que actuaba como representante de la “querida” –en palabras de Rajoy- alcaldesa Rita, explicó de dónde obtenían los ladrones este beneficio: del lodo. La depuración de las aguas generaba un lodo y en vez de cobrar 18 euros por la eliminación de cada tonelada se inflaba esa cantidad hasta los 42 euros.

De las aguas de la transición democrática en España vienen estos lodos. Y de estos lodos, los populismos. En Francia se han manifestado por la derecha a través del Frente Nacional y en nuestro país, por la izquierda, vía Podemos.

¿Puede el beneficiario del lodo limpiar la suciedad? Judicialmente, el PP de Mariano Rajoy. La pregunta, capciosa tal y como está formulada, ha tenido respuesta en el país vecino con la victoria de Emmanuel Macron, aparentemente la versión francesa de Albert Rivera en España.

Emmanuel Macron. Reuters

Hace unos días El País publicaba una entrevista con el pensador Alain Minc, que ayuda a conocer de manera decisiva quién es el nuevo presidente de la República Francesa. De entre todos los entrecomillados posibles, hay unos cuantos especialmente reveladores:

-“Macron es producto de las élites, pero los que le han votado no son las élites”.

-“Tiene lo que Napoleón quería de sus generales, talento y suerte”.

-“Es visceralmente europeo y de manera natural, como la generación Erasmus. Para él Europa, como para De Gaulle, es la palanca de Arquímedes para Francia..."

Alain Minc conoció hace quince años al político francés, cuando este tenía sólo 24 años. Al preguntarle qué creía que sería dentro de 30 años, contestó: “Presidente de la República”. Le han sobrado, pues, 15 años. Veinticinco son los que se lleva, por cierto, con su esposa Brigitte.

Pero, de entre todas, la definición más crucial de Minc sobre el milagro de Macron es la siguiente: “Ha inventado el populismo mainstream. Hasta ahora, el populismo siempre era la expresión de un extremismo”. Es decir, el populismo social tranquilo, de la mayoría, el cambio de la normalidad. Macron encarna, en opinión de Jean-Marie Colombani, ex director de Le Monde, “el viejo sueño centrista”.

Aunque cada país tiene su música, como vimos anoche en Eurovisión –es duro admitir que desde Massiel nos hemos quedado secos-, lo más parecido que tenemos a Macron es Albert Rivera, el líder de Ciudadanos. Rivera es importante en el panorama político español no por tener 32 diputados en el Congreso y decenas de miles de concejales en los ayuntamientos. O por ser el líder de la segunda fuerza política en Cataluña. De su importancia nos damos cuenta si imaginamos cómo sería la España política si no existieran él y su partido. Estaríamos sin alternativa: en manos de Rajoy, Pablo Iglesias, Susana Díaz o Pedro Sánchez...

Por tanto, aunque fuera como mal menor, si Albert Rivera no existiera habría que inventárselo. ¿Pero puede llegar a ser Rivera Macron? Minc no lo cree: “Rivera no es Macron. No tiene su talento personal. Y eso cuenta. En política es decisivo”. Y recordaba “los bellos años de Felipe González”.

Albert Rivera. Moeh Atitar

Trasladado a la política española, Macron es una extraordinaria combinación de Adolfo Suárez y de Felipe González, pragmáticamente populistas ambos y, muy importante, dos grandes actores; como el político francés. Albert Rivera tiene tiempo para ensayar –es, con 37, dos años más joven que Macron-, es esforzado y disciplinado, como buen nadador de braza, y no le falta voluntad de servicio.

Su gran hándicap es que, sin haber alcanzado el poder, tiene pasado debido a sus pactos con el PP y el PSOE. Dos partidos que dentro de esta ola de populismo representan el sistema a cambiar. Por el contrario, Macron no es percibido por los franceses ni de derechas ni de izquierdas, pese a haber sido ministro del socialista Hollande durante dos años.

Lo que nunca conseguirá tener Rivera, por más que se esfuerce en copiar a su correligionario francés, es una consejera como Brigitte: esposa, amante, profesora y 'madre' a la vez. Capaz de ordenarle ante las cámaras “deja de comer chocolate porque no es bueno para ti”, como se vio en un documental emitido en Francia. Es evidente que, en este caso, detrás de un gran hombre sí hay una experimentada mujer. Bea, la discreta pareja de Rivera, tan joven como él, tendrá que aprender rápido.

¿LA SEMANA DE LOS MUERTOS VIVIENTES?

Sí. He tenido esa sensación. Por ejemplo el lunes, cuando asistía a la toma de posesión del nuevo teniente fiscal de la Audiencia Nacional, Miguel Ángel Carballo, el fiscal que defendió la memoria de Miguel Ángel Blanco en el juicio del etarra Txapote. En mi libro El hijo de todos, Carballo, profesional honrado y sensible, contaba cómo notó el espíritu de Blanco en el juicio celebrado en 2006, animándole para que, al fin, se hiciera justicia.

Franco ha muerto, dijo Arias Navarro, pero ha estado vivo en el Congreso de los Diputados, que esta semana ha aprobado, de manera no vinculante para el Gobierno, la exhumación del Valle de los Caídos. El dictador no merece tanta grandeza monumental, salvo que aquello se transforme verdaderamente en un monumento de la reconciliación y no del poder de unos muertos sobre otros.

Y finalmente, hoy está presente en mi ánimo un periodista casi olvidado: Julián Lago. Tal día como hoy de 2009 era atropellado, ¿y asesinado?, en un pueblo perdido de Paraguay. Lago, cuya imagen quedó lastrada por La máquina de la Verdad, creía en la obligación moral de Perseo de cortar la cabeza a Medusa. Medusa hoy es la corrupción y los periodistas debemos ser el espejo que muestre sus desmanes. La información debe servir a la sociedad para denunciarla y no caer bajo los hechizos de la malvada diosa. En eso seguimos.

La máquina de la verdad disparó la popularidad del periodista Julián Lago.