Sun murió tras comer ciempiés vivos en una emisión en directo.

Sun murió tras comer ciempiés vivos en una emisión en directo.

LA TRIBUNA

Morir por un like

El autor reflexiona sobre la relatividad moral de la juventud partiendo de los excesos de famosos youtubers, presentados como "bromas" o "retos", que logran cifras de visitas millonarias.

22 agosto, 2019 02:57

"Hay que ser buenos no para los demás, sino para estar en paz con nosotros mismos" (Achile Tournier).

Hasta hace no mucho tiempo, cuando le preguntabas a un hijo qué quería ser de mayor, las respuestas más frecuentes eran ser futbolista, para marcar muchos goles; bombero o policía, para ayudar a otras personas en peligro; periodista, para contarle al mundo lo que ocurría en la sociedad; o astronauta, para contemplar de cerca las estrellas y llegar a donde otras personas nunca antes lo habían hecho. Y por las tardes, después de la escuela, los chavales leían libros, se iban a la calle a dar patadas a un balón con los amigos o construían mundos de fantasía en torno a piezas de Lego.

En algún momento de nuestra historia reciente, el eje moral de nuestra sociedad ha cambiado. Hoy, muchos adolescentes a lo que aspiran es a ser concursantes de Gran Hermano y tertulianos de programas donde se venden las entrañas, casi siempre las ajenas; practican el postureo en las redes sociales; o toman como referente a personajes como Sun, como era conocido en sus redes sociales, quien se grabó a sí mismo bebiendo grandes cantidades de alcohol y comiendo ciempiés ante 15.000 seguidores.

Por lo que parece, este buen hombre organizaba sesiones en vivo todas las noches y había comenzado a realizar temeridades como parte de una estrategia con la que ganar seguidores, entre las que se encontraba la de comer gusanos de harina, bebidas destiladas y un reptil. En concreto, el intrépido muchacho añadió a su excelso menú salamandras vivas, además de vinagre, cerveza y un licor local llamado 'baijiu'.

Son jóvenes bien preparados, pero que presentan falta de madurez emocional, excesivo individualismo, demasiada confianza en sí mismos y una autoestima inflada

Su última apuesta habían sido los ciempiés, lo que supuso, nada menos que acabar con su vida. Toda una proeza. La Policía encontró su cuerpo dos días después sin signos vitales y lo más llamativo, con su ordenador aún emitiendo en vivo, para disfrute de sus seguidores.

Disfrazar estos hechos de simple "broma" o "reto" mientras se acumulan miles de 'me gusta' -como también le pasó a la youtuber Belle Delphine, quien vendió a sus seguidores el agua de su bañera, bajo el nombre 'GamerGirl Bath Water' al módico precio cada frasco de 30 dólares y de acuerdo con su página web, el producto ya se encuentra agotado-, demuestra hasta qué punto la escala de valores de nuestra sociedad ha cambiado sustancialmente en los últimos años.

Vivimos un extraño tiempo en el que la sociedad de la información ha pasado a convertirse en la de la desinformación. Los sociólogos han concedido el nombre de "millenials" a esta nueva generación de usuarios de internet que ya no entienden su vida sin una buena conexión wifi, sin demandar con antelación el 5G, sin pasarse horas mirando la pantalla de sus teléfonos móviles o sin estar conectados a las redes sociales. 

Son jóvenes bien preparados, que han tenido oportunidad de viajar por el mundo desde pequeños, de estudiar en las mejores universidades y de trabajar en buenas empresas, pero que presentan falta de madurez emocional, excesivo individualismo, demasiada confianza en sí mismos y una autoestima inflada.

Cuando el sentido moral desaparece de una sociedad, toda su estructura se derrumba

La paradoja de las redes sociales estriba en que son un medio muy potente de información y comunicación, pero a la vez son el campo perfecto para la deformación, el abuso, la decadencia de los valores morales y el linchamiento ideológico cobardemente escudado en el anonimato que ofrecen.

De hecho, las noticias sobre las denuncias por acoso, incitación al odio o chistes de dudoso gusto en las redes sociales comienzan a acumularse. Porque, por ejemplo, ¿qué mejor idea que si un torero fallece en la plaza de toros, celebrarlo en las redes sociales y desear la muerte incluso a su viuda? Resulta estremecedora la sola idea de pensar sobre lo que aún nos quedará por ver.

Cada persona es libre de pensar y actuar según sus principios morales. Todos somos libres de escoger nuestros valores y priorizar su importancia de acuerdo a nuestra forma de pensar. Pero el progreso de una sociedad se basa en el cumplimiento de unas reglas morales comúnmente aceptadas, de unos principios objetivos, universales y absolutos. En las sociedades relativistas no existen códigos de conducta. Y cada quien vela solo por sus propios intereses. Y lo que estamos viendo en nuestra sociedad es que el relativismo moral, el todo vale, se ha apoderado de una generación entera.

Cuando el relativismo moral se propaga en nombre de la libertad de expresión, los derechos básicos también se relativizan y es cuando llega el totalitarismo ideológico, decía el Papa Benedicto XVI. Porque no se pueden aceptar todas las conductas, tampoco se puede permitir la deformación moral que supone que un chiquillo se grabe a sí mismo mofándose de otra persona por su aspecto físico o condición social, o dándole un tortazo a otra persona. Ni se puede permitir que la muerte de una persona, se convierta en excusa para el insulto, la burla o el odio a través de las redes sociales.

Pensemos pues en qué clase de sociedad queremos legar a nuestros hijos. Y tengamos claro que cuando el sentido moral desaparece de una sociedad, toda su estructura se derrumba. Ya lo dijo el escritor Achile Tournier: "Hay que ser buenos no para los demás, sino para estar en paz con nosotros mismos".

*** Borja Gutiérrez Iglesias es ingeniero técnico industrial y exalcalde de Brunete.

Ferrer Molina

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