Es cierto que en la decisión de Iñigo Errejón de dar la espalda a Pablo Iglesias han pesado los motivos tradicionales de la izquierda: el escozor de las purgas, la obligación del culto ciego al líder y el reparto de cargos. Sin embargo, detrás de las divergencias con el pablismo hay una discrepancia absoluta sobre la estrategia política y el objetivo a la hora de ejercer el poder o de influir en él.
Errejón está empeñado en plantear en España un proyecto populista puro. La primera fase consistió en usar una retórica que definiera la situación del sistema como una crisis terminal, en cuya agonía era posible plantear una solución global, una especie de régimen nuevo fundado en otro paradigma. El mecanismo político para esa transformación, tomado de una interpretación romántica e irreal de la historia de las revoluciones, era plantear una dicotomía antagónica entre lo existente -el régimen que solo beneficia a "los de arriba"-, y el interés del pueblo.
Los pablistas han construido Podemos, principalmente desde Vistalegre II, en enero de 2017, sobre esa idea populista del antagonismo. Esto ha supuesto que entendieran la política como la sublimación del conflicto, la vuelta de tuerca a la crisis, convirtiendo la vida social en un enfrentamiento extremo en todo, desde la lucha de géneros al animalismo o la identidad nacional.
Esto, dicen sus críticos internos, solo vale para tiempos excepcionales, iniciales y cortos, pero no para construir una hegemonía que permita la transformación del régimen desde dentro. A esto último se le llama agonismo, que es la propuesta de Chantal Mouffe que ha asumido Errejón.
Los errejonistas consideran que la fase antagónica ya está amortizada: ahora llega el momento del 'agonismo'
La fase antagónica de Podemos, creen los errejonistas, ya está amortizada, pero Iglesias, convertido en caudillo desde Vistalegre II, se empeña en continuar. De ahí viene su estancamiento en las urnas, incluso su retroceso, como se ha visto en Andalucía, donde han perdido 300.000 votos. Una vez superada la etapa de la irrupción, del aterrizaje con un discurso rupturista, debe llegar, según Mouffe (y Errejón), el momento del agonismo.
El antagonismo es un asalto al poder -”El cielo se toma al asalto”, como repetía Pablo Iglesias-, mientras que el agonismo constituye un asedio: ahogar al enemigo aprovechando sus carencias, y crear una hegemonía sociopolítica y cultural que permita el paso a una "democracia radical". Es decir; se debe pasar de la fase del discurso sobre el supuesto secuestro de la democracia por el régimen del 78, a uno basado en el uso de las reglas del juego formales e informales, las alianzas con los grupos laterales -el menguante PSOE madrileño, por ejemplo-, y la identificación con "el pueblo" recuperando el asambleísmo y el municipalismo participativo.
Errejón lo decía ya en 2014, en Le Monde Diplomatique, definiendo a Podemos como una "herramienta para la unidad popular y ciudadana", capaz de organizar el "descontento", y de activar a la gente para recuperar "la soberanía y la democracia, secuestradas por la casta oligárquica". A partir de ahí, en medio de un cuestionamiento del régimen del 78, decía, "existen condiciones para que un discurso populista de izquierdas [...] articule una voluntad política nueva con posibilidad de ser mayoritaria". Eso es "crear pueblo", señalaba Errejón siguiendo a Mouffe
Los riesgos del 'errejonismo' para la democracia liberal son mayores que los del 'pablismo' porque busca embaucar
Es aquí, en nueva y mayoritaria, donde no encaja la alianza con los comunistas ortodoxos de IU, dirigidos por un Alberto Garzón abrazado a la dialéctica, práctica y simbología leninistas. Es imposible, creen los errejonistas, conseguir la hegemonía enarbolando la bandera de la URSS, la republicana, o adoptando el centralismo democrático como mecanismo de funcionamiento interno. Es decir; el sorpasso al PSOE no se podía producir en 2016, ni hoy, atándose a un fracaso del pasado, como el comunismo, IU o la Segunda República, sino con una propuesta populista pura.
La única manera de ser mayoritario, piensa Errejón siguiendo a Mouffe, es "crear pueblo" con un estilo populista que atraiga a grupos identificados con la construcción de una "democracia radical". Por tanto, no es el eje izquierda-derecha, como defiende Iglesias, sino el de arriba-abajo. Esa nueva perspectiva, dicen los errejonistas, constituye la "fuerza del cambio".
No se trata, por ende, de la política, como apunta Iglesias, que parece contentarse con la subida del SMI o de la ayudas a la dependencia, sino de lo político; es decir, de cuestionar las bases de la convivencia, de cómo se entiende la democracia, y del reto que debe fijarse la sociedad. Esto es una traslación de las ideas de Mouffe, adaptando al socialismo del siglo XXI los planteamientos de Carl Schmitt sobre la dialéctica amigo-enemigo, que se diluye al entenderlo solo como oponente con el objetivo de crear dicha hegemonía, y lo político.
Los riesgos del errejonismo para la democracia liberal, en consecuencia, son mayores que los del pablismo. Mientras éste crea conflictos extremos y se contenta con medidas de izquierdas al viejo uso, el otro, el que representa Errejón, pretende embaucar a la ciudadanía con un estilo populista y usar las instituciones para, lenta y legalmente, ir cambiando el régimen.
El populismo puro como opción hegemónica de gobierno, no puede ser otra cosa que una pesadilla hecha realidad
Si Iglesias representa a un izquierdismo previsible, el populismo puro de Errejón recuerda a fórmulas gastadas en el siglo XX presentadas como nuevas. Me refiero a aquellas propuestas populistas que se vendieron como una forma de profundizar y modernizar la democracia y la justicia social, pero solo sirvieron para enmascarar el ascenso al poder de un grupo político autoritario que deseaba arrinconar a una parte de la sociedad, recortar la libertad, y crear una identificación entre el Estado, el partido del gobierno (patriótico, salvador, democratista,...), y su nueva casta dirigente.
La crisis política de nuestro tiempo, aquí y en el resto de Europa, no se soluciona con un poder paternalista y omnipresente, garante de una verdad oficial, creador de pueblo, fundado en promesas de seguridad constante y universal, y en ajustar cuentas con las injusticias y los injustos; en definitiva, con un posmarxismo populista.
Europa ya pasó por ahí, por esas propuestas supuestamente transversales para reconstruir la comunidad sobre los buenos, nuevos y verdaderos valores que atendían al interés del pueblo o de la raza. La aspiración de Errejón, ese populismo puro como opción hegemónica de gobierno, no puede ser otra cosa que una pesadilla hecha realidad para cualquiera que ame la libertad y la democracia.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos, en la Universidad Complutense.