Valls, el desvalimiento
El autor analiza la figura de Manuel Valls, su irrupción en la política española y su alejamiento de Cs tras haber demostrado ser un personaje "ingobernable".
No es el político excéntrico y campanudo dotado de una ironía irreverente plagada de medias verdades y un cucurucho en la cabeza para atizar el brexit, como Boris Johnson. Más bien aparenta ser un hombre con la muda ordenada, no proclive a la apoteosis del acontecimiento, aunque se alzara, como un Rambal que diría mi madre, para aplaudir a la alcaldesa en sandalias planas.
Le ha tocado hacer de conciencia subjetiva ante personajes y situaciones. Y lo ha hecho con la tranquilidad de tener pagada la luz, aunque solo se relaje cuando cree que ha ganado.
De manera que desplegando irisadas plumas de pavo real por los salones de Madrid y Barcelona, ha acaparado la atención del panolismo manso de la burguesía, que le ha escuchado embobada, mientras arremetía contra la vulgaridad ambiental y la derecha radical.
Catalán de fábrica sin aspavientos, este hombre cortés y adusto a la vez, que se ha despedido de sus anfitriones de forma poco elegante, es la novedad del momento post electoral. No se anda con rodeos para tratar de agradar y dice lo que más le conviene. No despliega empatía alrededor pero no le importa. Dice que ha venido para quedarse y se mueve con el traje de faena de haber sido primer ministro. Es un fino estilista pero cuando clava las zapatillas en la arena es inclemente, aunque no aplique idénticos estándares a los extremos.
Poco ha tardado en autenticar el desencanto de su primera incursión, aunque se haya apresurado a decir que no se rinde. Tampoco tiene intención de hacer según qué cosas para quedar bien. Ha llegado en un momento feo, en que se ha hecho presente el odio organizado y los que han sido requeridos para que se abstengan no están dispuestos a hacerlo y a que el orfebre del no es no se salga con la suya, repantigándose en la silla curul de la Cuesta de las Perdices.
La primera sorpresa surgió cuando dijo que se quedaba, aunque no diera detalles sobre lo que pensaba hacer
Cuando anunció que se iba a instalar en Barcelona para competir por la alcaldía, recibió una primera bocanada de escepticismo ¿un francés en el Raval? Tuvo que empezar el boca a boca social con quienes veían, con regocijo, a un aguerrido jacobino dispuesto a plantar cara ¿en catalán o en español? En catalán.
Con exiguos medios (lo más odioso de todo esto es tener que pasar la gorra), le costó aparejar un equipo de circunstancias para botar Barcelona Pel Canvi-Ciutadans. Y tardó en aprenderse sus nombres.
El júbilo que cabía esperar entre los más confiados en su intento no acabó de prender y el divorcio con su jefe de filas tampoco tardó en germinar. Ni a él se le vio el pelo en la vuelta a España de su avalista, ni su jefe de filas apareció en la campaña municipal. Se limitó a coger el Ave para que no le pusieran falta en la foto de Colón. Raro noviazgo de conveniencia.
Lo primero que no se entendió fue cómo era posible que, tras el cataclismo del socialismo francés y el triunfo de Macron (no consiguió que le sentara a su vera), un bonito curtido en el manierismo se volviera a calzar los guantes, con el riesgo de acabar siendo concejal de cuchara en el consistorio barcelonés. Como así fue. Ese fue el primer signo de desvalimiento. Y muchos pensaron que, si no se salía con la suya, ser alcalde, “se volvería por donde vino”.
La primera sorpresa surgió cuando dijo que se quedaba, aunque no diera detalles sobre lo que pensaba hacer, pues a la primera de cambio dio esquinazo a la primera junta municipal de portavoces del consistorio. Difícil de entender la ausencia pero explicable si tenemos en cuenta que, después de ponerse de pie para aplaudir, en solitario, a la alcaldesa que revalidó gracias a sus votos, lo primero que decidió la muy desagradecida fue colgar un lazo amarillo en la fachada del Ayuntamiento.
El nuevo edil se limitó a decir que estaba evaluando la situación política creada tras el anuncio de ruptura de su coalición por parte de Cs, y que se manifestaría sobre el asunto “en el momento oportuno”, tras analizar con su equipo (es decir, con la concejal que se mantiene fiel) el nuevo escenario.
Su apelación a la abstención de Cs en la investidura ya no se tiene de pie: equivaldría a una adhesión incondicional
El aval para confiarle la gestión de una gran urbe, con serios déficits de gestión y excesos ideológicos estribaba en haber sido primer ministro. Sobre el papel no tenía oponente, pero la realidad siempre resulta distinta. Sus resultados fueron mediocres, lo que para la autoestima debió resultar insoportable. Pero mostró reflejos, ofreciendo sus votos de forma incondicional para evitar que Barcelona fuera punta de lanza secesionista. “Yo no tenía que negociar una decisión tan importarte con Cs, lo asumo”. Ahí empezó el final para otros y su propia resurrección. Una jugada maestra.
Desde que la derecha radical consiguió una cosecha inadvertida de votos en Andalucía que le permitía poner condiciones, venía incubándose algo que resultaba incómodo para todos, especialmente para Ciudadanos. En su opinión, el simple trato epidérmico con la derecha radical, “reaccionaria y anti europea”, entrañaría riesgo de contagio. Para terminar con el estoque de madera: “Con Vox acabas ensuciándote las manos y, de alguna forma, el alma”.
También evidenció que Cs, inmerso en la “lucha de derechas”, hubiese dejado “huérfanos” a muchos de los votantes que apostaron por Arrimadas en las elecciones autonómicas del 2017. No le falta razón cuando se queja de “una estrategia consistente en buscar el cuanto peor, mejor, sin plantear una alternativa en Cataluña”. Tampoco se puede pintar siempre España en blanco y negro”. Y redobla: “Compartí muchas cosas con ellos pero, poco a poco, se fue convirtiendo en un partido diferente”.
Su apelación a la abstención de Cs en la investidura ya no se tiene de pie porque la ausencia de un planteamiento elemental, por parte del requirente, equivaldría a una adhesión incondicional, sin mínimo común denominador ni máximo común múltiplo.
Puestos a ordenar el talento, sería un combativo ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España, que ha dado muestras de decir lo que piensa, “no hay presos políticos y no hay exiliados” y practica un talante que no se lleva en estanques remansados por la prudencia y el miedo. Pero no caerá esa breva, si en la decisión final prima el recelo de la ingobernabilidad del personaje, acreditada en el año que lleva entre nosotros.
Ahora mismo, Valls es una secuela del desvalimiento al que le ha llevado la falta de familia política que tenía, ha perdido y necesita. Siempre le queda la opción de recalar en la Lliga Democrática que bien podría ser el germen de un centro no secesionista, susceptible de aportar sensatez a un afligido paisaje político donde el verdadero problema es la convivencia democrática.
*** Luis Sánchez-Merlo es escritor.