La medianía confirmada de Pedro Sánchez
Este volumen con las tapas azules y las letras doradas ha levantado una expectación inaudita. La última vez que se vio a la gente haciendo cola para entrar en una biblioteca fue en los años dorados de la Cajasur de Córdoba, laboratorio en el que se experimentó el primer postureo.
Los chavalitos con camisa y las chavalitas con perlas teníamos una concepción de la Facultad mucho más simple, a salvo de la retórica universitaria que utiliza conceptos tan horribles como investigación o tesis: nos matriculamos en Derecho como excusa para pasear por la judería. En mi currículum está colocada en un lugar preferente esa actitud. Siempre me dio mucha pereza lo otro.
En medio de esos entusiasmos estaban los jóvenes políticos, chimeneas de ambiciones. En la perspectiva se veía una lucha inhumana por formar parte de los consejos políticos, llevarse bien con algún profesor o desayunar con el rector. Normalmente convencían a los más cercanos -era más fácil-, otros estudiantes confusos capaces de aceptar viajes subvencionados a cambio de, meses más tarde, convertirse en delegados sin votos para que el partido mantuviese su cuota de poder en las instituciones estudiantiles.
Algunos muchachos opositores a Javier Arenas acumulan varios lustros en la carrera tratando de ordenar en el expediente el remix de planes, abandonados por las siglas en algún pupitre tras haber cumplido su función en el último eslabón de la clase política.
La exigencia de tener políticos preparados es un doble engaño: ellos convierten más parcelas de su vida en atrezzo con el que adornar sus trayectorias y nosotros estamos tranquilos creyendo en la posibilidad de encontrar alguien con talento en ese bosque de mediocridades. La cosa es gravísima: nunca una persona como Pedro Sánchez se habría planteado convertirse en doctor y ahí está, encuadernado, tangible, cum laude, atrapado por las líneas que fijan parte de su personalidad, como unos zapatos feos o una corbata blanca.
Al final, la espera de los periodistas no confirmó las expectativas. Sobre la mesa no había nada escandaloso, ni brillante ni perdedor, ni la sombra de una idea original ni de un bochornoso plagio, preferible ante la medianía que hallaron. La revisión del trabajo fue decepcionante: hubiera estado bien comprobar que Pedro Sánchez sólo fingía ser una persona insoportablemente mediocre.