Franco: el show de Sánchez llega a su fin
El autor se muestra crítico con la exhumación del dictador, al estimar que estamos ante una operación de marketing del líder del PSOE.
El problema de un político aquejado de egocentrismo es hacer el ridículo. A nadie se le escapa que existe cierta facilidad para que un plan sublime se convierta en algo bochornoso. Es el caso de Pedro Sánchez y su creencia en que la exhumación del dictador iba a reportarle dos elementos básicos.
El primero de ellos es el supuesto protagonismo en el boxeo con el fantasma de Franco, en expresión de Alfonso Guerra. Era una burda estrategia para arrebatar a Podemos el tema que apela con más fuerza a las emociones de la izquierda infantil: el antifranquismo sobrevenido.
El segundo elemento que le podía proporcionar a Sánchez la exhumación de Franco va más allá. El propósito del jefe del PSOE, al menos desde que le defenestraron en octubre de 2016, es el de ensombrecer a los líderes históricos del socialismo español, e incluso de la Transición. Sánchez quiere hacernos creer que el hombre más importante de la historia de la democracia desde 1978 es él.
Para eso debía crearse una imagen presidencial, de hombre de Estado, gubernamental, capaz de hablar en inglés en cualquier foro internacional -de ahí la lista de viajes inútiles-. Pronto entendieron que no se puede tener un liderazgo fuerte con una imagen de persona débil y falsa, especialmente tras conocer el fraude en su tesis doctoral y el bodrio-libro que le escribió Irene Lozano.
Es una estrategia para arrebatar a Podemos un tema que apela a las emociones de la izquierda: el antifranquismo
Frente a esa realidad, los creadores de Factorías Redondo pensaron que Sánchez podría presentarse como el hombre que iba a poner las cosas en su sitio, a “devolver la dignidad a la democracia española”, como dijo con desvergüenza en la Asamblea de las Naciones Unidas. Un lugar donde se atrevió a decir que España no fue socio fundador de la ONU porque era una dictadura, obviando que la constituyeron tiranías como la URSS o Arabia Saudí.
El sempiterno presidente en funciones tomó la idea en una de esas reuniones de mentes brillantes. “Escucha Pedro: Franco es tu trampolín al estrellato político y electoral. Podrás arrinconar a Iglesias y obligar a que la derecha se retrate. Los nacionalistas te adorarán ¿Quién habrá más progresista que tú? Los medios de comunicación van a colaborar, llevarán cámaras, harán especiales durante días, tertulias, columnas de opinión. Vox y la familia Franco nos seguirán el juego. Es propaganda gratis. Además, mientras sacamos a Franco nadie pensará en la ruina económica ni en nuestros pactos con los independentistas”.
A Sánchez le da igual que desenterrar a Franco no sea una urgencia democrática como perjuró Carmen Calvo -a quien un periodista de RTVE confundió con Carmen Polo-. A nadie le importa, salvo por una cosa. Estamos en tiempos en que el Gobierno, aunque esté en funciones y tenga posibilidades de pasar a vida opositora el 11-N, debe trabajar para dar la sensación de orden público.
La convivencia en democracia no se fundamenta en cambiar de tumba a un dictador, sino en la confianza general en que las instituciones guardan y hacen guardar las leyes. Es prioritario que la idea de España como proyecto común continúe viva frente al desafío de los sediciosos y violentos que asolaron Barcelona durante ocho días. La dignidad no se obtiene fletando un helicóptero -esta vez no es un Falcon- para que traslade los restos mortales de Franco, sino uniendo a los partidos leales frente a los que quieren romper el orden constitucional.
Imaginemos por un momento la imagen que se debe estar dando de España en el resto de la Unión Europea y el mundo democrático. Un gobierno salido de una moción de censura, sin programa y apoyado en los enemigos de la España constitucional. Cuatro elecciones en cuatro años. Bloqueos mutuos. Programas económicos que reprende Bruselas. Un golpe de Estado que se queda en sedición porque todo era una “ensoñación” y la violencia fue pacífica. Barcelona ardiendo y un dictador cruzando los cielos de Madrid en un helicóptero. No da para una película, sino para aquello que decía La Codorniz: “Tiemble después de haber reído”.
Los primeros en pasar página con el franquismo fueron los hombres y mujeres que hicieron la Transición
A los ciudadanos no les importa el significado de la exhumación de Franco sino el espectáculo, porque unos son víctimas del egocentrismo electoral de Sánchez, y otros están hastiados de que el Gobierno se dedique a estas cosas en lugar de reparar la crisis política y hacer frente a la económica.
Una verdadera reparación de las víctimas del franquismo, que las hubo, no debería tener el formato de un programa de TV de los años 80. Es una cuestión de Estado, de unión de todas las fuerzas constitucionalistas en dar satisfacción moral, y económica si es preciso, a aquellos que sufrieron la dictadura.
Ahora bien, no debemos olvidar que los primeros en pasar página con el franquismo fueron los hombres y mujeres que hicieron la Transición, que trajeron la democracia que nos ha procurado bienestar y paz como nunca en la historia de España.
Esta generación, hoy olvidada, está siendo sepultada por aquellos que quieren imponer el relato de una Transición fracasada y por los que, como Sánchez, creen que su ego se merece el espectáculo de la exhumación del dictador.
El show de Sánchez con Franco llega a su fin. Están todas las entradas vendidas. No habrá bises ni se prolongará la temporada. El fracaso ha sido grande porque el teatrillo ha tenido la mala fortuna de tener competidor: la Rosa de Fuego, Barcelona en llamas por nacional-bolcheviques que reclamaban muertos, y no precisamente el de Franco.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.