El premio Nobel de la Paz de 2018 me ha producido una alegría inmediata y una satisfacción muy profunda. Llegué al Parlamento Europeo en 2014, y desde el principio fui consciente de la importancia del premio Sájarov a la libertad de conciencia, que concede la Eurocámara. Tiene un gran alcance simbólico y político, sólo por detrás, precisamente, del Nobel. Por eso he dedicado mucho trabajo, esfuerzo e influencia a promover a los candidatos que, en mi opinión, más lo merecían. En 2014 apoyé al doctor Denis Mukwege y en 2016 a la yazidí Nadia Murad. Ambos ganaron el Sájarov y ambos han sido galardonados este año con el Nobel de la Paz.
Pedí el Sájarov para Mukwege por ser un hombre dedicado a una misión que nadie quería, por centrarse en personas desamparadas y víctimas despreciadas. Es una eminencia de la medicina y podría estar en cualquier lugar del mundo ganando mucho dinero. En lugar de eso asiste a mujeres víctimas de violaciones en un país devastado por la guerra, la República Democrática del Congo. Allí, las violaciones son sistemáticas y brutales. Hay consecuencias físicas, psicológicas y sociales. Una mujer violada tiene poca vida por delante. Y a eso se dedica Mukwege: a devolverles la vida tratando su mente, su cuerpo y devolviéndolas a la sociedad como personas con derechos inalienables.
Respecto a Nadia Murad, la satisfacción se mezcla con la emoción por tratarse de una persona a la que he conocido bien, de cuyo equipo me considero parte. Cuando los terroristas de Daesh tomaron la región de Sinjar en Irak, masacraron y esclavizaron a la población local, de etnia yazidí. Nadia fue reducida a esclava sexual, y tuvo que ver cómo asesinaban a parte de su familia y a muchos de sus amigos y vecinos. Fue torturada y violada, pero consiguió escapar. Convertida en una refugiada, cualquiera hubiera entendido que se hubiera retirado buscando paz y consuelo. Pero Nadia hizo mucho más.
Confío que en unos años el Nobel de la Paz reconozca la lucha de la oposición venezolana en favor de la democracia
Se convirtió en una activista por la causa yazidí, dando a conocer el genocidio que había sufrido su pueblo y buscando la reparación de la Justicia internacional. Conviví con ella hace pocos meses, cuando vino a España a presentar su libro Yo seré la última y a buscar apoyo para su fundación. De apariencia dulce y frágil, pude comprobar que no se le cierra ninguna puerta. Se ha acostumbrado a recorrer el mundo y a tratar con las más altas personalidades (incluida nuestra reina, Letizia, con quien tuvimos ocasión de reunirnos en las Jornadas Europeas del Desarrollo en Bruselas), pero sigue siendo una mujer familiar, con sus afectos depositados en su tierra y en los suyos.
Cuando me preguntan con qué momento me quedo de los vividos hasta ahora en el Parlamento Europeo, digo que con el proceso que me llevó a proponer la candidatura de Nadia al Sájarov y su posterior concesión. Aunque el Nobel de la Paz se conceda en Oslo, considero que este premio completa esa gran experiencia, la de ayudar a una heroína de nuestro tiempo a lograr su noble propósito.
Un último apunte. En 2017 propuse para el Sájarov a la oposición y a los presos políticos venezolanos, y también lo ganaron. Confío que en unos años el Nobel de la Paz reconozca también su lucha contra la tiranía y en favor de la democracia. Y que eso signifique que han logrado sus objetivos.
*** Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (Alde). Acaba de publicar 'Eres liberal y no lo sabes' (Deusto).