Los secesionistas han seguido una estrategia y más nos vale ser conscientes de ella. Ellos sabían que lo que pedían era ilegal y además imposible. No les interesaba debatir sobre la forma de cambiar la Constitución del 78 ni sobre hipotéticas alternativas políticas para resolver el problema que ellos mismos estaban creando. Lo que hicieron fue comportarse como si ya fueran un país independiente que está vinculado a España por algún accidente histórico que pronto se dejaría atrás. Un país independiente tiene derecho a que voten solo sus habitantes (en este caso los catalanes). Si tal cosa no llega a suceder será por la intervención de un poder externo malvado (en este caso España). Para mantener esta ficción, los secesionistas tuvieron que fingir que les asistía el derecho de autodeterminación y que la UE los acogería con los brazos abiertos. Cómo consiguieron que mentiras tan flagrantes fueran creídas por tanta gente es sin duda motivo de reflexión urgente, en España y, sobre todo, en la Unión Europea.
La cuestión es que con este marco España aparece como un país antidemocrático hacia el interior y hacia el exterior. Las democracias no impiden a un pueblo soberano pronunciarse, no encarcelan a sus líderes ni intervienen sus poderes. La parte fácil era convencer a muchos catalanes, incluso a muchos españoles de que esto era así, de que España no es una democracia. También era sencillo que lo creyera parte de la prensa internacional. Más complicado es que se lo traguen los gobiernos europeos y del resto del mundo, como se está viendo.
La Transición fue un gran momento. Deberíamos estar orgullosos, pero, somos presos del fatalismo
Al final, en lo relativo a la proyección internacional de lo que ellos llaman el procés y yo el golpe de Estado, la cuestión se ha reducido simplemente a eso: ¿es España una democracia? Si lo es, y en la medida en que actúe contra el golpe dentro de la legalidad (cosa que hasta ahora ha ocurrido de forma exquisita) nadie tiene nada que decir. Si no lo es, estaría justificado el derecho de autodeterminación y la comunidad internacional tendría que actuar. Lo que ocurre es que la simple pregunta resulta ridícula. Si España no fuera una democracia ni siquiera estaría dentro de la Unión Europea.
Pero por ridículo que sea, debemos asumir que mucha gente dentro y fuera de nuestro país mantiene prejuicios contra España heredados de nuestra historia. En un artículo reciente, Antonio Muñoz Molina describía los esfuerzos que había que hacer para convencer a personas, por lo demás educadas e instruidas, de que el nuestro es un Estado tan democrático como cualquiera. De hecho, más que la mayoría si atendemos a los estudios más serios al respecto, como los de Freedom House. Estamos en el selecto grupo de las democracias avanzadas, con índices superiores a Francia, Estados Unidos o Japón.
No somos una democracia por casualidad, ni por la obra de remotos antepasados. Sólo hace 40 años que nos ganamos los derechos y libertades de los que ahora disfrutamos. La Transición fue un gran momento de nuestra historia, tal vez el mejor. Deberíamos estar orgullosos, pero, en cambio, parecemos siempre presos de un absurdo fatalismo. Somos una democracia acomplejada, que teme que la señalen con el dedo y le recuerden a la Inquisición, la Leyenda Negra y el franquismo. Si otros fuera de nuestro país siguen creyéndose algunas falsedades de nuestra historia o ven el fantasma de Franco por todas partes es porque nosotros nos las hemos creído, porque a nosotros también se nos aparece el dictador en nuestras pesadillas. Así se entiende que la simple aplicación de la legalidad o de los mecanismos que cualquier democracia contempla para protegerse se vea como un tic autoritario, igual que al Doctor Strangelove, en la película de Kubrick, se le disparaba el brazo derecho de vez en cuando: fue un nazi y lo sigue siendo.
Necesitan que la Leyenda Negra sea cierta, que Franco siga vivo, porque así ellos podrán aparecer como los salvadores
La aplicación del artículo 155 no es un mal menor, un fracaso ni un abuso, es la democracia en marcha, la voluntad de todos los españoles de seguir conviviendo en paz y con justicia. Rechacemos el discurso de los secesionistas según el cual están construyendo una democracia contra una dictadura. Es justo al revés: están atacando a una democracia para construir un régimen que, a juzgar por sus acciones, renunciará al imperio de la ley, estará fuera de Europa y sólo representará a una minoría de los catalanes. Nos hemos creído durante demasiado tiempo nuestra propia leyenda negra. Digo bien alto que a mí la aplicación del 155 no me avergüenza, al contrario: me llena de confianza en la fortaleza de mi democracia.
Algunos buscan al Doctor Strangelove entre todo político o personalidad que defiende la Constitución y la unidad de España, igual que buscaban aguiluchos en la gran manifestación del 8 de octubre en Barcelona. Necesitan que la Leyenda Negra sea cierta, que Franco siga vivo, que vuelva la Inquisición, porque así ellos podrán aparecer como los mesiánicos salvadores que creen ser. Quedarán defraudados. España no necesita que la salven, que la rediman, que la limpien. España es una democracia plural y moderna, tan buena como las mejores. Deberíamos proclamarlo con orgullo. No con el orgullo nacionalista de "un solo pueblo" (algo que gustaría mucho al Dr. Strangelove), sino con el orgullo democrático de los que, siendo diferentes, conviven en paz y progresan juntos.
*** Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE).