El chofer de la violencia
La autora examina la situación de Venezuela, acusa a Maduro de "huir hacia delante" y concluye que su actuación deja al pueblo con la única salida de la violencia.
Comenzaba la década de los 80 y en una escuela secundaria caraqueña, en la populosa parroquia de El Valle, se suspendían con cierta frecuencia las clases. Un joven de los últimos cursos acostumbraba colocar explosivos en los baños del colegio. El explosivo era de bajo impacto, pero el susto era grande, y las clases quedaban suspendidas por un par de días, a partir del día siguiente. Justo el día en que nuestro muchachón, grande, rockero y mal estudiante, tenía examen.
Incapaz de afrontar sus problemas académicos y hacer cualquier enmienda, el chico prefería “huir hacia delante”, con tal de no permanecer en ese sitio y momento donde debía estar y que le auguraba un problema. El muchacho en cuestión se llamaba Nicolás, y la anécdota me la cuenta uno de sus compañeros de aula de por esas fechas. ¿Cuántas veces ocurrió? “Muchas”, asegura. Real o aderezada por la imaginación, el caso es que la anécdota testimonia que Maduro no ha cambiado demasiado desde entonces.
La gestión del poder de Maduro en Venezuela ha sido un progresivo proceso de tiranización de la sociedad, con la confiscación paulatina de las libertades políticas y económicas. En cada punto de inflexión vivido desde 2013, Maduro ha decidido huir hacia delante. Tras la victoria opositora en las elecciones parlamentarias de diciembre 2015 el dominio del Parlamento facultaba a la oposición a controlar las cuentas del Estado y, particularmente nuevos endeudamientos, por mandato constitucional. Esta facultad parlamentaria estrangulaba las irresponsables finanzas maduristas, y le molestaba de sobremanera.
La propuesta de Maduro fue un disfraz constitucional para construirse una Constitución a la medida
Maduro huyó entonces hacia delante, y el 28 de marzo mediante dos sentencias del máximo tribunal, bajo su control, intentó concentrar todo el poder y expropiar a la Asamblea Nacional de esa facultad. Fue ése el preludio de las vigorosas protestas nacionales.
En medio de las protestas, atizadas por dura represión, Maduro vuelve a escapar hacia delante y convoca una elección constituyente. Huir hacia adelante significa así profundizar los errores e ignorar las señales que invitan a replantear o corregir el rumbo. Es imposible convocar a un proceso Constituyente cuando se tiene al 80% del país en contra, y lo que propuso Maduro fue claramente un disfraz constitucional para fines más turbios: suprimir al Parlamento y a la incómoda fiscal Luisa Ortega, construirse una Constitución a la medida y superar así por la vía de facto la fastidiosa limitante del control de las finanzas y el endeudamiento público del Parlamento.
Una Constitución es un arreglo de convivencia pacífica, donde se identifican los puntos mínimos de consenso dentro de una sociedad. Pero la convocatoria que en Venezuela hizo Maduro a su Constituyente resultó ser todo lo contrario. Lo que logró el régimen de Nicolás Maduro con la propuesta fue invitar abiertamente al conflicto. El proceso del día 30 fue triste y solitario, un domingo de calles vacías, burócratas forzados a votar y centros de votación despoblados. Muy distinto al proceso celebrado 15 días antes por las fuerzas de la oposición que contabilizó 7,6 millones de participantes. Las cuentas de la Unidad opositora hablaban de 12% de participación y una importante firma financiera hablaba de 3,6 millones de votos.
Tras el proceso eleccionario del pasado domingo pocas puertas parecen quedarle a Nicolás Maduro
Sin embargo, y de nuevo huyendo hacia adelante, la nomenklatura gobernante anunció más de 8 millones de votantes y una participación del 40% del padrón. 48 horas después de transcurrido el proceso electoral aún no se publica en la página web el conteo detallado de cómo se habría llegado a esa cifra mágica. En paralelo, y desde Londres, unas incendiarias declaraciones de Smartmatic, la firma que ha conducido la mayoría de los procesos electorales en Venezuela habló con contundencia de la manipulación de las cifras. Podría haberse duplicado falsamente el número de participantes. Así las cosas, ese Constituyente, con plenos poderes, no hace a Maduro más fuerte. Todo lo contrario.
Con independencia del fraude electoral 40 países del mundo ya habían emitido declaraciones no reconociendo a la Asamblea Nacional Constituyente y lo que de allí saliera. En el mapa del continente americano el rechazo ha sido masivo, con sólo cuatro excepciones. Los embajadores de España, Reino Unido y Francia acompañaron a Julio Borges, el presidente del Parlamento en sus declaraciones de evaluación de la jornada. La Unión Europea, además, anunció el martes que no reconocía la Asamblea Constituyente de Maduro. Por su parte Estados Unidos además de desconocer a la Constituyente, ha incluido a Nicolás Maduro en la lista de los severamente sancionados de la llamada lista Clinton, que agrupa a los parias financieros del mundo. Sin embargo deja una puerta abierta y ha dicho el responsable del Departamento de Estado Michael Fitzpatrick: "En Venezuela hay una dictadura, pero el Gobierno de Maduro es legítimo".
Una vieja sentencia de Sun-Tzu en su célebre Manual de la Guerra advierte que siempre hay que dejar una puerta abierta por donde puedan salir los enemigos. Si esa puerta no existe, una fiera herida peleará con fiereza hasta morir, y un adversario acorralado se tirará al conflicto como única salida. Tras el proceso eleccionario del pasado domingo pocas puertas parecen quedarle a Nicolás Maduro. Una credibilidad reducida al mínimo, el incremento de los niveles de violencia y represión en las calles, y la inclusión de la figura presidencial en las sanciones de los Estados Unidos, son las tres consecuencias más visibles que le ha dejado su constituyente a Maduro.
Hasta la fecha Maduro ha aspirado a ese 100% totalitario, pero se aproxima la hora de negociación real
La negociación siempre es posible y necesaria. Debe buscarse permanentemente, se da hasta en los peores escenarios bélicos, con mucha más razón tiene que darse en el escenario político, porque es la esencia de los arreglos sin sangre. Sin embargo, para llevar a cabo una negociación se debe cumplir una condición básica, que es identificar el tamaño de lo que estás negociando y la proporción a lo que tú crees que tienes derecho, ya que, si alguno considera que tiene derecho al 100%, no hay nada que negociar. Sentarse en una mesa de negociación implica estar convencido de que hay cosas muy importantes para ti, (pero aun así) vas a tener que cederlas. Hasta la fecha Maduro ha aspirado a ese 100% totalitario, pero se aproxima la hora de una real negociación. Hay cada vez menos opciones de correr hacia delante.
La situación es más compleja de lo que usualmente se piensa: con frecuencia se analizan sólo dos actores: gobierno y oposición, pero el chavismo no es monolítico. Muerto Chávez queda un archipiélago de poderes con puentes que se relacionan, donde cada islote mantiene sus intereses particulares.
Las tensiones de una sociedad se resuelven de dos formas posibles: la electoral o la violenta. Al cerrar la válvula electoral el gobierno de Maduro ha conducido a la sociedad hacia la violencia. Y es que la violencia es el último recurso de los incompetentes, como reza una sabia sentencia de Isaac Asimov.
*** Carmen Beatriz Fernández es presidenta de la consultora DataStrategia y profesora invitada en la Universidad de Navarra.