Santiago Abascal sostiene que en España no hay islamofobia sino islamofilia. Quien solo conociera los clásicos estaría de acuerdo. Lean las Cartas marruecas (1789) de José de Cadalso: "Sé que eres un hombre de bien que vives en África, y […] sabrás que soy un hombre de bien que vivo en Europa. […] Nos estimamos sin conocernos; por poco que nos tratáramos, seríamos amigos". Incluso en el Cantar de Mío Cid (1207) el espíritu de cruzada brilla con luz tenue. De hecho, Rodrigo Díaz de Vivar tiene un amigo musulmán llamado Avengalvón. Nuestro siglo XVI produjo El Abencerraje, un canto a la clemencia con el vencido durante la Reconquista (palabra desafortunada, por cierto, porque presupone una continuidad –inexistente– entre el reino visigodo y la monarquía hispánica). En el XVII se publicó El Quijote, que Cervantes atribuye a Cide Hamete Benengeli, supuesto autor árabe. Más recientemente, Juan Goytisolo reivindicó con Don Julián (1970) la entrada musulmana en Hispania.
Sin embargo, la islamofilia literaria no alcanza al español medio. Cuando el CIS pregunta por los inmigrantes que "caen peor, "marroquíes", "musulmanes" y "árabes" copan las primeras posiciones (solo superados por los rumanos). Cuando inquiere por países que representan una amenaza para España, nebulosas como "países árabes" y "países islámicos" acompañan a Siria y Marruecos. Es posible que algunos encuestados no distingan entre marroquí (nacionalidad y principal minoría de España, con más de 700.000 miembros), árabe (civilización y una de las dos lenguas oficiales de Marruecos) y musulmán (practicante del Islam, religión con unos 2.000 millones de creyentes).
Ya lo advirtió Edward Said en Orientalism (1978): los occidentales vemos el Islam como un fenómeno unitario y a sus practicantes como una masa uniforme. Hacemos unas generalizaciones al respecto que no nos permitiríamos con otras civilizaciones o religiones. Según este discurso esencialista, el mundo islámico no solo es violento, sino también inhumano, autoritario, inmutable, acientífico, incapaz de generar progreso…
Obviamente, es lícito denunciar prácticas concretas. Pienso en la ablación (tradición no exclusivamente islámica). O en otras formas de violencia machista –a veces extrema– en algunos países árabes. No defiendo el relativismo cultural. Pero tampoco la simplificación. Un amigo español comenta: "No me gustaría vivir en una sociedad donde la mujer va tapada y camina tres pasos por detrás de su marido". La cita ilustra bien cómo reducimos la multiplicidad de sociedades islámicas a una caricatura de Afganistán y otros países.
El "Informe islamofobia en España 2017", registró 546 incidentes islamófobos, 24 contra no musulmanes
Ignoramos la existencia de Estados de mayoría musulmana relativamente plurales y secularizados, así como el importante rol de sus mujeres tanto en la historia –vean La batalla de Argel (1966)– como en la actualidad. En Malasia e Indonesia (el Estado con más musulmanes) las mujeres estudian y trabajan como en Occidente. Pakistán ha tenido una primera ministra. Bangladesh, dos, incluyendo la actual. Las tres con velo islámico, el símbolo de sumisión según discursos reduccionistas.
Por su parte, Marruecos es uno de los países árabes más occidentalizados. Sin embargo, en España persisten los estereotipos al respecto. Míriam Hatibi los describe en Mírame a los ojos (2018). Una mujer percibida como marroquí y musulmana llevará estas etiquetas: inmigrante (¿ilegal?), inadaptada, pobre, ignorante, sumisa, reprimida y manipulable. Para un hombre sirven los primeros cinco calificativos, a los que debe añadirse: violento y peligroso. Dime cómo te ven y te diré cómo te tratan: a las mujeres marroquíes, como subdesarrolladas; a los hombres, como delincuentes.
Ayaan Hirsi Ali afirma que la islamofobia no es una forma de racismo, pues el Islam no es una raza. Cierto, pero matizable. Alguien que por su aspecto parezca marroquí y/o musulmán puede sufrir islamofobia. Consulten el "Informe anual islamofobia en España 2017", que registró 546 incidentes islamófobos, veinticuatro de ellos sufridos por personas no musulmanas (por ejemplo, un sikh con turbante). Por eso hablo de racismo: lo que cuenta no es la fe sino es el color de piel y la indumentaria.
Dado que muchos sucesos no se denuncian, el informe solo refleja la punta del iceberg. De hecho, se trata de un racismo estructural: miles de personas con poder –policía, judicatura, recursos humanos, tribunales de oposición, arrendadores de pisos– comparten prejuicios similares y contribuyen a mantener el status quo. No es casual que llamemos a los españoles de origen marroquí "inmigrantes" de segunda o tercera generación, como si esta condición se heredara de padres a hijos. Aunque nazcan en España, siempre son recién llegados.
Simplificamos la realidad en un 'nosotros' y un 'ellos' (los musulmanes) que fractura la convivencia
En España invertebrada (1921), Ortega y Gasset proclama que los árabes no constituyen "un ingrediente esencial en la génesis de nuestra nacionalidad". Tampoco –infiero– la Alhambra ni la mezquita de Córdoba (rebautizada mezquita-catedral por el añadido cristiano); ni la guitarra ni el flamenco; ni las miles de palabras y expresiones españolas (desde "olé" hasta "si Dios quiere") procedentes del árabe. Es más, Aznar sugirió que los musulmanes pidieran perdón por "habernos" invadido.
También se les exigen disculpas tras cada atentado. Simplificada la realidad en un nosotros y un ellos que fractura la convivencia, la doble vara de medir funciona así: si eres español blanco, te ven como individuo y das cuenta únicamente de tus actos; si eres/pareces marroquí o musulmán, te señalan como parte de un todo y respondes por cada yihadista. Aunque no tengas relación alguna.
No debería sorprendernos que muchos musulmanes europeos se sientan alienados. Difícilmente los entenderemos con Michel Houellebecq como autor de referencia. Lean la autobiografía de Najat El Hachmi, prestigiosa novelista de origen marroquí. Traduzco del catalán: "Un país que era el mío […] de repente me rechazaba, no quería saber nada de mí. Mi otro país, abandonado tras el Estrecho, estaba demasiado lejos para poder hacerlo mío […]". (Jo també soc catalana, 2004).
El Hachmi convirtió este desarraigo en el humus de su creación literaria. En otros casos, el doble rechazo –"moros" en España, españoles en Marruecos– puede empujar hacia la radicalización. Así lo cree Hayar el Hniti, especialista en estudios coránicos. Ahora bien, el fenómeno es bastante más complejo. No siempre hay relación de causalidad entre discriminación y atracción por el yihadismo, como muestra el segundo capítulo de este reportaje del New York Times.
Recientemente, hablé con una amiga musulmana, estudiante de posgrado en Cambridge. La última vez que voló de Riad a Heathrow, fue retenida catorce horas en el aeropuerto londinense. Después la sometieron a un interrogatorio de hora y media. ¿Su crimen? En el avión olvidó cambiarse la abaya (vestido saudí de seda negra) por la indumentaria occidental, por lo que parecía sospechosa. Le pregunté si quería transmitir algún mensaje sobre los musulmanes: "We are not aliens, we are humans" [No somos alienígenas, somos seres humanos]. Una petición de mínimos, pero indicativa del trato que reciben en Europa.
*** Luis Castellví Laukamp es doctor en literatura española por la Universidad de Cambridge.