Estamos asistiendo los últimos días a la publicación del informe "The implant files" (Archivos de implantes) que denuncia prácticas abusivas por parte de la industria de la tecnología sanitaria y profesionales del sector. El empleo de determinados dispositivos médicos habría llevado a la aparición de múltiples efectos secundarios y consecuencias no deseadas a un gran número de pacientes.
Seguro que al margen de titulares más o menos espectaculares, alarmistas e incluso demagógicos, el uso de algunos de estos productos -no siempre relacionado con intereses económicos- ha carecido de los necesarios mecanismos de control por parte de las autoridades sanitarias y, por tanto, deberá ser castigado con rigor por la Justicia. Algo así no debe volver a producirse.
Pero, en mi opinión, estos lamentables hechos no pueden ser motivo para criminalizar la labor de un sector empresarial que, como veremos a continuación, es el más determinante en la aportación de valor a la Salud, como lo ha demostrado en las últimas décadas y va a seguir haciéndolo en el futuro.
La esperanza de vida ha venido aumentando significativamente a lo largo de la historia de la Humanidad. El hecho de que antes de la época de la revolución industrial hubiera una esperanza de vida media de 40 años, por poner un ejemplo, no significa que la gente viviera sólo hasta esa edad. La mortalidad infantil y las guerras eran las responsables de que buena parte de la población no superara los 20 o 30 años; pero también había quien llegaba a los 60,70 u 80 años.
La realidad supera a veces nuestra capacidad de adaptarnos y controlar las consecuencias de la innovación
A partir de la revolución industrial y en los países desarrollados, la intervención del Estado en las medidas de control de la Salud Pública (regulación de alcantarillados, vacunación, prevención de epidemias y enfermedades infecto-contagiosas, mejora de la alimentación, etc.) supuso un gran impacto en los indicadores de esperanza de vida. Todo ello ha provocado que, a finales del siglo XX, la esperanza media en los países desarrollados superara ya los 70 años. En cambio, en países con otros niveles de desarrollo, caso de África o Asia, se mantuvieron en niveles más propios de la Edad Antigua.
Pero una vez implementadas estas medidas de prevención y sistemas de control sanitario podemos afirmar, sin ningún género de duda, que en los últimos 30 años el incremento en la esperanza de vida en los países de nuestro entorno ha venido determinado de forma directa y casi exclusiva por la innovación tecnológica. Diversos estudios internacionales estiman una mejora de entre 6 y 10 años en este indicador gracias a la innovación tecnológica.
Los avances que desde hace 30 años vienen realizándose en investigación en las áreas con más morbi-mortalidad -infecciones, cáncer, cardiovascular y neurología- no sólo han contribuido a la mejora de la esperanza de vida, sino a crear el concepto de "esperanza de vida saludable".
Hoy, el gran problema con el que se encuentran los sistemas sanitarios de todo el mundo es el envejecimiento y la cronicidad de las enfermedades, como consecuencia precisamente de esa constante innovación tecnológica que contribuye decisivamente a alargar la vida. Y el futuro pasa, ahora ya se sabe que de forma necesaria, por la conquista de nuevas tecnologías relacionadas con la biotecnología, la genética molecular y la infotecnología, que nos permitan llegar a superar la esperanza de vida máxima natural a la que en la actualidad es capaz de llegar el ser humano.
El mayor problema es que los cambios van demasiado rápido como para controlarlos. La realidad supera nuestra capacidad de adaptarnos y controlar las consecuencias de la innovación. Y eso no pasa sólo en el sector de la Salud. No hay más que mirar lo que ocurre, por ejemplo, con la falta de control -y con ello la vulneración de derechos en la gestión- de los datos de los ciudadanos, a resultas del avance de las tecnologías de la información y las redes sociales.
No debemos hacer juicios de valor generalistas sobre un sector que trabaja para mejorar la esperanza de vida
El sistema cartesiano ya promulgaba en el siglo XVII que cualquier proceso de renovación requiere no romper con lo anterior. La realidad, en la actualidad, es que la innovación es tan disruptiva que impide que los sistemas de control que existen puedan acotar y vigilar sus efectos en la sociedad. A principios del siglo XX, el economista Joseph Schumpeter, en su teoría sobre la destrucción creativa con la que pretendía explicar las consecuencias que conlleva la innovación, decía que las nuevas tecnologías "desplazan a las antiguas produciendo fenómenos de prosperidad y depresión". Según lo entiendo yo, venía a decir que no hay innovación sin claros y oscuros.
Creo que lo más importante para todos los que nos dedicamos al sector de la Salud son los pacientes. Lo creo hasta tal punto de que no me importan las estadísticas de complicación o efectos secundarios de los casos. Como me enseñó mi padre, es mucho más importante el caso particular que la estadística, porque el fallecimiento o la complicación inesperada y prematura de un paciente puede dar al traste con todo lo que la investigación haya podido conseguir para él, su familia y generaciones anteriores.
No creo que debamos hacer juicios de valor generalistas sobre un sector que, más allá de intereses económicos, trabaja a destajo a fin de mejorar la esperanza y calidad de vida de las personas. Puedo garantizar que eso es mucho más satisfactorio que el dinero que pueda suponer esa aportación.
Hay que felicitarse porque la sociedad, en este caso la prensa, haya sabido identificar y denunciar prácticas abusivas en la aplicación de la innovación. Dejemos que actúe la Justicia si es preciso y pongámonos a trabajar para que hechos así no se repitan. Y dejemos también que siga fluyendo la innovación tecnológica porque sin, duda alguna, el futuro de todos está en sus manos.
*** Juan Abarca Cidón es presidente de HM Hospitales.