El asunto de Cristina Cifuentes nunca ha obedecido, o al menos solamente, a la falsedad de un máster, ni mucho menos al hurto de dos tarros de crema, como demuestra el hecho de que existan muchos políticos que pasan toda su vida llevando a sus espaldas cargas más pesadas. El episodio hay que inscribirlo en la guerra interna que está librándose en el Partido Popular, si bien el desencadenante son cinco graves errores cometidos por la ya expresidenta de la Comunidad de Madrid que paso a enumerar.
1.- En primer lugar, Cifuentes jamás debía haber aceptado el regalo de un título de máster, y mucho menos haber permitido que se vertiera un aluvión de mentiras, se falsificaran actas o se presionara a profesores para salir airosa de este asunto. Esto la hacía muy vulnerable ante el chantaje y ponía en peligro su carrera política, como ha quedado demostrado.
2.- En segundo lugar, nunca tendría que haber sustraído unas cremas en un supermercado, aunque posteriormente éstas fueran abonadas. Si realmente existía una presunta enfermedad, como se ha publicado, debería haber sido ella la primera en ponerlo en conocimiento de los electores, o en cualquier caso dar las explicaciones pertinentes.
Cifuentes alentó una popularidad personal que la situaba por encima de la propia marca del partido
3.- En tercer lugar, debería haber sido más cauta al hacerse con las riendas del PP de Madrid: enfrentarse a sus antecesores, Esperanza Aguirre e Ignacio González, a quien no dudó en denunciar a la Fiscalía por las presuntas irregularidades en el Canal de Isabel II, entrañaba el riesgo de una dura respuesta.
4.- En cuarto lugar, y en línea con lo anterior, tendría que haber medido la repercusión de querer encarnar, de un día para otro, todo aquello que los exvotantes del PP habían dejado de ver en este partido y que ahora veían en Ciudadanos, porque eso puede generar una reacción interna. La realidad es que Cifuentes alentó una popularidad personal que la situaba por encima de la propia marca del partido y que la plantaba de lleno en la carrera sucesoria.
5.- Por último, la expresidenta madrileña debería haberse retirado a tiempo y no plantear un desafío a quienes desde sus propias filas no la apoyaban. La actitud, casi chulesca, de negar lo que parecía evidente en el caso del máster y su posterior contrataque, poniendo de nuevo en la palestra el caso de las irregularidades en la Ciudad de la Justicia y en el Canal de Isabel II, terminaron por convencer a su partido de que la mejor salida era su renuncia.
A la vista de todo, cabría preguntarse por qué después de siete años de su falso título de máster y del percance en el supermercado es precisamente ahora cuando transcienden los hechos. ¿Por qué no fue borrado el vídeo según establece la ley? ¿Por qué si el PP era conocedor del mismo la aupó primero hasta el puesto de delegada del Gobierno en Madrid y, después, al de presidenta de la comunidad autónoma?
Cifuentes siempre ha estado sola, incluso en su tuit de despedida no ha obtenido apoyo de sus compañeros
Ello no resta importancia a unos hechos que son incompatibles con quien pretende ostentar un cargo público, más aún cuando te presentas como azote contra la corrupción. Pero no es irrelevante que información que había permanecido dormida durante años en los archivos de la universidad o en el cajón de algún noble escritorio salga a la luz precisamente en este momento.
Cifuentes siempre ha estado sola, incluso en su tuit de despedida no ha obtenido el apoyo de quienes a día de hoy continúan siendo sus compañeros de filas. El reconocimiento apoteósico que recibió en la Convención Nacional del PP en Sevilla fue un espejismo, una puesta en escena. Tan es así, que ahora los aplausos se han vuelto empujones para hacerla salir cuanto antes y borrar todo aquello que les relacione con ella y su entorno.
Al final, Cifuentes ha sido presa de sus actitudes y comportamientos, y su partido la ha dejado caer, sin más, como un día también la encumbró. La cuestión es que la expresidenta madrileña quiso convertirse en el timón de un PP que languidecía haciendo tábula rasa. Su descalabro político probablemente ha dejado herido de muerte a su partido en la Comunidad de Madrid y afianza la sensación de que asistimos a un cambio de ciclo en la política española.
La situación actual de Rajoy se asemeja cada vez más a la espiral en la que entró en su día Felipe González, con desgracias que se entrelazan entre sí e irremisiblemente unas llevan a otras. Para esos casos, la historia demuestra que una retirada a tiempo a veces supone una victoria.
*** Gema Sánchez Medero es profesora de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid.