Pedro Sánchez y el culto al líder en el PSOE
El autor analiza la santificación de los secretarios generales socialistas y plantea el reto de Sánchez de acabar con ese modelo organizativo para garantizarse su mandato.
La insistencia de Pedro Sánchez en que empieza un “nuevo PSOE” anuncia lo imprescindible en su proyecto: la liquidación de la estructura socialista tradicional y de sus defensores, y la construcción de otra fiel a su persona y proyecto. El modelo basado en el culto al líder y en el sistema piramidal plebiscitario que pretende Sánchez requiere una refundación. En la historia del socialismo español no es la primera vez que ocurre.
El PSOE nació ligado a Pablo Iglesias Posse. Su santificación se produjo desde el primer momento. El motivo es que el socialismo se plantea como una religión laica, fundada en la fe en la llegada del paraíso igualitario de la justicia social. La superioridad moral y el cientificismo adornan los postulados socialistas que, lógicamente, requieren del culto al líder convertido en “santo laico”, tal y como definió Ortega y Gasset a Pablo Iglesias en 1910.
El socialismo quedó ligado a Iglesias, quien organizó y dio el programa al PSOE y a la UGT. Iglesias se opuso a participar en las elecciones, como propuso Jaime Vera, al que orilló por ello, hasta que se lo impuso la Segunda Internacional en 1891. Ordenó al PSOE que tomara los comicios como una forma de hacer propaganda y de agitación, pero haciendo ver a los trabajadores que su emancipación llegaría a través de la revolución. Del mismo modo, escribió las instrucciones para regular las condiciones en las que los afiliados a la UGT podían hacer huelga.
El modelo de Iglesias resistió a los terceristas que querían la adhesión a la Internacional de Lenin
El vínculo a su persona era tan fuerte que ni siquiera la enfermedad que le incapacitó desde 1911 le apartó de una dirección que no abandonó hasta su muerte, en 1925. En ese tiempo, Largo Caballero y Julián Besteiro ejercieron el mando en la UGT y el PSOE en su nombre.
El modelo de Iglesias resistió a los “terceristas” que querían la adhesión (y sumisión) a la Internacional de Lenin, quienes, tras varias rupturas, acabaron fundando el PCE. También resistió la dictadura de Primo de Rivera; de hecho, Besteiro y Largo Caballero colaboraron con el dictador. La posición ventajosa en ese tiempo, la estrategia adoptada desde 1929 de derribar la Monarquía y su éxito en abril del 31, mantuvieron unida a la dirección.
En el verano de 1933, Largo Caballero rompió con los republicanos de izquierdas, provocando una crisis de gobierno que acabó con unas elecciones, en diciembre de ese año, en las que ganó la CEDA. Tras el fracaso de la revolución de octubre del 34, Indalecio Prieto, con Besteiro escondido, propuso volver a la unión con los de Azaña y compañía. Para entonces, Largo Caballero ya se había hecho con el PSOE y la UGT, y había anclado el discurso socialista al guerracivilismo y a la revolución social. Prieto y Besteiro, los moderados, quedaron arrinconados, mientras los caballeristas marcaban la política frentepopulista bolchevizada del partido. El resultado es conocido: Largo Caballero impidió que Prieto formara gobierno en febrero de 1936, y lo asumió él meses después para hacer la revolución. Luego, en 1939, vino el golpe de Estado de Casado en Madrid, apoyado por Besteiro, contra el socialista Negrín.
Para acabar con Guerra, los de González hicieron el tercer gran cambio del PSOE: una estructura basada en barones
El PSOE de Suresnes, cuarenta años después, se construyó de nuevo sobre el culto al líder, un modelo piramidal y centralizado, y una estructura territorial adaptada al Estado de las Autonomías. Felipe González se convirtió en el nuevo “santo laico” del PSOE, incluso se recuperó la iconografía relacionada con Pablo Iglesias, y se vinculó el presente y el futuro de la organización a su liderazgo. La prueba es que eliminó el marxismo en el Congreso de 1979 poniendo a disposición su cargo si así no se hacía.
Alfonso Guerra, el segundo al mando, se ocupó del partido y llenó la estructura con sus fieles. Esto provocó que en la década de 1990 estallaran choques entre los guerristas –que contaban con la militancia-, el clan de Chamartín y los renovadores. Para acabar con los de Guerra, González decidió entonces el tercer gran cambio en el modelo del PSOE: el establecimiento de una estructura basada en el mando de los dirigentes territoriales, los barones, en una especie de dirección colegiada bajo el mando del que había designado como sucesor: Joaquín Almunia.
Esa nueva estructura resistió el fracaso de las primarias que Borrell ganó al candidato felipista apelando a las bases contra “la casta” del partido. El ganador no aguantó la presión de los medios afines a González, como El País, y dimitió.
La estructura felipista apoyó a Susana Díaz como la postrera oportunidad de conservar el modelo descentralizado
Sin embargo, la primera debilidad del modelo de los barones se mostró en el XXXV Congreso, en el año 2000, donde no supieron sacar adelante a uno de los suyos: José Bono. La victoria de Zapatero, en parte gracias a los guerristas, fue por la mínima: 414 votos a 405. ZP era un socialista casi anónimo, que lideraba un grupo llamado “Nueva Vía”, junto a personas que hoy ya no figuran en la primera línea del partido, como Caldera, Trinidad Jiménez, Jordi Sevilla, López Aguilar, o José Blanco.
El zapaterismo no cambió la estructura del partido, ni creó cuadros medios que perduren, pero dejó un poso ideológico que, en buena medida, ha sumido al PSOE en la crisis de identidad y electoral que sufre. De hecho, la crisis en la baronía andaluza, ahogada en la corrupción, puso al frente de la mayor federación del PSOE a Susana Díaz, quien decidió dar el poder a Pedro Sánchez en 2014.
Sánchez comenzó a cambiar direcciones territoriales por gestoras, e imprimió una nueva política en el PSOE: convertirse en bastón de su competidor a la izquierda, Podemos. El golpe que le defenestró en octubre de 2016, tras dos fracasos electorales consecutivos, y sumir al socialismo español en la mayor crisis de su historia desde 1977, fue la última muestra de fuerza de la estructura de los barones que creó González.
La estructura felipista apoyó a Susana Díaz como la postrera oportunidad de conservar el modelo descentralizado y colegiado creado en los noventa. La victoria de Sánchez necesitará acabar con esa organización, y crear una nueva, con personas leales y obedientes, capaces de someterse a los vaivenes de un proyecto personal.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid y coautor del libro 'Contra la socialdemocracia. Una defensa de la libertad' (Deusto, 2017).