El duelo por la muerte del ex presidente del Congreso de los Diputados Manuel Marín (Ciudad Real, 1949; Madrid, 2017) sobresale en el balance luctuoso de 2017 por razones que atañen a su trayectoria política y a su calidad humana. Uno y otro ámbitos se entreveran y explican el reconocimiento que le han tributado quienes le conocieron y trataron desde que, a media tarde del lunes día 4 de diciembre, saltaron las primeras alarmas con la noticia: “Muere Manuel Marín a los 68 años tras una larga enfermedad”.
El repaso de los elogios y adjetivos empleados en decenas de remembranzas y obituarios alumbra el esbozo ajustado de un personaje cuyas imágenes más significativas apuntan también a dos momentos estelares de su biografía y de la historia política de España: de un lado, dicen de él que fue un hombre “honesto”, “elegante”, “inteligente”, “tenaz”, “riguroso”, “responsable”, “planificador” y “ordenado”; pero también “serio”, “puntilloso”, “retraído”, “cascarrabias”, “hosco”, “frío” y “antipático”. O sea: de un lado la entrada de España en la modernidad, pero también el deterioro de la vida política de un país empantanado en espurios enfrentamientos.
En la primera de estas fotografías, una instantánea robada del fotoperiodista Alfredo García Francés, que mereció el Premio Nacional de Periodismo en 1985, se ve a un treintañero Manolo Marín, a la sazón secretario de Estado de Relaciones con las Comunidades Europeas, dormitando exhausto en un despacho de la Comisión en Bruselas. El político manchego aparece recostado en una silla con la cabeza apoyada sobre el puño izquierdo a modo de puntal y los pies cruzados sobre el alféizar de una ventana. Esta instantánea simbolizó todo el esfuerzo de la diplomacia española en las negociaciones de adhesión, que el joven Marín contribuyó a llevar a buen puerto antes de convertirse en comisario europeo e incluso de ejercer de manera interina la Presidencia de la Comisión en 1999.
En la segunda fotografía, el retrato que Cristina García Rodero le hizo para la Galería de Presidentes del Congreso, aparece con aspecto de figura al óleo. Vemos a un ‘gentleman’ amable y un punto altivo, una mano en el bolsillo y la otra alineada con el terno, la sonrisa escueta y la barba cana. El político no acudió al acto de presentación y colocación de este retrato, lo que en cierto modo confirió a la estampa el aire de decepción que acompañó su salida de la vida pública.
Dejó la primera línea política un tanto desencantado porque no llegó a ser ministro y por algunas críticas internas
Manuel Marín dejó la primera línea política para no volver un tanto desencantado porque no llegó a ser ministro y porque los suyos no le perdonaron que, durante la primera legislatura feroz de José Luis Rodríguez Zapatero, imbuido del papel institucional que ostentaba como presidente de la Cámara Baja, rehusara hacer uso de su derecho a voto pese a que el PSOE gobernaba en minoría.
Claro que en la vida política de Manuel Marín hubo otros momentos fundamentales: a su trabajo como comisario europeo se deben no sólo el ingreso de España en la UE, sino también la institucionalización de la beca Erasmus, la creación de una Oficina de Ayuda Humanitaria, la decidida implicación de Europa en el reconocimiento internacional de la Autoridad Nacional Palestina, la reforma y ampliación del Congreso…
Pero si hubiera que ilustrar los dos momentos cruciales de su biografía política, probablemente las mencionadas fotografías son las más representativas. En ellas se intuyen tanto la tenacidad visionaria del estadista que trabajó hasta la extenuación por lograr la entrada de España en el club de Europa, como el sentimiento de desengaño que sintió cuando, al final de su carrera, comprobó que la calidad de la vida pública de su país desmerecía sus propias expectativas, después de tantos años de dedicación.
Deploraba que el “aspaviento” y los golpes bajos suplantaran el debate y malograran acuerdos de interés general
Manuel Marín deploraba que el “aspaviento” y los golpes bajos suplantaran el debate de altura y malograran acuerdos de interés general; se avergonzó de la corrupción del PSOE y no entendió el navajeo orgánico dentro de su partido.
Fue quizá un adelantado a su tiempo, que llegó demasiado pronto a casi todo, incluida la jubilación pública: diputado a los 25, comisario europeo en la treintena, presidente del Congreso a los 55, profesor de Derecho, comprometido ecologista, políglota -hablaba cinco idiomas-, coleccionista de arte y aficionado al pilates y la jardinería...
Fueron tan reconocibles y sofisticadas sus aptitudes que los periodistas españoles se referían a él como a “Perfecto Marín”. Fue tan entregado y autoexigente en su labor de estadista, y en cierto modo resultó tan incomprendido su compromiso, que tampoco extraña que los medios extranjeros lo llamaran el “hidalgo atormentado”.