Pedro Sánchez no lee a Shakespeare
El autor recoge algunos fragmentos de las obras de Shakespeare que, por su sentido ético y actualidad, pueden aportar luz a la política española.
No conozco a nadie a quien el debate frustrado de investidura le haya resultado indiferente. Del mismo modo que cuesta hallar a alguien en este país que no esté sumido en la pesadumbre y en el hartazgo. Porque, de un tiempo a esta parte, la irracionalidad ha yugulado a la razón, lo previsible ha sucumbido frente a lo improbable, y el sentido colectivo de la política ha cedido al impulso adanista de algunos promotores individualistas de juegos de tronos.
Procedo de una generación de trenes, de gestas, de cuentas y de actas. Otros, en cambio, han nacido en el pesebre de los tronos de ultima generación, de gestos, de cuentos y de actos. Será que me he hecho mayor. Por ello, absténganse de preguntarme sobre lo que va a ocurrir en España en los próximos meses, porque, sencillamente, no lo sé y desde el escaño no se alcanza a ver mejor.
Presentía, y ahora confieso que siento que todo es teatro, y es que España merece algo más que una representación de profesionales desairados y diletantes revanchistas. Pensé al contemplar el debate de investidura que la política en España se estaba convirtiendo en una mera estratagema para alcanzar el poder, ajena a cualquier motivación ética.
Hay incluso una nueva forma de construir y pensar el pasado que no reconozco, y que llama a una reflexión más profunda de lo que está sucediendo. Es el relato, estúpidos, el relato. Por todo ello, confieso que estoy preocupado. Hemos pasado del teatro clásico al teatro del absurdo. Por ello, quizá sea el momento, bendito momento, de volver a Shakespeare. Y no precisamente para vulgarizar El mercader de Venecia o Romeo y Julieta, que, entre espasmos y traspiés, parecía que escenificaban el presidente en funciones y el aspirante a que le diera funciones el presidente del Gobierno.
Los tiempos son esenciales en política, pero no deben olvidar algunos que no pueden jugar con el tiempo de los demás
El acceso al poder tiene en la obra de Shakespeare un profundo sentido ético, y no es, en modo alguno, un burdo juego de rol y estrategia más propio de un reality televisivo. ¿No creen ustedes que parte de los discursos delatan una autocomplacencia retórica de calidad limitada? ¿España y su futuro se han convertido en un mero ejercicio dialéctico en búsqueda de un titular en cualquier medio de comunicación? Mientras tanto, algunos oradores buscan apresuradamente un cita vaga para un discurso informe y una foto de emergencia en Instagram.
Podemos recordar a Polonio, consejero del rey de Dinamarca, que antes de que su hijo Laertes parta a continuar sus estudio en París, le regala con una de las disertaciones más luminosas que recuerdo en la literatura sobre la prudencia: "Graba estos preceptos en tu memoria: que no esté tu pensamiento en tu lengua; no ejecutes pensamientos sin mesura. Sé amable, más nunca vulgar; a quienes sean tus amigos con amistad probada agárralos al alma con ganchos de acero. Mas no canses tus manos con agasajos a imberbes advenedizos. Mira que no seas quien inicie las disputas, pero ya en ellas que sea el contrario quien se guarde de ti. Presta a todos oído, a pocos tu opinión. Toma consejos de todos, pero guárdate el tuyo. /.../ Y, sobre todo, sé sincero contigo mismo, que a esto seguirá -como el día a la noche- el que seas sincero con todos los demás". (Hamlet, I, iii, 58-80).
Prudencia. Prudencia al hablar y prudencia al actuar. En fin, el revés de la trama en un Congreso donde el aspirante a gobernar blasfemaba en público y sin remordimientos de sus posibles aliados, con frases gruesas y vilipendios incomprensibles que cuestionaban su talento y su capacidad. Sin comentarios.
También Shakespeare nos ilumina en sus obras con el arte del ejercicio del tiempo, otra forma de prudencia aplicada de manera práctica a la política. Los tiempos son esenciales en política, pero no deben olvidarse algunos que no están en condiciones de jugar con el tiempo de los demás.
No todo es demoscopia de almoneda en un país a cuyos ciudadanos no se les puede tomar por idiotas
No volveré a insistir en que el tiempo es una clave instrumental de acceso al poder, pero una vez más no hay consideración ética alguna en este asunto. Simplemente estrategia de poder y, por consiguiente, de dominación. Dejo que lean algunos pasajes de la obra de Shakespeare y nadie dudará de su actualidad: "Medid bien el tiempo. ¡Qué desagradable es la dulce música cuando no se miden bien los tiempos y no se guarda el compás! /.../ He abusado del tiempo, y ahora el tiempo abusa de mí, pues ahora el tiempo me ha tomado por el reloj que marca sus divisiones /.../ ". (Ricardo II, V, v, 42-56).
Y es que la esfera del tiempo es redonda y a Redondo le empieza a fallar el tiempo, porque, como expresa el Rey Enrique: "Mientras los hombres dilatan la acción, el enemigo engruesa". (Enrique IV, Primera Parte, III, ii, 180). Y mucho más puede engrosar el enemigo, que no todo es demoscopia de almoneda en un país a cuyos ciudadanos no se les puede tomar por idiotas. O quizás sí y no queremos reconocerlo.
En esta época en que mercenarios de poca monta hacen relatos y construyen estrategias, y a los que el imaginario popular convierte en personajes de series de consumo rápido, que no se olviden los iluminados del poder que todo está en Shakespeare. Y que, aunque no lo haya leído, que no crea el presidente en funciones que puede emular a Enrique III, por mucho que este exclame "Escandalizaré así para hacer del escándalo un arte, reparando el tiempo perdido cuando nadie lo sospeche". (Enrique III, Primera Parte, I, ii, 199-221). El tiempo de espera ha finalizado. España no espera.
*** Mario Garcés es portavoz adjunto del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso de los Diputados.