En junio de 1917 los partidos de la oposición vieron la oportunidad de forzar al gobierno, al rey y a los partidos tradicionales a convocar Cortes constituyentes. Para dar el golpe de fuerza convocaron una Asamblea de Parlamentarios que se arrogó la legitimidad de representar la voluntad del pueblo, al objeto de oponerse a la ley y violentar las instituciones.
La convocatoria de Pablo Iglesias Turrión en nombre de Podemos, IU, En Marea y Catalunya en Comú para reunir una Asamblea parlamentaria se basa en la idea de que España atraviesa una crisis total, equiparable a la de 1917, y comparte el mismo objetivo y maneras que los antisistema de entonces. Veamos similitudes y diferencias de esta modalidad de golpe de Estado.
La crisis de 1917 y la actual
El régimen de la Restauración parecía en 1917 más débil que nunca, lo que era una oportunidad para aquellos que querían sacar el mayor rédito posible en su territorio, derribar la monarquía, o avanzar hacia la dictadura del proletariado. Es cierto que los partidos tradicionales estaban más divididos que nunca, por personalidades y proyectos políticos. La crisis económica se unió a la campaña contra la corrupción y su vínculo con la guerra de Marruecos, que empezaba a salpicar a las más altas esferas. A esto se sumó la rebelión de las Juntas Militares, dispuestas a conseguir el derecho de asociarse para defender sus intereses.
El conflicto con el Ejército hizo caer al gobierno liberal de García Prieto, quien fue sustituido por el conservador Eduardo Dato. El regeneracionismo, además, había creado un espíritu general a favor de un cambio constitucional, con la idea de que un ciclo se había acabado, y empezaba, a su entender, una nueva manera de hacer política y de entender la libertad y la democracia. En este sentido, Adolfo Posada escribió en 1917 que España vivía un tiempo en el que había que “adelantarse a los acontecimientos o sufrirlos”.
La situación actual de España no tiene parangón con la de entonces. La crisis económica remite, a pesar del discurso catastrofista del populismo socialista, y no hay tensión en el Ejército. Los sindicatos son una sombra de lo que fueron. Los partidos tradicionales están debilitados, pero no rotos, aunque uno de ellos, el PSOE de Sánchez, pregona una reforma constitucional para el establecimiento de una federación plurinacional.
Sin embargo, el golpe del Parlamento de Cataluña ha generado una crisis de confianza y seguridad que quiere ser aprovechada por los antisistema, como en 1917, para quebrar el Estado. El mecanismo es idéntico: radicalizar el discurso, visibilizar el conflicto y hablar de una legitimidad alternativa a la legal para forzar que los constitucionalistas cedan. Esto se ve favorecido por el regeneracionismo que se puso de moda desde 2014 sobre la quiebra de las instituciones, la caducidad de un marco constitucional, y de la necesidad de una nueva política.
Los convocantes de la Asamblea alternativa
La Lliga Regionalista de Catalunya, liderada por Francesc Cambó, fue la impulsora en 1917 de la Asamblea de parlamentarios. La agrupación catalanista estaba crecida por su victoria en las elecciones provinciales de marzo de 1917, que le permitían el control de la Mancomunidad. Se sentían apoyados por la burguesía, los republicanos, los socialistas y los sindicatos, y creían contar con la pasividad del Ejército y la debilidad del sistema político. Todo parecía propicio para dar un golpe de fuerza.
El gobierno conservador de Dato se negó a reunir a las Cortes y suspendió las garantías constitucionales el 25 de junio; nada que ver con el “estado de excepción” de la fantasiosa retórica podemita. Eso fue tomado como excusa para convocar la Asamblea. El 5 de julio se reunieron 19 diputados y 40 senadores catalanes de todos los partidos, y declararon que la “voluntad de Cataluña” era lograr un régimen autónomo, extensivo al resto de regiones de España. Para ello exigieron unas Cortes constituyentes que deliberasen sobre la estructura territorial del Estado. Si el Gobierno de Dato no reaccionaba, dijeron, se invitaba a todos los parlamentarios de España a una Asamblea extraoficial que asumiera el poder. Era un golpe.
El Parlamento de Cataluña ha actuado a principios de septiembre de 2017 con las mismas formas e idéntico objetivo. A esto le ha seguido el discurso independentista y podemita sobre el inmovilismo del Gobierno de Rajoy, y la convocatoria de una Asamblea parlamentaria que pretende representar al pueblo. La exigencia será la misma que en 1917: unas Cortes constituyentes que definan la organización del territorio. Ahora bien, la Lliga Regionalista era catalanista, no independentista, y no ponía en cuestión la soberanía nacional española ni la unidad de España. Esto es muy distinto de lo que reivindican hoy los golpistas de Cataluña, tanto como sus aliados podemitas, asentados en la plurinacionalidad y el “derecho de autodeterminación”.
Otra de las diferencias es que en 1917 la Lliga se disgustó por la ausencia de los representantes conservadores, los mauristas y los datistas, así como de liberales, que fueron invitados a la asamblea. La convocada por Pablo Iglesias Turrión, sin embargo, ha excluido al PP y a Ciudadanos, a los que considera constitucionalistas y por tanto excluibles del nuevo poder constituyente que tanto suena a la Venezuela chavista.
La respuesta del gobierno y del rey
Los parlamentarios catalanes, liderados por la Lliga, convocaron para el 19 de julio de 1917 una asamblea de diputados y senadores. El gobierno Dato prohibió la reunión y sacó al Ejército a las calles de Barcelona. Aun así, se reunieron en un pabellón del parque de la Ciudadela hasta 68 parlamentarios. Allí se encontraron Melquíades Álvarez –quien fue el designado por los asambleístas para formar el nuevo gobierno que surgiera del golpe-, Cambó, Giner de los Ríos, Pablo Iglesias Posse –quien, muy enfermo, tuvo que ser inmediatamente hospitalizado y operado en Barcelona-, así como Alejandro Lerroux. La asamblea aprobó por unanimidad la propuesta de republicanos, catalanistas y socialistas de que se convocaran constituyentes para reformar el Estado, y crearon comisiones legislativas. La reunión fue interrumpida por la policía y la Guardia Civil, que desalojó pacíficamente la sala.
La huelga general revolucionaria que el PSOE convocó a continuación, en agosto, lo cambió todo. Tras la frustración de la asamblea y pensando en aprovechar la crisis, los socialistas quisieron generar una situación de fuerza para derribar el régimen y proclamar la República como tránsito hacia la dictadura del proletariado. La Lliga de Cambó se dio cuenta del error de su alianza con los antisistema, y publicó un manifiesto desligándose de la huelga.
El gobierno actuó usando la fuerza para disolver la Asamblea y reprimir la revolución socialista. Esta contundencia alertó a la Lliga, que temió verse desbordada por sus aliados más radicales. Por eso Cambó prefirió seguir presionando al gobierno, pero dentro de los cauces establecidos. En ese momento, Dato abrió la mano, y la Asamblea de Parlamentarios volvió a reunirse. Esta vez fue en el propio Palacio del Congreso de los Diputados, en Madrid, el 16 y 30 de octubre, con la misma dinámica que en Barcelona. Ese último día, Cambó se entrevistó con el rey y el 3 de noviembre, Alfonso XIII cesaba a Dato y nombraba a García Prieto para la formación de un gobierno de concentración nacional que iba a contar con dos miembros de la Lliga. Aquello fue visto por republicanos, socialistas y algún catalanista como una “traición”.
Conclusión
La evocación de la Asamblea de Parlamentarios de 1917 para referirse a la convocatoria realizada por Iglesias Turrión, con las diferencias de contexto, pero ambos en medio de una crisis profunda, nos define los pasos que sigue este modelo de golpe de Estado, y la trampa que supone convocar unas constituyentes en estas circunstancias. Afortunadamente, las fuerzas políticas constitucionalistas han demostrado hoy unidad y confianza en los mecanismos legales.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid y coautor del libro 'Contra la socialdemocracia. Una defensa de la libertad' (Deusto, 2017).