En primera fila, por la izda, Serrano Suñer, cuñado de Franco; Enrique Líster, el general comunista que derrotó a los italianos en Guadalajara; JM de Leizaola, dirigente del PNV en el exilio; Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de Falange. Detrás: el banquero Aguirre Gonzalo; Ramón Rubial, del PSOE, muchos años encarcelado por Franco; Raimundo Fernández Cuesta, alto cargo de la Falange, e Ignacio Gallego, del sector más prosoviético del PCE.
Vean la foto que un importante político español de la Transición nos hace llegar mientras se pregunta, irónicamente, si hoy sería legal. Fíjense en los fotografiados, en las miradas y en sus rictus. Cada uno con su solera vital y sus valores, sí. Pero nada de la vena del cuello inflamada de la 'nueva política'. No sería el primer disparo de la sesión; acaso tampoco el último. Pero fue el instante que mejor fijó un tiempo y un país que se dijo que 'tabula rasa' y que adelante.
La bandera de España en un lado, con un protagonismo latente pero no excesivo; la bandera dando un relato, una narrativa a la imagen en lo que en teoría de la fotografía se llama la ley de los tercios. Y luego fíjense de nuevo en el 'dramatis personae'. Vean a Serrano Suñer, el cuñadísimo después denostado por su cuñado Franco, el general que pasa el último verano en Cuelgamuros y que marca ahora la agenda interna/externa/única de Sánchez. Serrano Suñer con los ojos claros y cansados, como si el sol de la Historia y el sol a secas le hubieran secado la pupila azul. Quizá por eso entorna la mirada frente al fogonazo del fotógrafo. Al lado de Suñer, el general republicano Enrique Líster, al que su pistola valió la pluma de Machado en aquel célebre poema que volvió pólvora al tranquilo e hipotenso verso machadiano.
Deténganse en sus características cejas pobladas, un gesto que está entre la extrañeza y la socarronería por la insólita asamblea del posado. Puede que le haya sorprendido a él, que echó a los italianos en Guadalajara, que 50 años después la Historia se haya juntado en un estudio de fotografía.
La robusta, la rotunda rodilla de Líster toca levemente la de Jesús María de Leizaola, lehendakari en el exilio, peneuvista pragmático y pacífico, poeta que compiló los romances vascos y estudió la marinería que entraba y salía de puertos vascongados. Puede que al final las rodillas no se toquen y todo sea un error de perspectiva fotográfica e histórica. Leizaola denunció la violencia terrorista, sufrió el exilio, aportó más que su partido a la reconciliación nacional. En la instantánea sonríe amorosa e incluso beatíficamente; aunque estudió en los capuchinos de Lecároz, su actitud en el retrato -con las manos unidas a altura del bajovientre- es típicamente jesuítica: en todo amar y servir.
La sección femenina del posado nos la da Pilar Primo de Rivera, duquesa de La Mota. De rojo y negro, algunos años antes de morir eternamente soltera, viuda de un hermano, de un mito para algunos. El loco de Giménez Caballero la quiso casar con Hitler, porque la Historia también engendra monstruos y disparates. Vean cómo sostiene un bolso simbólico, un bolso que se intuye y que la hermana de José Antonio agarra con fuerza. Pilar Primo de Rivera, a pesar de las dioptrías, tiende la mirada al fotógrafo y hasta el infinito con algo de hieratismo; un hieratismo con bolso.
En la fila de atrás, junto a la bandera más nuestra, Aguirre Gonzalo, empresario y banquero y empresario, pues, desde siempre. La empresa y la banca. Consejero de más de cincuenta empresas, fue presidente de Banesto y una mano suya encuentra el equilibrio postural en la silla en la que Suñer parece descansar de una vida cuanto menos intensa.
También de pie Ramón Rubial, presidente del PSOE entre el 79 y el 99. Sus manos cansadas de tornero se agarran a la silla donde casi que yace Serrano Suñer. Su mirada no mira a un punto fijo; tantos años en el penal del Dueso y los barrotes le han dejado una mirada triste y abúlica que en nada tiene que ver con un socialismo que hizo lo que hizo por la convivencia y una España mejor. Rubial nunca llegaría a ver a Sánchez paseando con Torra por la Moncloa, y de eso que lo salvó el tiempo.
Completan este retrato velazqueño Fernández-Cuesta, que parece ser el único que no sonríe. Camisa vieja que sostiene con fuerza el bastón, que parece incómodo en el curioso 'retrato de familia', pero que ha acabado por plegarse y dejarse 'pintar'.
Cierra el plano, en el extremo, el comunista Ignacio Gallego. Debajo de la chaqueta un jersey rojo que se asoma. Parece que en su cara no hay rencor histórico pero sí cierta sonrisilla; es el único que fuma o que quiere fumar y un cigarro se le intuye en una mano que está a pocos centímetros de la Primo de Rivera. Su pasado entre el exilio, Argelia y Moscú le ha plateado el pelo.
La foto la firma el vitoriano Alberto Schommer. Los retratados y el retratista pueblan ya el patio de los callados, las regiones celestes. Entre ellos pudo haber muertos y consenso, odios que el tiempo fue limando. Hoy esa imagen es un imposible, un necesario desiderativo. La propaganda, la política y las televisiones parecen empeñadas en rentabilizar a fusilados y a paredones y a juicios sumarísimos que no son los suyos. Los personajes del retrato nos miran desde un tiempo y desde un espacio de necesaria 'tolerancia'; parecen decirnos que no se nos puede dejar solos. Que con los que mandan hoy tenemos imposible lo de la paz, la piedad y el perdón.
*** Jesús Nieto Jurado es columnista de EL ESPAÑOL