Quién se lo iba a decir al pobre Bergamín. Casi cuarenta años después de que lo enterraran en Fuenterrabía “para no dar sus huesos a tierra española”, sus versos han vuelto a servir de contraste para que la pacatería y la idiocia patria se desenmascaren.
El genial escritor que tuvo el honor y la valentía de presidir la Alianza de Intelectuales Antifascistas cuando ser “antifa” era arriesgar la nuca, tuvo también la desgracia de vivir en la peor de las Españas.
Pero aquel país, miserablemente cainita, fue todavía capaz de alumbrar personalidades complejas y distintas en las que se podía ser comunista y taurino (el fascio siempre prefirió el deporte) o católico y profundamente irreverente.
Leo ahora que unos versos suyos han generado un escándalo en las redes, lo que de haberlo podido vivir le habría encantado, sin duda. Al parecer en Operación Triunfo —un dispositivo educador aliado del más impúdico de los capitalismos— se ha montado una algarada porque una cantante flamenca ha hecho lo que se espera de quienes cultivan el género: esto es, improvisar unos versos o calzar unas rimas allí donde le apetece.
A Estrella Morente la otra noche le dio por defender los toros y se armó exactamente la que imaginan, con comunicado oficial del programa incluido no sé si pidiendo perdón o pidiendo socorro. El flamenco es libertario, le duela a quien le duela, y la creación para ser tal tiene que tener vocación contestataria.
Es sorprendente cómo parte de la izquierda cultural renuncia al potencial épico y estético de todo lo revolucionario
Sólo el conservadurismo más rancio sería capaz de sustraerle al arte su capacidad de enfrentarnos con nuestras miserias y de cuestionar nuestras certezas. Esto es así desde Aristófanes a Duchamp y desde La Paquera de Jerez a los Ramones.
Es curioso cómo las generaciones más jóvenes, para las que la libertad no es un objeto de conquista, están siendo capaces de canibalizar a golpe de tuit un patrimonio civil que debería ser sagrado. Incluso en términos estratégicos resulta sorprendente cómo parte de la izquierda cultural renuncia voluntariamente al potencial épico y estético de todo lo revolucionario.
Si en algo ganó siempre la pulsión rebelde a la querencia conservadora es en su capital estético, y toda disputa cultural comienza 1-0 a favor de quien quiera romperlo todo, empezando por el orden imperante. Todos hemos querido ver el mundo arder en algún momento. Es el atractivo de las malas compañías, la intrépida aventura de lo clandestino o el deseo irrefrenable por lo prohibido.
Pues bien, visto lo visto, el mundo de la tauromaquia debería estar frotándose las manos. Si cualquier adolescente por imperativo biológico ama la rebeldía, se me ocurren pocos fenómenos culturales desde los que ejercer una irreverencia más rotunda que ir hoy a los toros.
No se asusten ni desconfíen de sus hijos pero hay un hecho generacionalmente incontrovertible: todo adolescente que se precie esconde algo en su mochila. Lo extraño es que al paso que vamos no habrá nada más grunge que custodiar en la cartera dos entradas para ver a Morante en Sevilla. Y Kurt Cobain, esto también lo sabemos todos, siempre será mejor que OT.
*** Diego S. Garrocho Salcedo es profesor de Ética en la Universidad Autónoma de Madrid.