El peligro del populismo: el problema era Italia
La autora reflexiona sobre las dificultades que el nuevo Gobierno de Italia puede plantear a la UE y apuesta por aprovechar el momento para combatir los movimientos populistas.
Creíamos que el peligro estaba en los Países Bajos cuando todas las encuestas daban ganador al xenófobo Wilders, pero se deshinchó en el último momento. La siguiente amenaza era aún peor: Marine Le Pen podía convertirse en presidenta de Francia; pero la victoria de Emmanuel Macron no sólo alivió nuestros temores sino que nos infundió un renovado optimismo. Miramos entonces a Alemania y comprendimos que, aunque pudiera crecer Alternativa por Alemania, no habría vuelco político; y, tras unos meses de incertidumbre y el naufragio del proyecto jamaicano (conservadores, liberales y verdes) se renovó la Gran Coalición. Había llegado el momento de la refundación: Europa contraatacaba.
Pero algunos sabíamos que el eslabón más débil seguía siendo Italia. La presidencia de Matteo Renzi fue una oportunidad desperdiciada de reformar el país partiendo de principios democráticos liberales. Los barómetros europeos hace tiempo que arrojan una situación lamentable en Italia, no ya porque menos del 40% de los italianos opinen que a su país le beneficia pertenecer a la Unión (frente al 75% de españoles), sino porque incluso la confianza en el sistema democrático es de las más bajas de Europa. En estas condiciones, que el nuevo gobierno lo vaya a decidir la coalición nacional-populista de La Liga y el Movimiento Cinco Estrellas, no puede sorprender demasiado, aunque sí debe preocuparnos.
Es obvio que la desmoralización de la sociedad italiana tiene raíces profundas. Desde la posguerra se ha acostumbrado a vivir entre la inestabilidad y la corrupción, que alcanzó tales cotas que liquidó el antiguo sistema de partidos tras la operación Tangentópoli, allá por los años noventa. Poco después, decidieron los italianos probar suerte con el populismo y encumbraron al inefable machista Silvio Berlusconi, ahora redivivo. La situación no mejoró y entre interinidades tecnocráticas y el citado fiasco socialista de Renzi hemos llegado a la situación en que se propone para primer ministro a un oscuro profesor universitario del que en seguida se sabe que ha falsificado su currículo. En estas manos está nuestra amada Italia.
¿Qué hacemos ahora con la ansiada “refundación” de Europa que Merkel prometió estudiar?
Europa ya tiene otros nacional-populistas en el poder, por ejemplo en la República Checa, en Polonia y en Hungría, pero esto es muy distinto. Los tratados fundacionales de la Unión se firmaron en Roma y contaron con la rúbrica del primer ministro italiano Antonio Segni. Hablamos de un país de 60 millones de habitantes y con un PIB de 1,85 billones de dólares, el tercero mayor de la Eurozona. Y esto es fundamental: Italia está en el euro, algo que no puede decirse de la Hungría de Orbán, por ejemplo.
¿Qué hacemos ahora con la ansiada “refundación” de Europa, anuncio de Macron que Merkel prometió estudiar? Ya se oyen voces advirtiendo que no es momento de ambiciones y que más nos vale volver a la formación de tortuga y rezar para que nos quedemos como estamos. Un nuevo impulso europeísta podría ser utilizado como munición por los populistas, que lo describirían como un ataque a la soberanía y a la dignidad del pueblo italiano. Y no es imaginable avanzar sin Italia.
Opino, por el contrario, que es el momento de avanzar en las reformas con más decisión que nunca. Hasta ahora, la coalición LN-M5S ha mostrado, ante todo, incompetencia. No están preparados ni tienen la fuerza suficiente. Cuando se conoció un acuerdo de gobierno que incluía el impago de la deuda y un referéndum para el abandono del euro, la prima de riesgo se disparó, lo que los llevó a difundir un pacto mucho menos radical. Pueden hacer daño, está claro, pero no tanto.
Con habilidad se puede lograr que el próximo gobierno italiano acepte negociar el nuevo impulso a la UE
Italia, como España, necesita a Europa, por lo que con habilidad política se puede hacer que el nuevo gobierno acepte negociar los términos del nuevo impulso a la Unión que se avecina. La realidad siempre se impone, y si sienten la tentación de apelar a la soberanía, será el momento de recordarles que es la Liga la que tiene tratos indisimulados con Vladimir Putin. Una cuenta paródica del presidente ruso en Twitter mostraba hace pocos días una foto del líder de la Liga, Matteo Salvini, en la Plaza Roja y vistiendo una camiseta con la efigie de Putin. “Mi nuevo ministro del interior para el oblast de Italia”, decía el tuit. ¿Y estos son los que van a proteger la soberanía italiana?
Debemos asumir que la situación política no va a ser la más propicia para el desafío que Europa tiene por delante. No lo va a ser en mucho tiempo. Pero lo peor que podríamos hacer es quedarnos quietos, rehenes del nacional-populismo. Conviene mirar dentro, por supuesto, pero es obligado mirar fuera. El mundo puede estar en una encrucijada. El autoritarismo parece vivir un buen momento con la pujanza económica china y los relativos logros rusos. Estados Unidos se repliega de la mano de un presidente que se cree líder cuando sólo es un síntoma. Los valores liberales no están de moda, pero en Europa hay una amplia mayoría que los defiende.
La Unión Europea tiene la oportunidad -e incluso la obligación -de ofrecer el liderazgo internacional que Trump está despreciando. Si sabemos aprovechar el momento político nuestro futuro puede ser excelente y la etapa nacional-populista en Italia y otros países terminará siendo sólo una burda nota al pie en los libros de historia.
*** Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE).