El estado mayor socialista supo leer los resultados andaluces y, como en el judo, aprovechó la fuerza del adversario en contra de él. Sagazmente se dio cuenta de que tenía que coger el rebufo de la aparición e impulso de la derecha radical para convocar las elecciones generales, sabedor de que, con nuestra ley electoral, quien fragmenta su voto muere.
Para ganar unos comicios en España es imprescindible conocer bien la ley electoral y que el electorado del rival no se la sepa.
La conjunción de la fragmentación y el desconocimiento de la regla electoral ha desembocado en una victoria del partido en el gobierno y en el naufragio de su mayor rival. Además, la victoria permite al vencedor poder elegir entre varias opciones para gobernar. Una jugada maestra, si pensamos que la diferencia entre los sedicentes dos bloques ha sido de 108.000 de votos, es decir, el 0,4% de los votos emitidos.
Si introducimos en la ecuación la ingenuidad de la derecha radical, que creía que iba a conseguir el medio centenar de escaños que le facilitaban los surtidores mediáticos, tal vez con perfidia, nos iremos aproximando a una visión justa de lo sucedido.
Y lo que se ha impuesto es el miedo, por una parte al “trío de Colón”, que hizo movilizarse al electorado de izquierdas, que en las elecciones andaluzas se quedó en casa, y a gentes moderadas, que se encontraron abandonados por sus partidos tradicionales, ante el temor a la alianza con la derecha más vociferante.
En la otra orilla, el espantajo desplegado de un posible indulto a los golpistas y a la celebración del referéndum que pretendía insuflar recelo a los votantes inclinados a la izquierda.
El método de asignación de escaños ha sido determinante en dos docenas de provincias, medianas y pequeñas
A estos miedos se añadió la incapacidad del centro y la derecha para buscar un acuerdo, que hubiera producido réditos inmediatos, al menos en las elecciones para el Senado.
La víspera de reflexión, mientras tanteábamos el pan brioché en un abrigadero de la sierra madrileña, llegó un misil, que resultaba exótico porque la caprichosa normativa electoral prohíbe los sondeos de vísperas. El mensaje, procedente de ámbitos andorranos, anticipaba los resultados de las elecciones del día siguiente, probablemente en un intento de confundir a quienes todavía andaban indecisos.
El mensaje, nada sutil, atribuía un descomunal resultado a la derecha radical y sólo podía tener dos orígenes: quienes querían sembrar el miedo o los que trataban de atraer a los indecisos. En cualquiera de los casos, el contenido de esta supuesta información pudo contribuir a sazonar unos resultados, ya teñidos de prevención y miedo por el ruido y los argumentos de la campaña electoral.
Un belga, Victor d’Hondt, profesor de derecho en la Universidad de Gante, ideó el método del promedio mayor para asignar escaños en sistemas de representación proporcional y este sistema ha vuelto a ser determinante en dos docenas de provincias, medianas y pequeñas, donde el centro derecha -como prefieren etiquetarse los populares, tras el batacazo- no ha obtenido escaños yendo a parar sus votos a las arcas del partido socialista.
La merienda, ataviada con mantequilla de Soria y mermelada de mora, se convirtió en marco de discusión de amplio espectro, en el que tenían cabida Rajoy, Cataluña, los debates, la ley electoral, el cohete andorrano, el discutido truco del 1-1-1 para el Senado y una docena más de cuestiones muy adecuadas para animar la discusión.
Quizá desde aquel lejano 15 de junio de 1977, cuando España puso de largo la democracia restaurada, no se había percibido tanta pasión en unas elecciones. De ahí que fuera posible anticipar que la participación batiría récords, como así fue. Y ese arresto tuvo que soportar lamentos, entre el escepticismo (“muy seguro debes estar”) y el desdén (“qué osadía”).
El 28-A ha destapado las estrategias de quienes quisieron estar a la vez en la derecha, en el centro y en la derecha radical
Pero llegó paco con la rebaja y las televisiones fueron confirmando los porcentajes de participación y lo que presagiaban los sospechosos y denostados sondeos.
El espectáculo de quienes participaron en los debates televisivos y las maneras de quienes no tuvieron la posibilidad de hacerlo, habían anticipado lo que luego pasó. La pendencia entre los herederos del centro (donde se han ganado siempre las elecciones) se hizo muy visible para los atónitos espectadores, que no daban crédito al lanzamiento de trastos a la cabeza. Y eso que faltaba el tercero de la performance de Colón.
Por el contrario, la contención de quien, Constitución en mano (saltándose los dos primeros artículos), transmitió urbanidad y contención, produjeron sin duda frutos, aunque en cuantía insuficiente, ya que la caída fue un sonoro barquinazo, secuela, esta vez, de divisiones internas. Los partidos que sufren ese padecimiento lo han pagado siempre muy caro.
El desnudo integral de los resultados permitió destapar las estrategias de unos y otros. La de quienes pretendieron querer estar -a la vez- en la derecha tradicional, en el centro y en la derecha radical. La pericia, inflada de oportunismo, sumada al dietario de la corrupción, convirtió esa opción, que no hace tanto había obtenido una mayoría absoluta, en un desdibujado facsímil, irreconocible para un electorado, que encontró refugio en remedios sucedáneos, que, a su vez, rivalizaban entre si.
También se han visto las cartas de quienes pasaron de los medios, abarrotando locales cautivos y refugiándose en las redes sociales y las de quienes, agazapados, casi se limitaron a servirse del dividendo que proporciona el miedo.
Los votantes, cansados ya del reclamo ferial: "pasen y vean, señores, pasen y vean", van haciendo callo. De tal manera que, al día siguiente, la Bolsa siguió replicando el Eurostox, la prima de riesgo -en mínimos históricos- bajó al 103 y la tranquilidad se impuso en el frente económico, al que faltó tiempo para reclamar un gobierno de coalición. Como hizo el intrépido Financial Times.
El miedo ha hecho que la izquierda y los secesionistas avancen, mientras el centro y la derecha eran incapaces de pactar
El miedo ha hecho posible que la izquierda y los secesionistas sigan avanzando, mientras el centro y la derecha eran incapaces de ponerse de acuerdo, ni tan siquiera para conservar una mayoría en el Senado.
A la gente que va al cine le gusta un final feliz. Claro que luego los productores se enfadan con la menguada taquilla, porque unos equivocan el guión (echando la culpa a quien no la tiene), otros no dirigen bien a los actores (ese trío vestido de negro para saludar la derrota), o el desarrollo de la trama es sincopado (no han tardado en cambiar el slogan) y así sucesivamente.
El miedo ha obsequiado con un dividendo sustancioso a quienes han logrado amansar los temores. Eso no quiere decir que todos los miedos hayan desaparecido. Están coleando en una parte sustancial de la opinión, que se ha enterado de las previsiones del Gobierno, comunicadas a la Comisión Europea, que contemplan una subida adicional de "la presión fiscal" de más de 26.000 millones en cuatro años.
Esta subida de impuestos se ocultó en los debates, para soslayar el miedo de las afligidas clases medias y con objeto de que no pasara factura en las urnas.
Pero ya estamos a otra cosa: las próximas elecciones y después, sólo después, el nuevo Gobierno. En solitario o acompañado. Ya se verá.
Entretanto. ¡Silencio, se rueda!: “Satisfacción inmediata”.
*** Luis Sánchez-Merlo es abogado y economista, y fue secretario general de Moncloa durante el Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo.