El 9 de agosto de 1913 nacía en Cádiz Mercedes Formica. Hija de José Formica-Corsi, un afamado ingeniero industrial, y de Amalia Hezode, fue la segunda de seis hermanos: María Luisa, Elena, Margarita, José y Marita.
Lo que tendría que haber sido una vida cómoda y feliz, propia de una familia acomodada, pronto quedaría inundada de melancolía. Y es que, desde bien temprano, Mercedes presenció la traumática experiencia matrimonial de su madre, una mujer de extraordinaria formación –sabía inglés y francés– con un destino marcado: ser madre y esposa, sin importar su bienestar.
Si Amalia Hezode no pudo rebelarse contra este determinismo, sí se negó a que sus hijas perpetuasen su ejemplo. Al querer escolarizar a sus tres hijas mayores en un centro religioso de Sevilla, a donde se trasladan en 1924, la monja que la atendió, al conocer su deseo de que las niñas hicieran carrera, le advirtió de que, si esto ocurría, nunca se casarían.
Las chicas estudiantes ocupaban, a ojos de la sociedad, una situación ambigua, mezcla de prostitutas y cómicas. Afortunadamente, Amalia Hezode no se rindió, siguió buscando y tuvo la suerte de escuchar los consejos de una española evolucionada con la que habló, una mujer capaz de valerse por sí misma.
Se trataba de una profesora de la Escuela Normal granadina y su historia le emocionó. Gracias a ello, Mercedes Formica fue la primera mujer que estudió el bachillerato en el colegio del Valle de Sevilla (María Luisa, la hermana mayor, había fallecido en 1927), y también la única alumna matriculada en Derecho en la Universidad Hispalense, en el curso 1931-1932, estudios que alternó ese año con los de Filosofía y Letras.
No cabe duda de que la República creó un ambiente más benigno sobre la cuestión de la mujer y los estudios superiores. La idea de Amalia Hezode era que sus hijas alcanzasen el “derecho al amor”, es decir, que la vía de los estudios les proporcionara una profesión con la que poder ser independientes económicamente, y, de esta manera, contemplar el matrimonio como una elección, no por interés o colocación.
Todas las mujeres podían ser acusadas de adulterio en España sin haberlo cometido: bastaba con tener un cómplice
El matrimonio de los padres de Mercedes Formica llegaba a su fin en el otoño de 1933. La Ley de Divorcio de la II República, aunque pionera, mantuvo el humillante precepto del depósito de la mujer, al considerarse el domicilio conyugal “casa del marido”. La mujer debía vivir bajo la tutela de un depositario, concertado por el marido -aunque este fuese un maltratador-, o incluso en un convento, y con restricciones para estar con sus hijos.
En el caso de Amalia Hezode, la patria potestad se la concedieron al marido, mientras que ella recibió la guarda y custodia. Fue depositada en Madrid, lugar al que marchó acompañada de sus hijas, a una especie de muerte civil, con una pensión incierta y vendidos o disimulados muchos bienes sin su consentimiento.
Lo que más dolor le causó fue vivir para siempre alejada de su único hijo, que, con seis años, fue enviado a un internado a Gibraltar, con la condición de que pasara las vacaciones, alternativamente, con sus padres. Esta cláusula no se cumplió para la madre, pues, haciendo uso de su poder, el padre buscaba un pretexto con la aquiescencia del juez, que lo veía bien porque la propuesta era adecuada para el futuro del menor. Cualquier cosa parecía ser más beneficiosa que estar con su madre y hermanas. Eran leyes hechas por y para los hombres.
Sobre esta experiencia, Mercedes Formica elaboró la novela corta Bodoque, publicada entre 1944 y 1945, y que ha sido reeditada por la editorial Renacimiento (Espuela de Plata). La edición contiene, asimismo, el cuento La mano de la niña, divulgado en 1951, en el que se observa la ausencia del pequeño para las hermanas, en especial, para la más pequeña, Marita, que lo extraña y no entiende por qué no puede estar, no ya con su padre –que tampoco se preocupó mucho de estar con sus hijas–, sino cerca de su hermano. La niña falleció en 1945 con esa tristeza.
Mercedes Formica también escribió la novela A instancia de parte, que salió en 1955 y fue premio Cid de la Cadena SER. En ella destapaba, valiente y magistralmente, la escandalosa desigualdad existente en el tratamiento del adulterio, penado únicamente en el caso femenino.
El adulterio era delito y se perseguía, no por el Estado, sino a instancia de la parte ofendida, esto es, del marido. Todas las mujeres podían ser acusadas de adulterio en España sin haberlo cometido: bastaba con poner en marcha un escenario, con la ayuda de algún cómplice, para que la mujer, inocente, fuese cazada en la trampa. Las leyes permitían hacer este tipo de encerronas, que, por otra parte, eran conocidas en la sociedad.
Las mujeres maltratadas ayudaron a Formica a percibir la dura realidad de las leyes, que no se aprendía en los libros
Al ser el adulterio causa de separación, el hombre quedaba liberado de la mujer para poder vivir, por ejemplo, con una nueva compañera. El hombre se quedaba con los hijos, si los tenía, mientras que la desdichada condenada debía pasar por el depósito y la prisión menor, bien en una cárcel o en un convento de arrepentidas. Tras ello, llegaba el escarnio público: locas, deshonrosas, impuras..., con lo que quedaban señaladas para siempre.
Formica finalizó la carrera de Derecho en 1949 en Madrid, estando ya casada, y, al poco, se dio de alta en el Colegio de Abogados y abrió un bufete en su domicilio del Paseo de Recoletos (fue una de las tres juristas en activo de aquel Madrid). Sus clientas, mujeres maltratadas, en su mayoría, le ayudaron a percibir la dura realidad de las leyes, que no se aprendía en los libros.
Si Formica debe ser recordada como una gran luchadora por la igualdad en tiempos en los que las mujeres poseían menos derechos que nuestros menores de hoy, y si promovió una campaña de repercusión internacional que desembocó en la reforma de 66 artículos del Código Civil en 1958 -la primera llevada a cabo desde la promulgación de este cuerpo legal en 1889, y que afectó al Código de Comercio, Ley de Enjuiciamiento Civil y Código Penal- se debe al profundo amor que sintió hacia su madre y a la necesidad de paliar tanta injusticia hacia el sexo femenino: por sororidad.
Se suprimió el depósito y se incluyó el concepto “domicilio conyugal”, de forma que los jueces, en caso de separación, decidirían quién debía permanecer en él. Se equiparó el problema del adulterio (dejó de ser delito en 1978), entre otros aspectos.
Con todo, el feminismo no termina de aceptar a Formica por su vinculación falangista juvenil (entre los 20 y los 23 años perteneció a la rama femenina del Sindicato Español Universitario, SEU, distinta a la Sección Femenina), aunque ésta concluyese tras el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, momento en el que abogó por la disolución del movimiento.
El Ayuntamiento de Cádiz tiene la oportunidad de corregir el error de haber retirado el busto de Mercedes Formica
La Guerra Civil produjo en ella un desencanto integral. Nunca más tuvo implicación política, y, en referencia al franquismo, reconoció vivir en un entorno hostil al que ella pensaba.
Nada parece contar el mérito de haber modificado leyes antediluvianas en España y originar un debate nacional sobre la cuestión femenina en plena dictadura tras haber publicado en ABC, el 7 de noviembre de 1953, el artículo “El domicilio conyugal”, que estuvo tres meses retenido por la censura. En él, denunciaba la violencia de género en un momento en el que estos casos se silenciaban. Sus ecos llegaron hasta The New York Times y la revista Time, que elogiaron su brillante actuación.
Incómoda para unos y otros, no puede negársele a Mercedes Formica que defendió la plena capacitación de la mujer en el mundo laboral a todos los niveles en época de fuerte represión, y apoyó las tesis de Simone de Beauvoir, a quien reseñó en 1950, cuando El segundo sexo estaba censurado en el país. En el volumen A instancia de parte y dos obras más se recoge el texto en un apéndice documental, junto a otros.
En octubre de 2015, el Ayuntamiento de Cadiz retiró el busto que poseía próximo al Centro Integral de la Mujer; en cambio, en Madrid, el Consistorio de Manuela Carmena, en mayo de 2018, la homenajeó con una calle.
Pienso que el nuevo equipo de gobierno gaditano, con dos nuevas concejalas de Feminismos y Cultura, Lorena Garrón y Lola Cazalilla, respectivamente, tienen una buena oportunidad de solucionar este error, fruto del desconocimiento y del arrebato político, o, al menos, de valorar positivamente la obra de Mercedes Formica. Porque fue una mujer amante de la tolerancia que habló su mismo lenguaje, el de la igualdad, solo que ahora se goza de libertad para emitir denuncias, la que no tenía la escritora y abogada. Rectificar no es sinónimo de debilidad, sino de fortaleza.
*** Miguel Soler Gallo es doctor por la Universidad de Salamanca y autor de 'A instancia de parte y dos obras más' (Espuela de Plata, 2018).