Dicen los que saben que las elecciones son inevitables. Subrayan que serán las cuartas en cuatro años e, indignados, las califican como un fracaso de la clase política, que no ha sabido llegar a acuerdos.
Corren malos tiempos para los políticos, pero sobre todo para los de Ciudadanos. Si repasamos tertulias, platós y mesas de redacción comprobaremos que definitivamente estos son los únicos que se han quedado -salvo muy contadas excepciones- sin voces públicas que los defiendan. El mensaje es prácticamente unánime en el diagnóstico del líder de los nuevos apestados: agresividad, egoísmo, irresponsabilidad y deslealtad a España.
Como ocurre siempre, el fuego amigo es el que más daño hace. Es cierto que éste no exime de críticas al resto de los actores políticos. Pero allá, en el fondo de las entrañas, que son las que miden decepciones y eligen al enemigo íntimo, a los de Podemos se le disculpa porque su ADN antisistema siempre estuvo ahí y se comprende que la llamada de la selva les resulte irresistible a la menor provocación (y, cuánto más, si la provocación no es menor, sino una humillación pública a ritmo de NODO diario). A Vox, también y por lo mismo o, en la lectura más indulgente, porque se les percibe como la anomalía pasajera de unos adolescentes bien comidos y caprichosos que aún no han alcanzado la edad de responsabilidad política. También se excusa al PSOE de Sánchez porque es el PSOE de Sánchez, y si “la política es el arte de lo posible” la madurez -naturalmente, tan sólo exigible a los demás- pasa por descontar en él como imposible cualquier ejercicio de responsabilidad. Y al Partido Popular, porque en el fondo se acepta que los cuarenta años de bipartidismo le han ungido con el sacramento de la sagrada oposición, que por eso no tienen ni que razonar.
Pero con Ciudadanos es distinto. Ellos han decepcionado. Por eso, a los hasta ayer niños mimados por los medios, a los que se veía como el recambio ilusionante de una clase política podrida por la corrupción y enmohecida por la falta de un proyecto de país, hoy se les condena como una parte del problema. Y la peor parte, porque quién lo iba a decir.
Hacer presidente a Sánchez supondría premiar la cobardía con los independentistas y humillar a los constitucionalistas
La causa de la decepción es no haber llegado a un acuerdo con Sánchez para permitir su investidura o, al menos, haberse sentado con él para hablarlo. Y, de creer las encuestas, la decepción habría pasado de la opinión publicada a la opinión pública. Ciudadanos cae progresivamente en todos los sondeos electorales, lo que para muchos significa que una parte importante de sus votantes ha empezado a cuestionarse si realmente hay razones para que su partido se siga manteniendo firme en el no a la investidura de Sánchez. Pero ocurre que, como ya he escrito, las hay. Y poderosas.
Primera, una razón de lealtad. Cs acudió a las elecciones con el compromiso expreso, incondicionado y reiterado hasta la saciedad de no hacer presidente a Pedro Sánchez, y los españoles que le confiaron su voto lo hicieron bajo ese mantra, no susceptible de interpretaciones alternativas. Por eso, permitir su investidura significaría violar el mandato recibido, traicionar a los votantes.
Segunda, una razón de justicia. Porque hacer presidente a Sánchez supondría premiar la cobardía ejercida con los independentistas y la humillación causada a los constitucionalistas. Una injusticia, porque injusticia es perdonar, sin que nadie te haya reconocido ese derecho, desde el ocultamiento cómplice de los 21 puntos de Torra, hasta la traición de Navarra y la entrega de Huarte, pasando por el blanqueamiento cómplice de Otegi o la equidistancia regalada a las masas fanatizadas que atacaron a los demócratas en las calles de Alsasua.
Tercera, una razón de inutilidad. Es ilusorio pensar que la abstención garantizaría una tutela de Ciudadanos sobre Sánchez que asegurase un ejercicio del poder centrado y responsable. Regalada la investidura, ahí se acabaría toda la geometría variable del investido, porque desarbolado Podemos y siendo necesarios el PP y Vox como villanos de contraste, el único enemigo a batir sería Ciudadanos. Y para ello la única estrategia posible es asfixiarlo, relegándolo a la irrelevancia más absoluta mediante el enterramiento de sus políticas estrella de regeneración institucional, independencia judicial, educación, clarificación autonómica y modernización de la estructura económica.
Y cuarta, una razón de supervivencia, porque ya tan sólo el hecho de mostrarse dispuesto a negociar siquiera un acuerdo de investidura con el PSOE de Sánchez le haría perder a Ciudadanos toda credibilidad como oposición y, con ella, su legitimidad para ejercerla, que pasaría irremisiblemente a ser monopolio del Partido Popular. El suicidio inútil de Ciudadanos y, con él, la destrucción de la que quizás sea la última esperanza de regeneración de España.
Los 4.136.600 votantes de Ciudadanos tienen derecho a que se les razone por qué no se han equivocado
Si el problema no es la falta de argumentos, tal vez debiera concluirse que el problema es su comunicación, porque en política, como en la vida, no basta con tener razón. Hay que explicarse. Y un par de ingeniosas frases sueltas, que pueden resultar muy apropiadas para festivos y acogedores mítines electorales, probablemente no bastan cuando de lo que se trata es de reeditar un contrato de confianza con los electores que amenaza fatiga.
Se impone la pedagogía, y no sólo ya por cálculo electoralista, sino porque los ciudadanos tienen derecho a saber por qué su voto es administrado como lo es. Los 4.136.600 votantes que el pasado 28 de abril vieron en Ciudadanos el instrumento para hacer realidad el sueño de una España desacomplejada, moderna y esperanzada, tienen derecho a que se les razone por qué no se han equivocado.
Y, tal vez, también haya llegado el momento de dar el paso adelante que muchos votantes de Cs esperan, sin rectificaciones vergonzantes en favor del Pedro Sánchez de la claudicación constitucional y la cobardía democrática, pero recuperando la iniciativa con la proposición de una fórmula de desbloqueo que permita hacer frente a la crisis política y económica que se avecina: un acuerdo entre el PSOE, PP y Cs para formar un Gobierno de coalición que no esté presidido por Sánchez, sino por un socialista de prestigio consensuado entre los tres grandes partidos, y con una duración limitada al tiempo imprescindible para llevar a cabo las grandes reformas constitucionales, electorales y económicas que permitan conjurar la crisis que nos acecha, hacer frente a las reacciones secesionistas que se esperan contra la sentencia del procés y blindar al Estado frente a los recurrentes chantajes parlamentarios de los nacionalistas.
Tres logros en un único movimiento: iniciativa, responsabilidad y proyecto. Para más de cuatro millones de españoles, los tres signos de identidad que les han hecho ver en Ciudadanos al futuro gran hacedor de cosas extraordinarias.
Si Sánchez acepta (que no lo hará), bien. Y si no acepta, la responsabilidad por unas nuevas elecciones será exclusivamente suya.
*** Marcial Martelo de la Maza es abogado y doctor en Derecho.