Este 2019 el PSOE va a cumplir 140 años, una efeméride que invita a ampliar la perspectiva sobre los tiempos que vienen. Desde que se aprobó la Constitución, los socialistas hemos gobernado en España durante más de 22 años, decisivos para la transformación del país. Pero este exitoso proceso de homologación democrática también ha estado acompañado de una pérdida de cohesión territorial, llevada al paroxismo por los independentistas.
El PSOE y particularmente el PSC no siempre han sido ajenos a esta deriva, especialmente cuando se llegó a formar un gobierno de coalición en Cataluña con un partido separatista y se aprobó un Estatuto que necesitó un importante ajuste del Tribunal Constitucional (solidaridad con otras comunidades autónomas, unidad del poder judicial, bilingüismo… ). El balance electoral desde esa época es que el PSC ha perdido dos tercios de sus escaños y el PSOE la mitad.
A la vez, en toda Europa, el paradigma socialdemócrata ha ido difuminándose al ir logrando sus principales metas. Pero alcanzarlas no significa que sean irreversibles. La falta de imaginación y valentía para actualizar el proyecto a las nuevas oportunidades y amenazas ha llevado a muchos electores a fijarse en los demagogos de la política. Sus soluciones simplistas ocultan una involución de valores que derrumbaría el avanzado Estado de bienestar y de derecho que hemos ido construyendo.
España es comparativamente a nivel internacional un país muy avanzado. Estamos en el 10% más alto en garantías democráticas y solo cinco países ofrecen una renta per cápita más alta para una población mayor que la nuestra. Sin embargo, tenemos un déficit crónico en igualdad: aunque nos situamos en el tercio superior de la tabla, estamos peor que la media europea.
Mi deseo es que el PSOE se sume a la causa que encabeza Valls, respaldando su candidatura a la alcaldía de Barcelona
En Francia, el reformismo progresista que en los 80 había representado Michel Rocard –con muchos puntos de contacto con la España de Felipe González– tuvo continuidad en las posiciones que Manuel Valls no dejó de defender y que volvieron a ponerse en práctica a partir de 2012. François Hollande le encomendó liderar un gobierno para renovar el pacto social en Francia y lograron algo de lo que no fue capaz ningún otro país desarrollado durante la crisis: hacer avanzar –aunque fuera tímidamente– el crecimiento económico a la vez que se reducía la desigualdad.
Valls, con su compromiso por Barcelona, ofrece su experiencia y visión en un terreno político difícil: renuncia a la torre de marfil donde podría guarecerse como ex primer ministro y vuelve a su ciudad natal para encontrarse que algunos lo repudian con ademanes xenófobos. En pocos meses, quien también fue alcalde de una ciudad obrera y ministro del Interior, ha demostrado lo atinado de sus propuestas para innovar en la política municipal, reconciliando la seguridad con la igualdad (son los más desfavorecidos quienes no pueden permitirse pagar para estar más protegidos), el turismo con la cultura, y el crecimiento con el respeto al medio ambiente. Además, al emerger ahora en España la ultraderecha que lleva décadas hostigando en Francia, adquiere especial relevancia su discurso en favor de sociedades abiertas y su decidida lucha contra ideologías iliberales como el nacionalismo y el populismo.
Se trata en suma, como en la divisa francesa, de la igualdad, la libertad y la solidaridad, que junto a la justicia y la paz cimentaron los mejores avances que el PSOE logró para y con la sociedad española. La odisea que intenta Valls es un símbolo del europeísmo. Pero su prestigio y talento no lo convierten en un candidato omnipotente, necesita el apoyo de muchas personas que compartan su compromiso y visión.
Por eso, expreso mi deseo de que el PSOE se sume a la causa que encabeza Manuel Valls, respaldando su candidatura a la alcaldía de Barcelona. Por la convicción de compartir los mismos principios socialdemócratas y la confianza en su capacidad para llevarlos a cabo consiguiendo que una candidatura constitucionalista sea la más votada en esta ciudad, capital de una Cataluña asediada desde sus propias instituciones por quienes incumplen su obligación de proteger a todos por igual.
Valls supone la oportunidad de comenzar a ensayar alianzas que permitan hacer política desde la centralidad
Que Ciudadanos también haya respaldado a Valls no debe representar un obstáculo, sino la oportunidad de comenzar a ensayar alianzas que desde el 26 de mayo en toda España serán la mejor opción para hacer política desde la centralidad constitucional y evitar el chantaje desde los extremos. El PSOE retomaría la noble tradición “socialista a fuer de liberal” que proclamó Indalecio Prieto.
Asustar con que Ciudadanos va a echarse en brazos de Vox solo busca los réditos electorales de la polarización, o es un pretexto para los propios tratos con independentistas. El constitucionalismo se reforzaría sin embargo reconociendo que Ciudadanos ha sido firme en negarse a entrar en un gobierno y ni siquiera pactar con Vox, un partido que dice respetar la Constitución pero en realidad ataca algunos de sus principales valores. El PSOE debe dejar atrás el estéril “no es no”: cuando se está en la oposición, las abstenciones e incluso los votos positivos pueden conseguir algunos de los objetivos que se prometió a los propios votantes.
Este cambio podría tener un gran arranque con un movimiento de Socialistas con Valls, comprometidos desde Barcelona y muchos otros lugares para conseguir una victoria que puede marcar un hito no solo para esta importante ciudad, sino también para el conjunto de Cataluña, España y Europa.
*** Víctor Gómez Frías, militante del PSOE, forma parte del colectivo Socialistas & Liberales.