El liberalismo surgió a finales del siglo XVIII como una doctrina filosófico-económica y política, un resultado natural de la Ilustración y en claro enfrentamiento con el absolutismo monárquico, religioso y militar; su base esencial era la defensa de la libertad individual y el predominio de la razón sobre las supercherías atávicas.
Aunque la fortaleza de la democracia liberal parecía incuestionable a finales del siglo pasado, especialmente tras el derrumbe del régimen soviético y sus países satélites, la situación actual plantea serios nubarrones que el mismo autor del mítico libro El fin de la historia y el último hombre, Francis Fukuyama, analiza en su último trabajo sobre los populismos identitarios.
En realidad, como en un deja vu hegeliano, vuelven a repetirse los esquemas de los años treinta, con el apriorismo de utopías emocionales enfrentadas y a la vez interalimentadas en un anhelo hegemónico de barrer cualquier atisbo de moderación, por considerarlo pusilánime. Esto incluye un cuestionamiento de las estructuras políticas tradicionales y la historia común, así como un olvido de la ética de la verdad, al asumir el valor de las mentiras (fake news o verdades alternativas) como arma política, desembocando en la cosificación del adversario y en un discurso egotista con una disrupción de la empatía social.
Como todas las utopías, esos populismos (de izquierda o derecha, de género, de religión o de deificación nacional) se fundamentan en un análisis sesgado y erróneo de la realidad y dado que sus objetivos finales son inalcanzables por su propia naturaleza, siempre dan lugar a las peores distopías.
Es justamente en estos momentos de ruido y furia donde se hace más necesaria la alternativa liberal
España, no se ha quedado al margen de esas tensiones y aunque han tardado en llegar, ya están aquí (en realidad desde hace mucho), en este caso aderezadas con el problema orteguiano de la vertebración nacional. Ahora nos encontramos inmersos en una primavera febril de distintas convocatorias electorales que sólo los idiotas pueden obviar (tomado el término en su raíz etimológica griega, idiota, es decir aquél al que no le interesa la política); pues una gran parte de nuestro futuro individual y colectivo se decidirá con cada voto.
A ello se añaden los efectos potenciales de la cuarta revolución industrial, donde las diferencias sociales generadas por la brecha tecnológica (inteligencia artificial y robótica), el uso del big data aplicado a las redes sociales y la pérdida de la privacidad individual, además de la ingeniería biomédica, pueden ser brutales; especialmente sobre una población desinformada y con unos gobernantes que no asumen los análisis correctos.
Es justamente en estos momentos de ruido y furia donde se hace más necesaria la alternativa liberal. Es decir, es imprescindible poner en valor el liberalismo del siglo XXI asentado en las ideas más actuales de la potencia de la verdad de los datos y de la naturaleza humana, junto con el desarrollo del Estado del bienestar, la búsqueda de la regeneración política protegiendo a la democracia de sus enemigos -en el sentido popperiano-, además de la economía basada en el conocimiento científico y las reglas de la libre competencia; todo ello dentro de la defensa de la igualdad de oportunidades y el mérito frente a los privilegios, a las redes clientelares y al igualitarismo alienante. Esa alternativa liberal se debe construir sobre los valores de la Ilustración y es imperativo que los sostenga como la única salida política de la razón y la verdad, frente a las vísceras y la manipulación.
Los estudios de la nueva antropología sostienen que en la evolución del Homo sapiens frente a otras especies humanas, y su predominio en este planeta, fue esencial el desarrollo de las facultades cognitivas, junto a las habilidades sociales relacionadas con el trueque y el comercio; es decir la razón (ese “pensar lento” del que habla el Premio Nobel Daniel Kahneman) y el mercado, aspectos esenciales en la alternativa liberal y que apoyan la inmersión de esta ideología en lo más esencial del ser humano y de su fuerza evolutiva.
En la política actual parece que la alternativa liberal no es sexy y su racionalismo puede resultar aburrido
Sin embargo, en el momento de votar, parece que una gran parte de los electores se rige por aspectos meramente emotivos en la toma de decisiones que pueden generar unos efectos dramáticos en su calidad de vida. Eso de que los pueblos nunca se equivocan es falso, especialmente cuando el temor y las emociones mal entendidas se adueñan de su voluntad y la historia de los dos últimos siglos es muy clarificadora. Se trata, obviamente de ese “pensar rápido” del que el referido Daniel Kahneman sostiene como la niebla que nos impide ver el camino correcto y suele ser causa de las mayores desgracias.
En la política actual, llena de coaches, asesores de marketing e imagen, expertos de comunicación y gurús de los trackings, parece que la esencia de la alternativa liberal no es sexy y su racionalismo programático puede resultar aburrido y reñido con lo emotivo. Como casi nadie profundiza en los programas políticos y hay desconfianza de su cumplimiento, estos se van reduciendo a mensajes de Twitter e improvisaciones sobre la marcha.
Pero ese también es un análisis equivocado, de nuevo las investigaciones en antropología sugieren que otro de los grandes motores en la extensión de nuestra especie fue la capacidad de comunicar y asumir colectivamente relatos míticos que aunaban voluntades, tal y como sostiene Yuval Noah Harari. Uno de esos principales relatos es la misma idea que origina la filosofía liberal: la libertad individual.
Es esa libertad la que esencialmente propugna y defiende la actual alternativa liberal, pues el peligro liberticida inunda todos los populismos. Ese sí que es un factor emotivo superior a cualquier campaña de imagen. Es esa libertad “tanto positiva, como negativa” a la que se refería Isaiah Berlin y que nos hace dueños de nuestros destino, capitanes de nuestro velero, esencia de lo que somos. Si eso no da un valor emotivo a la alternativa liberal, es que ya no existen emociones en el mundo.
*** José María Rojas Cabañeros es profesor de Investigación del ISCIII y fue el coordinador del Programa Electoral de Política Científica de Ciudadanos para las elecciones generales de 2015 y2016.