Como parte de un imperio que ha creído tener más poder del que en realidad ha tenido en la mayor parte de su historia, hay británicos a los que les cuesta encontrar héroes fuera de sus fronteras. Si le preguntas al estudiante medio anglosajón de primaria sobre los héroes icónicos que conoce, probablemente te mencionará dos reinas de la guerra –Boadicea y Elizabeth I– y dos primer ministros guerreros –Winston Churchill y Margaret Thatcher– entre una variedad de referentes militares, desde Wellington y Nelson hasta Montgomery y James Bond.
Si hablamos de seres mortales salen exploradores, soldados rasos, policías y médicos, todos considerados los mejores del mundo, aunque cuando llegamos al Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés) la cuestión se complica, ya que hay muchos empleados externos sin los cuales el NHS colapsaría.
En una historia parcial del Reino Unido los extranjeros, con los españoles a la cabeza, han estado en el punto de mira debido a un prejuicio cultural. Han sido más ridiculizados que admirados por su presunta incompetencia y pobre dominio de la lengua inglesa. Así se caracterizó a Manuel, el camarero español en la popular comedia Fawlty Towers y así también ha quedado de manifiesto recientemente con el ataque visceral y casi racista del Daily Mail a Álex Cruz, el presidente español de British Airways, tras el colapso del sistema de la aerolínea.
Por el contrario, los héroes españoles que han recibido los aplausos británicos en la era moderna han sido algunos futbolistas y Rafa Nadal, no simples mortales.
Es por ello que el caso de Ignacio Echeverría, de 39 años, es digno de reflexión. Era un español que vivía y trabajaba en Reino Unido como ciudadano europeo, es decir, como parte de esa diáspora que ha contribuido a mejorar la vibración económica, cultural y social de Londres. Trabajaba como abogado para un gran banco, cuando no disfrutaba sobre su querido monopatín de la libertad de la ciudad de todas las razas y creencias.
Echeverría estaba con sus amigos en el famoso mercado de Borough, cerca del Puente de Londres, donde los pubs y fish and chips comparten espacio con bares de tapas y pastelerías francesas, cafés de Oriente Medio y restaurantes asiáticos, y donde visitantes y trabajadores locales, incluidos mis compañeros del Financial Times –el periódico más internacional del mundo– compran comida y comparten conversaciones sobre asuntos de todo el mundo.
Era la noche del sábado y el mercado estaba lleno de londinenses disfrutando del fin de semana cuando Echeverría vio cómo asaltaban a una mujer a golpe de cuchillo y, sin dudarlo, fue a defenderla, golpeando a su asaltante con su monopatín. Al hacerlo, Echeverría fue acuchillado fatídicamente, convirtiéndose en una de las ocho víctimas mortales del ataque terrorista, que también dejó docenas de heridos.
En medio de la investigación por el ataque no es tiempo para culpar a las autoridades británicas o a los hospitales londinenses por la tardía identificación de Echeverría. Estos son tiempos difíciles para los servicios de emergencia y seguridad, que intentan proteger vidas humanas, llevar a los responsables ante la justicia y prevenir futuros ataques de la mejor manera posible.
Nuestros corazones y oraciones van naturalmente dirigidas hacia la familia y amigos de Echeverría para honrar a este español que ya es un héroe en el alma británica, y que murió sacrificando su vida enfrentándose a la intolerancia y el terror, en defensa de una sociedad multicultural y democrática de la cual se merecía formar parte. Que descanse en paz.