En los últimos años, muchas de las noticias que desde Barcelona se han hecho hueco en medios internacionales han sido muestras de una sociedad cada vez más cerrada por culpa del nacionalismo y el populismo. Si Manuel Valls se convirtiera en el primer alcalde de una ciudad importante que vuelve a donde nació después de una destacadísima carrera en su país de adopción, se lograría sin embargo que Barcelona atrajera la atención del mundo como la cuna de un europeísmo que vuelve a sus mejores valores para seguir impulsando una sociedad abierta, progresista y solidaria.
Valls representa por su trayectoria personal y su acción política la integración europea. De padre catalán y una madre de la Suiza italiana, residente en Francia toda su vida aunque manteniendo estrechos vínculos especialmente con su familia de Barcelona, renunció a la nacionalidad española en 1982 para adquirir la francesa, en una época en la que se limitaba el sufragio pasivo durante diez años a quienes se naturalizaban. Valls, conocido por su claridad y coherencia en su compromiso político, recorrió un largo cursus honorum tanto en el Parti Socialiste como en las instituciones. Llegó a ser dos veces candidato en las primarias presidenciales, once años alcalde de Évry –una ciudad popular de las afueras de París–, diputado en ya cuatro legislaturas y primer ministro durante tres de los años más difíciles que ha vivido Francia en las últimas décadas. Valls también fue preclaro en el análisis del agotamiento de la socialdemocracia y la necesidad de reescribir el contrato social, abriendo valientemente ese debate e impulsando cambios audaces para intentar preservar el alto estándar de progreso, libertad y bienestar que ha alcanzado Francia.
Tan larga experiencia política acumula sin duda aciertos y errores que varían según quién los valore, pero en cualquier caso ha sido un buen ejemplo de político que piensa por sí mismo pero actúa colectivamente, donde la fidelidad a los valores en los que cree no es incompatible con la lealtad a las instituciones, ni hablar crudamente con obrar moderadamente. Así ocurrió con su inicial rechazo a la Constitución Europea que aceptó defender cuando su partido optó mayoritariamente por el sí, de su respaldo a Hollande que le había batido en las primarias y a Macron -sin llegar a entrar en su partido- tras haber mantenido una tensa relación cuando estaban juntos en el gobierno. Algunos no entendimos que no mantuviera el compromiso de respaldo tras las primarias socialistas que le ganó Hamon (por muy desleal que este hubiera con el gobierno que dirigía), pero el tiempo borró rápidamente este posible reproche cuando el propio Hamon abandonó al Parti Socialiste nada más llevarlo a su peor resultado electoral de la Quinta República.
Europa debe demostrarse a sí misma que no es solo una alianza de conveniencia de corte mercantil
El Tratado de Maastricht, en 1992, introdujo el relevante símbolo de integración de la ciudadanía europea de que cualquier nacional de la Unión pudiera ser tanto elector como candidato en las municipales de otros países. España, con un total consenso parlamentario, realizó su primera reforma de la Constitución del 1978 para hacer posible este derecho. Este mismo tratado afianzó otros pilares de la cooperación europea, como el de justicia que iría desplegándose en numerosos instrumentos como la euroorden aprobada en 2002 para dar firmeza legal a la confianza entre tribunales de democracias avanzadas que además compartían un mismo sustrato político.
Valls ha afirmado que el procés en general y el incidente con la Audiencia Territorial de Schleswig-Holstein en particular no son un problema catalán, ni de España con Alemania, sino un auténtico reto al que se enfrenta toda Europa. Aunque no ayude la irresponsable dejadez del gobierno español para impugnar el relato que tan mendaz como activamente pregonaban los independentistas por el extranjero, Europa debe demostrarse a sí misma que no es solo una alianza de conveniencia de corte mercantil, sino ante todo un espacio de ciudadanía avanzada y soberanía compartida.
Igual que trabajadores y directivos de cualquier país logran hacer carrera en empresas e incluso administraciones de otros países europeos, ha llegado el momento de que la política vea caer esas mismas fronteras y haya una libre circulación también de ideas y candidatos. Ojalá pronto pueda ser el caso con candidaturas transnacionales al Parlamento Europeo, con verdaderos partidos europeos –y europeístas– en lugar de débiles asociaciones entre partidos nacionales, y desde luego con la oportunidad de que la previsión de elegir un alcalde no nacional pase a la primera división después de los muchos pequeños ejemplos en pequeñas localidades.
Si Valls encabezara una candidatura común entre socialistas y Ciudadanos se trasladaría un potente mensaje
Cuando el socioliberal Obama dejó el poder, muchos socialistas expresaron que ojalá pudiera ser así nuestro candidato a presidente del gobierno. Ahora tenemos a uno comprometido con nuestra democracia y vinculado a Barcelona que podría ser sencillamente alcalde. Valls está capacitado ampliamente para liderar la visión y el equipo que gestionaría Barcelona, y representaría un hito de la integración europea que animaría a dar nuevos pasos.
La candidatura de Valls en Barcelona podría lograr algo más, también muy relevante. Si encabezara una candidatura común entre los socialistas y Ciudadanos se trasladaría un potente mensaje de que el progresismo –reformista, solidario, liberal– comprometido con el Estado de derecho sabe darse cuenta de todo lo que compartimos y unirnos cuando es necesario hacer frente al auge del nacionalismo y el populismo que se sirven hasta del ámbito municipal para intentar separar a la gente con trincheras ideológicas.
Manuel Valls, por su sólida experiencia municipal y al frente del gobierno de una de las potencias mundiales, su valor para afrontar debates ideológicos complejos, su compromiso con la construcción europea, su defensa de la democracia española y su vínculo nunca interrumpido con su ciudad natal, sería un gran alcalde de Barcelona. Y a la vez su ejemplo sería una útil palanca para demostrar que Europa puede seguir avanzando si socialismo y liberalismo no se consideran antagónicos sino dos corrientes cuya confluencia a lo largo de la historia ha sido la matriz de muchos de los más sólidos logros para las libertades, la igualdad y el progreso.
*** Víctor Gómez Frías es militante del PSOE.