Esto no es una respuesta a Leonardo Padura
La autora se detiene en la figura del escritor cubano, a quien reprocha su identificación con el régimen castrista, y lamenta que una democracia como España le rinda pleitesía.
En la ciudad de Toledo fue entrevistado Leonardo Padura, y como es habitual en sus cada vez más frecuentes costumbres de divo internacional, opinó y soltó pestes sobre la política estadounidense -en este caso no se niega a hablar de política- y, obvió expresarse sobre la política castrista, de lo que invariablemente se niega a dar una opinión, casi siempre alegando precisamente que él no se dedica a la política.
Conocí a Leonardo Padura a finales de los años 80 en La Habana. Yo iba junto al editor italiano Carlo Feltrinelli, hijo del célebre y malogrado Giangiacomo Feltrinelli, quien me pidió que lo acompañara hasta la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba, modelo soviético), pues tenía una cita con su presidente de aquel entonces, Abel Prieto, quien después fue nombrado ministro de Cultura, y creo que lo sigue siendo.
Carlo Feltrinelli deseaba reunirse con jóvenes escritores cubanos, pues ansiaba ser el primero en publicarlos en Italia. La reunión se produjo en uno de los laterales de la casona expropiada por los Castro a inicios de la horrenda debacle, en una terraza que daba al patio. Allí asistieron un grupo de escritores jóvenes y no tan jóvenes. Abel Prieto se hizo esperar, llegó meneando sus bucles, con esa cara inmensa, por la que lo bautizó Reynaldo González “El Buró con Bucles”. A su lado, como una especie de guardaespaldas se encontraba Leonardo Padura, con un atuendo muy parecido al de los milicianos.
Prieto pidió su bebida predilecta, ron con leche, y Padura bebió de lo que trajeron para el resto, ron a palo seco, y apenas habló como no fuera para apoyar las palabras de su jefe. Leonardo Padura era entonces en toda regla un funcionario de la UNEAC, y miembro del Partido Comunista. Pocos hablaron. Yo tampoco dije ni esta boca es mía, porque desde siempre tuve como divisa que el silencio en estos casos debía ser lo más adecuado.
El nombre de Reinaldo Arenas desapareció como lo hicieron los de Cabrera Infante o Celia Cruz
Recuerdo la gran decepción de Feltrinelli cuando salimos de esa reunión donde no llegó a ningún acuerdo con Prieto, ni con su secuaz Padura. A su demanda de nombres jóvenes de la literatura cubana, Prieto desplegó la larga lista de viejos escritores comunistas de toda la vida, encabezada por Nicolás Guillén, el que lo había precedido casi una eternidad como presidente de la UNEAC, nombrado Poeta Nacional por las máximas autoridades.
Carlo Feltrinelli, bastante apesadumbrado, y yo más bien acostumbrada, nos dirigimos a buscar a su hotel al otro Carlo, su mejor amigo italiano, y de ahí nos dispusimos a dar un largo e inolvidable paseo por el Malecón. Me sentía algo incómoda, yo era una joven cubana escoltada por dos intelectuales italianos, polémico uno, porque Carlo se mostraba peligrosamente interesado en la influencia de Fidel Castro en la muerte loca -casi suicidio- de su padre, y arrebatadoramente bello y desinhibido el otro, quien amenazaba, en un arranque turístico-emocional de desnudarse en pleno muro del Malecón.
Sin embargo, seguía pensando en lo ocurrido en la UNEAC. Mi impresión acerca de Abel Prieto fue bastante indiferente; en cuanto a Leonardo Padura puedo decir que repelí su actitud vasalla, aunque no me interesó más que eso, lo vi como un ser sombrío bajo el ala de Abel Prieto.
En aquella época Reinaldo Arenas (no lo nombro por gusto, verán por qué) se encontraba exiliado, y desde 1980, época en la que se largó por el Puerto de Mariel junto a otros cientos de miles de cubanos, publicaba con frecuencia en las editoriales españolas. Poco tiempo después conocería de su suicidio, y leí como pude, allá, en la isla cárcel, sus memorias publicadas por Tusquets, Antes que anochezca. Reinaldo se había convertido en el dolor de cabeza permanente en el extranjero de la nomenklatura y el aparato represor castrista. Su nombre desapareció como desaparecieron infinidad de nombres de la literatura y las artes de ese país, por sólo nombrar tres: Lydia Cabrera, Guillermo Cabrera Infante y Celia Cruz.
Cuba no, pero los Castro me cerraron las puertas de mi país de inmediato tras publicar en Francia
En 1995, el 22 de enero, llegué a Francia de manera definitiva. Nunca había querido irme de Cuba, por las razones que explico en esta reciente entrevista que me hizo el escritor Denis Fortún. Sin embargo, mi situación personal en la isla se había convertido en una auténtica pesadumbre política, algunas de las razones también aparecen en la misma entrevista. Salir con mi pequeña hija de un año y dos meses no fue fácil, el ministro del Interior Abelardo Colomé Ibarra, conocido como Furry, se oponía. Pero pude por fin llegar a este país, y después de muchos esfuerzos, sin poseer un documento de identidad y sin permiso de trabajo, logré editar La nada cotidiana, que había sido enviada por mí y a través de distintas vías fuera de Cuba antes de mi salida.
Toda una página (la última) de Le Monde se refirió a la novela. El éxito fue rotundo, los artículos se multiplicaban, muy favorables. Los mejores críticos literarios de prensa y televisivos, tanto en Francia como en Alemania, apostaron por esa novela. En España demoraron en editarla, pero tuve la suerte de que Sigrid Kraus del Carril lo decidiera y la publicara en aquella prestigiosa editorial Emecé (que ya me había rechazado en una preciosa carta mi primera novela, pero que auguraba que con la segunda la “Valdés daría un batacazo”), hoy Salamandra. Las críticas fueron también muy buenas, y El País dedicó un extenso reportaje sobre el libro y hasta sobre mis lecturas, en las que yo mencionaba, entre otros, a Eduardo Mendoza.
Quedaba preguntarse quién era yo. Para algunos, yo no era anticastrista sino más bien crítica con el régimen y eso significaba que los Castro se abrían al mundo. Para otros lo era, y eso también significaba que Cuba estaba cambiando.
Cuba no, pero los Castro me cerraron las puertas de mi país de inmediato, ocurrió a pocos días de que la novela saliera editada en Francia, con aquel hermoso y rotundo artículo publicado por Le Monde y firmado por el Premio Goncourt, Erik Orsenna, donde me comparaba con Aleksandr Solzhenitsyn y con Milan Kundera. Enseguida el oficial y agregado político de la Embajada, Aurelio Alonso, acompañado de la periodista comunista francesa Jeannette Habel, se personaron en la buhardilla donde vivía, y ambos, cada uno a su manera, me dieron el aviso, en tono de pérfida amenaza. Entré en la Lista Negra del castrismo.
El ataque de Padura fue virulento y bastante machista. No esperaba un ataque de semejante bajeza
Poco tiempo después, bastante rápido, por cierto, aparecieron Abilio Estévez en el panorama literario español, y enseguida Pedro Juan Gutiérrez y Leonardo Padura; ninguno se desentendía del régimen castrista, las declaraciones de Estévez, instalado inclusive en Barcelona, eran más bien indiferentes, desganadas y esporádicas, y los otros dos vivían en Cuba, sin que nada les sucediera al publicar en el extranjero, lo que le costó dos años de prisión a Reinaldo Arenas, y a mí por poco un tribunal judicial a la manera castrista.
A Leonardo Padura lo volví a ver en Francia. Lo había publicado Anne-Marie Métaillié, prestigiosa editora de izquierdas, bajo la tutela aparente del chileno Luis Sepúlveda. Nos encontramos invitados ambos en un Panel dentro de un evento llamado La Plume Noire. Yo presentaba mi novela Café Nostalgia, y hablé de lo que fue mi experiencia en el ICAIC (Instituto de Arte e Industria Cinematográficos) como contratada, y de mi novela, exclusivamente, sobre todo, porque antes de subir al escenario donde se hallaba la mesa, una de las organizadoras me advirtió que estaba prohibido tocar el tema político de Cuba.
Padura, sin embargo, lo primero que hizo cuando le tocó su turno fue hablar de política y de las ventajas de la “revolución” castrista. Intenté contestarle, para precisar algunos errores en su intervención sobre el ICAIC, una vez culminó la misma, y casi me saltó al cuello. Su ataque fue virulento y bastante machista. No esperaba un ataque de semejante bajeza. Sus hirientes palabras recibieron una resonancia de aplausos proveniente desde una claque situada en el centro del lunetario, muy bien ubicados y unidos entre ellos.
Otra escritora cubana se hallaba en el Panel, Mayra Montero, a quien yo había conocido en Cuba a inicios de los 80, en uno de sus viajes facilitados por su ex novio Luis Rogelio Nogueras, a través de Alfredo Guevara, el presidente del ICAIC, siendo una exiliada en Puerto Rico. Mayra Montero optó por callarse, no salió en mi defensa, más bien apuntó con sus palabras a una velada alianza con Leonardo Padura.
Nunca fui funcionaria como sí lo fue Padura, y me exilié en avión como tantos intelectuales cubanos
Meses más tarde, Leonardo Padura reiteró el ataque en mi contra, esta vez en la prensa española. Dijo exactamente: “Zoé Valdés produce una literatura que no es literatura. Ella siempre fue una funcionaria y se exiló en avión con su marido y su hija. Se ha inventado un personaje de mártir que es falso. Ella miente mucho”. Nunca pude responder a este ataque, ningún periódico aceptó mi derecho a respuesta.
Varios jurados de prestigio han premiado mi obra en distintas partes del mundo. Nunca fui funcionaria como en cambio sí lo fue él, sólo trabajé cuatro años contratada por el ICAIC, y como esposa acompañante en la UNESCO, durante cinco años. Me exilié en avión como tantos otros artistas e intelectuales cubanos. Nunca me he inventado ningún tipo de personaje de mártir, ni me interesa para nada el martirio ni el martirologio en mi vida personal. No miento, como sí ha mentido él en numerosas ocasiones. La prueba es que el tiempo me ha dado la razón.
Es curioso que ese ataque de Padura en la prensa española a mi persona saliera precisamente acoplado a otro ataque de su cúmbila Abel Prieto, ya entonces ministro de Cultura, en que se refería a Guillermo Cabrera Infante como un loco, y a mí como una pornógrafa. Pero más curioso todavía es que esa agresión, volviera a relucir precisamente, años más tarde, en la prensa comunista francesa, cuando la Universidad de Valenciennes en Francia decidiera entregarme el doctor Honoris Causa. Uno de los profesores me contó, por cierto, que la embajada castrista en París insistía para que otorgaran ese honor a Leonardo Padura en lugar de a mí, y cuando vieron que no podían conseguirlo llegaron inclusive a amenazar verbalmente al profesor en cuestión.
Tras recibir en 1998 la Orden de Chévalier de las Artes y las Letras otorgada por Francia de manos de la ministra de Cultura Catherine Trautmann, Cuba se dedicó con esmero a buscarle la misma condecoración o en mayor grado a Leonardo Padura y a Wendy Guerra, esta última llegó a declarar en la revista Paris Match, que “Raúl Castro ha vuelto a poner a Cuba en el mapa universal”. Ambos fueron condecorados, sin vivir en Francia y sin hablar francés.
Prensa, festivales y ferias del libro ensalzan a escritores que le hacen el juego sucio al régimen cubano
Tusquets y Beatriz de Moura siguieron publicando a Leonardo Padura en detrimento de la obra de Reinaldo Arenas. La correspondencia entre Margarita y Jorge Camacho, tan importante para conocer lo que sucedió en la vida del escritor, posterior a su exilio, fue rechazada por la editorial, entre otros libros, según me comentó mi amigo Jorge Camacho, albacea, junto con Margarita, su esposa, de la obra de Reinaldo.
La prensa española, los festivales y ferias del libro, el cine, hasta Netflix, han ensalzado en estos últimos años a algunos de esos escritores que le hacen con toda evidencia el juego sucio al régimen, han sido sus cómplices y han contribuido a su lavado de imagen.
España reconoció el provincianismo autoritario de la obra de Leonardo Padura con el Premio Princesa de Asturias de las Letras, formaba parte del jurado su editora Beatriz de Moura, quien no dudó en afirmar que “Padura se merece un reconocimiento más allá de la literatura”, o sea, por encima de lo humano y lo divino. Ruego, insisto, lean mi entrevista con Denis Fortún para que sepan algo más sobre esta señora.
Reconocimientos van y reconocimientos vienen, pese a que su desabrido Regreso a Ítaca recuerde tanto a aquel título de Guillermo Cabrera Infante Ítaca vuelta a visitar, y el libro de Álvaro Alba, sobre León Trotsky, En la pupila del Kremlin haya pasado por editoriales españolas, entre ellas Tusquets, antes de que apareciera Padura con su novela El hombre que amaba a los perros sobre el mismo tema -según me ha confirmado el autor de En la pupila del Kremlin.
España premió a quien se ha callado frente al intento de golpe de Estado del catalanismo separatista
En su novela El hombre que amaba a los perros, un Leonardo Padura subido en una especie de pedestal que él mismo se ha construido con la complicidad de los que amaron y aman a los Castro y al castrismo, se refiere a España y a los españoles con la siguientes palabras: “Éste es un país de imbéciles, beatos hipócritas y fascistas de nacimiento… Sus amigos en Dax fueron hijos de aldeanos pobres y de emigrantes españoles, con los que disfrutaba saliendo a los bosques cercanos a recolectar trufas, guiados por los cerdos”.
España premió con una de sus más insignes condecoraciones, y sigue premiando, a quien de tal modo se expresó de ella y de los españoles, a quien se ha callado frente al intento de golpe de Estado del catalanismo separatista -disfrutando como disfruta de la ciudadanía española-, y a quien usa el símbolo de una pelota de béisbol en un acto Real con Su Majestad el Rey de España, haciendo gestos alborotados con su mano y con la pelota -los que sabemos qué significan algunas señas y gestos en ese deporte entendimos muy bien su desprecio y afrenta en un evento tan importante de la Corona y de España.
Por último, aunque volviendo al inicio, Padura se deshace en agresiones en contra de Estados Unidos, de su pueblo y del presidente elegido por los estadounidenses, y por supuesto en contra del exilio cubano. Lo hace allá en Toledo, aunque la semana anterior en Miami prefirió jugarle otra bola al público de la librería que lo acogió. Padura, el que jamás ha criticado la absoluta falta de elecciones presidenciales en Cuba durante 59 años de tiranía castrista. Padura, el que calla cobardemente cuando de enfrentar a los tiranos se trata.
Por suerte, otro escritor, cubano-estadounidense, Rolando H. Morelli, ha sabido responderle en este brillante artículo. Cito un fragmento: “Padura declara a un grupo de periodistas españoles en la ciudad de Toledo, que 'aunque (él) no puede asegurarlo, (…) Trump es presidente porque frente a él había una candidata que era una mujer'. El pleonasmo sirve acaso para encubrir la estulticia de semejante declaración. Donald Trump no sólo se enfrentó a 'una candidata', que por fuerza había de ser mujer, sino a numerosos otros candidatos 'hombres', a quienes derrotó. Al estalinista Bernie Sanders, no tuvo que enfrentarse, gracias a que 'la candidata mujer' consiguió con artimañas y trapacerías ningunearlo y excluirlo dentro de su propio partido. Fue gracias a que Hillary Clinton no consiguió hacerse con la presidencia de la nación, precisamente, que han podido salir a relucir una serie en cadenas de hechos conspirativos y de abusos de poder de los que la propia candidata y sus colaboradores son protagonistas, y por los cuales lleguen acaso a resultar inculpados”.
Padura sale en defensa de Hillary Clinton cuando jamás ha dado su apoyo a las Damas de Blanco
Resulta una vez más curioso que Leonardo Padura salga en defensa de la corrupta Hillary Clinton cuando jamás ha manifestado el más mínimo apoyo a las Damas de Blanco, esposas y madres de lo presos políticos cubanos, ni haya dicho esta boca es mía cuando el régimen asesinó a Laura Pollán, su líder, entre otras mujeres y hombres vilmente sacrificados.
Pero más peculiar resulta que este hombre que sale en auxilio de la señora Clinton -que no solo ha sido primera dama, además ha ostentado cargos poderosos en el Gobierno norteamericano, cosa que no sucede en Cuba con ninguna mujer opositora- sea quien en numerosas circunstancias se haya interpuesto y haya ejercido su machismo-leninista para evitar que una mujer continúe libremente con su carrera de escritora, poniéndole barreras y trabas, cerrándole puertas, allí donde su garra insolente y maloliente a tabaco de falso linaje ha llegado.
Esa escritora, esa mujer, es quien les escribe. No a Padura, a ustedes, para que lo sepan de una vez. Porque, por supuesto, “esto no es una carta a Padura”, parodiando la célebre obra de René Magritte, Ceci n’est pas une pipe. Esto es, como lo podrán suponer –arte mediante-, una carta a Leonardo Padura, el que se oculta detrás de lo que no es.
*** Zoé Valdés es escritora.