Estaba claro que lo harían los nacionalistas. Para ellos, aunque invoquen virtuosamente la cultura, las lenguas son herramientas. ¿Para expresar? ¿Para comunicarse? No: para separar. Utilizan las lenguas como criterio de diferenciación -como antes se hacía con la raza- para distinguir la Tribu y señalar a los de fuera. Por eso el español, la lengua común, les estorba. Nosotros frente a Ellos: estamos evolutivamente predispuestos para aceptar esta dicotomía destructiva. Nos permite la satisfacción moral de ser parte de los buenos y la evacuación emocional contra los otros, convertidos en perpetuos chivos expiatorios de nuestra ira y frustración. Debemos estar permanentemente alerta contra esta tentación tribal, contra la que el único antídoto conocido es la democracia liberal.
Presentábamos en el Congreso una propuesta bastante razonable: que las lenguas cooficiales no puedan usarse como barreras. Que cualquier español pueda acceder al empleo público sin restricciones en cualquier parte de España. Que un gallego pueda trabajar sin problemas en Barcelona, y un mallorquín pueda hacerlo en Bilbao. No desperdiciar la ventaja de disponer de esa suerte de koiné universal que es el español. Que las lenguas cooficiales puedan ser un mérito, sí, pero dependiendo del puesto: no es lo mismo estar atendiendo al público que diseccionando cadáveres nada locuaces.
Esta mención no es trivial: el pasado mes de mayo, en Baleares, quedaron excluidos, por no disponer del certificado de catalán correspondiente, el 62% de aspirantes en anatomía patológica -peor fue en radioterapia, donde nada menos que el 89% de los aspirantes fueron rechazados por la misma razón-. Porque en Baleares la socialista Francina Armengol ha pretendido usar la lengua para imponer su proyecto identitario, no sólo por encima de la razón, sino también de la salud de los ciudadanos.
No es lo mismo disponer de una cartera de 10 profesionales que de otra de 100 que incluye a los 10 anteriores, por lo que la decisión de Armengol afectaba directamente a la calidad de la asistencia sanitaria. La presidenta demostraba así su orden de prioridades –identidad por encima de sanidad– que además decidía imponer a sus ciudadanos convertidos en súbditos.
Pero ¿y los socialistas? ¿No es la igualdad la bandera que dicen defender con mayor empeño?
En el Congreso los nacionalistas emplearon el movimiento en tenaza habitual. Por un lado, negaron el problema: no hay conflicto, el castellano no está siendo discriminado ni en la educación, ni en el acceso al empleo. Y simultáneamente, de manera furibunda, presentaron a Ciudadanos como los creadores del conflicto y la discordia.
El portavoz de Compromís llamó enfermo al diputado que había defendido nuestra propuesta, que fue definida como "macarra" por el de Convergencia/PDeCAT; el del PNV nos llamó falangistas; el de En Comú Podem nos calificó como "tiburones que huelen la sangre" poco antes de acabar, en un momento de exaltación, pidiendo la oficialidad del bable. Todo esto era más o menos previsible.
Pero ¿y los socialistas? ¿No es la igualdad la bandera que dicen defender con mayor empeño? Una vez más parece que se contentan con agitarla en el aire. De una manera extraña la diputada Perea i Conillas afirmó que con nuestra iniciativa pretendemos “atentar contra la Constitución”, que todo está claro en su artículo 3 –efectivamente, léanlo-, y que los de Ciudadanos “se están petando (sic) la Constitución por la puerta de atrás”, demostrando que, al menos en el Congreso, el español sí tiene algún problema.
Votaron no. La igualdad, la libertad de circulación, el libre acceso a la profesión, la calidad sanitaria… Todo ello lo supeditaron a los caprichos de los nacionalistas, a los que deben la estancia de Sánchez en la Moncloa. El PSOE ha muerto: viva el PSC –y el PSIB-.
*** Fernando Navarro es diputado de Ciudadanos.