Hay palabras positivas y otras negativas, hay palabras bellas y palabras horrendas, hay palabras dulces y palabras amargas, lo que no hay, y mucho menos en el ámbito político, son palabras inocentes.
Neutralidad y unidad son las palabras de doble uso que están protagonizando la campaña a presidir el Partido Popular. Son palabras positivas que, mal empleadas o mal entendidas, pueden tener consecuencias indeseables.
La democracia interna total del actual proceso congresual es inédita en el PP y es bueno que establezcamos unas buenas bases de lo que es posible y deseable y qué cosas deben evitarse. Sólo así, a tientas y mediante el ensayo y error, es posible construir una cultura.
Algunos líderes del partido se declaran neutrales y exigen la neutralidad de los aparatos y de los cargos. Parece una posición lógica; al fin y al cabo, si existe una competencia interna, será mejor que la organización y sus estamentos sean neutrales para garantizar una sana confrontación de ideas, propuestas y candidatos. Parece lógica en principio, pero cuando la neutralidad se extiende a los cargos y a los militantes se convierte en trampa. Es una neutralidad tramposa cuando lo que pretende es que afiliados que ocupan cargos orgánicos, o no, y que desean expresar su parecer, sus argumentos y sus preferencias se vean silenciados.
El debate democrático requiere de la participación de todos los militantes y exigir que cargos orgánicos como un presidente de una junta local o un secretario autonómico se mantengan neutrales, es decir callados, empobrece el debate y pudiera hurtar de visiones dotadas de experiencia, información y relevancia que pudieran ayudar a todos a tomar la decisión más adecuada.
En el altar de la unidad se tratan de sacrificar el debate y la normal competencia electoral
La democracia requiere urnas, pero sobre todo deliberación libre, fraternal, plural e informada. Lo que sí habría que evitar es que los mandos intermedios o las agrupaciones el PP de una comunidad autónoma o provincia, por ejemplo, respalden a una candidatura a partir de una representación previa. En este momento congresual, el mando y el poder reside en todos y cada uno de los militantes y un electo -como un presidente de distrito- no puede dar órdenes a sus propios electores, ¡sólo faltaría!
La segunda palabra de doble uso es unidad. Y pese a que tiene una parte buena y loable, cuenta con una cara oculta que quizá pudiera pasar desapercibida. En el altar de la unidad se trata de sacrificar el debate, la normal competencia electoral -los liberales económicos bien saben del gran valor y el progreso que nos ha traído el mercado libre- y las habituales tensiones y dialécticas de contraste de toda campaña electoral. Demasiados sacrificios motivados por emplear mal algún concepto.
La unidad se forja en el reconocimiento del nosotros y del rival. Cuando se asume que somos todos miembros del mismo proyecto político, que todos los candidatos actúan de buena fe, se busca una competencia con juego limpio y se evitan ataques personales, aunque la credibilidad de todos los candidatos se comprueba en cada afirmación o promesa, ¿se imaginan a Trump proponiendo una regularización masiva de inmigrantes?
La unidad se construye desde la lealtad a lo que nos une, el Partido Popular, desde el reconocimiento del otro, como candidato o candidata legítima, y desde la asunción de las reglas del juego, nuestras normas de elección, y sus resultados, quien gane será nuestro presidente o presidenta.
Emplear la unidad para tratar de inhibir la sana competencia o para agitar el miedo a una fragmentación es señalar la luna y sólo ver el dedo, la mejor manera de usar las palabras para no entendernos.
*** Juan Corro es miembro del Comité de Campaña de Pablo Casado, participó en los Comités de Campaña de las elecciones generales del 20-D y 26-J, como responsable de analítica, y forma parte del Comité Ejecutivo del PP en Cantabria desde el año 2008.