Una trama de corrupción con conexiones que afectan prácticamente a todos los poderes del Estado, una presidenta defenestrada, un popular expresidente preso que lleva dos décadas convertido en el “gran elector” del país, un candidato acuchillado, grupos de mujeres enardecidas, granjas de bots, noticias falsas por montones y muchas, muchas, cadenas de WhatsApp. Todo eso y más contiene el guión de la campaña electoral del gigante brasileño. El resultado de esa mezcla explosiva no podía ser otro que la volatilidad que vimos el domingo en la avalancha electoral que hizo ganar a Bolsonaro en primera vuelta, muy por encima de lo que previeron las encuestas.
Lula aspiraba a volver a ser presidente, y llevaba la delantera en la intención de voto, con cifras superiores al 40% desde un año antes de las votaciones. La certeza de que no podría ser candidato no la tuvo hasta el 1 de septiembre, apenas cinco semanas antes de la primera vuelta electoral, cuando finalmente anunció la candidatura de Fernando Haddad.
Probablemente Lula se creyó capaz de repetir la proeza de 2010, cuando acababa de concluir su segundo período en la presidencia con cerca de un 85% de popularidad y pudo transferirle buena parte de ese caudal electoral a Dilma Rousseff, una gran desconocida. Lula la cargó sobre sus hombros y en los últimos 10 días de la campaña unos 15 millones de electores cambiaron su intención de voto.
En su reelección en 2014, tras cuatro años en la presidencia, Dilma volvió a subirse sobre Lula para lograr la reelección. Incluso las ínfulas de “gran elector” de Lula han tenido cobertura extraterritorial: Lula hizo spots de apoyo también para Michelle Bachelet en Chile, para Nicolás Maduro en Venezuela, Ollanta Humala en el Perú y para Evo Morales en Bolivia.
El apuñalamiento de Bolsonaro a dos semanas de las votaciones acabó marcando la agenda pública
Pero Lula ya no es el que era. No sólo porque está preso y no puede salir libremente a hacer campaña, sino porque Lula es también el jefe máximo de la cleptocracia en la que se convirtió el Brasil, con enormes ramificaciones continentales. Sus números de aprobación no son ya del 80%, sino de un más que respetable 40%. Ahora sabemos además que esos bellos spots que vimos en sus campañas y en toda Latinoamérica, con la diestra manufactura brasileña, eran parte importantísima del entramado de corrupción de Oderbrecht, y estaban bajo la batuta del estratega Joao Santana, quien también era parte fundamental de la trama.
El polémico Jair Bolsonaro fue apuñalado a dos semanas de la contienda, el incidente fue relativamente menor para la salud del candidato, pero muy significativo para la agenda pública. Como guinda, y para completar la potencia noticiosa del evento, el agresor dijo al confesar su crimen ser partidario de Nicolás Maduro.
Por otro lado, el rechazo generado por las declaraciones machistas y homofóbicas del candidato convocó a una importante manifestación femenina a nivel nacional, que en redes sociales se expresó bajo la etiqueta #EleÑao (Él no). La convocatoria fue importante y los partidarios de Bolsonaro la contrarrestaron con la etiqueta #EleSi. Ambos eventos obligaron a que la agenda pública girase sobre el eje Bolsonaro.
Lo cierto es que la sociedad brasileña fue forzada a escoger entre dos opciones extremas, y muy polarizadas. La batalla en las redes sociales dio cuenta del fenómeno claramente. A su manera, el extremista Bolsonaro es el hijo díscolo de Lula y el Foro de Sao Paolo.
Pocos partidos latinoamericanos, y quizás del mundo, pueden atribuirse las destrezas en ciberpolítica del PT
Pocos partidos políticos latinoamericanos, y quizás del mundo, pueden atribuirse las destrezas en ciberpolítica del Partido de los Trabajadores del Brasil (PT). Ello incluye las buenas y las malas artes. No sólo en términos de su capacidad de articular el ciberactivismo e incidir en la discusión pública, sino en cuanto a la creación de laboratorios de bots y cyberbots que orquestan participación para aparentar apoyo a políticas públicas, y dirigir hábilmente el astroturfing.
En 2014 crearon laboratorios de generación de noticias falsas para atacar a adversarios, desde blogs y páginas web de falsos activistas, con perfiles de ficción que fingían ser auténticos. Existe abundante evidencia al respecto: la BBC realizó una completa investigación de cómo el PT, durante la campaña que hizo ganar la reelección a Dilma, había creado perfiles falsos, falsos influencers, rumores y contenidos falsos como táctica corriente. No sólo eso, la campaña de Dilma Rousseff en 2014 también empleó la tecnopolítica, al recurrir a las bases de datos de los programas de ayudas sociales del Gobierno, y específicamente el de “bolsa familia”, el programa estrella con datos de hasta 50 millones de beneficiarios.
Con tan vasta experiencia en el tema de la posverdad, que el PT contribuyó a crear en Brasil, resulta llamativo el énfasis que en los días finales de la campaña por la primera vuelta Lula y Haddad le pusieron a las fakenews. Situados completamente a la defensiva, prácticamente cerraron la campaña manifestándose escandalizados por el auge de las falsas noticias, y creando un sitio web para desmentirlas. Lo cierto es que esas noticias falsas, que con seguridad existieron, corrían raudas por las cadenas de WhatsApp, pero con una discreción tal que hacía muy difícil detenerlas. Al menos no sin importante rezago. Un asesino silencioso.
La campaña de Bolsonaro fue relativamente modesta para la escala brasileña y con poca televisión
La campaña de Bolsonaro fue relativamente modesta para la escala brasileña y con poca televisión. Sin embargo, con unos 120 millones de usuarios, el WhastApp es en Brasil un monstruo comunicacional, discreto y opaco, con mínimas posibilidades de monitoreo. Por allí circuló pródigamente la información política. Otro animal de buen tamaño es el Facebook, con 139 millones de usuarios, claramente la principal red social del Brasil, casi del mismo tamaño del padrón electoral, que fue para esta elección de 147 millones de habitantes. Una estimación de ComScore, sugiere que el 95% por tiempo del tiempo que los usuarios brasileños gastan en redes sociales está dedicado al Facebook.
Y es que en el Brasil todo ocurre a gran escala. Son equivalentes a las elecciones de un continente: un punto de diferencia en intención de voto presidencial en Brasil implica la migración de un millón de electores. El PTB de la ciudad de Sao Paolo es mayor que el PTB de todo Chile. Un comando de campaña importante puede contratar mil grupos focales en su campaña y gastarse 30 millones de dólares sólo en producción televisiva. También la corrupción tiene unas dimensiones impresionantes, como muy bien dejó en claro el escándalo Oderbrecht.
Lula parece haber sobrestimado sus propias capacidades y la fortaleza del relato de víctima con su encarcelamiento, al tiempo de desestimar el impacto tremendo que tiene la corrupción como telón de fondo de toda la dinámica electoral en 2018. Recuperarse tras la derrota del domingo, ocurrida en proporción 2 a 1, es tarea poco menos que imposible, incluso para Lula…
*** Carmen Beatriz Fernández es presidenta de la consultora DataStrategia y profesora invitada en la Universidad de Navarra.