Rondamos ya los cien días de esta espiral coronavírica de la que no sabemos cómo ni cuándo vamos a salir. Hemos aprendido la importancia del sistema sanitario, de las medidas de higiene y del respeto a las normas por el bien común. Hemos descubierto nuestra necesidad de contacto humano. Hemos admirado la eficacia de la producción y distribución alimentarias. Y hemos sufrido un debate político desenfocado que, en el mejor de los casos, no nos llevará a ninguna parte.
Estos cien días dejan más preguntas que respuestas, pero hacer las buenas preguntas ya es recorrer la mitad del camino. La envergadura de la pandemia y su expansión mundial hacen de esta crisis un trago amargo para cualquier gobierno, y para algunos será de cicuta. Ningún político fantasea con esto en sus sueños húmedos de cartera ministerial.
Todos los países han tenido que practicar la prueba y error a la hora de tomar decisiones y corregirlas. La paralización de la actividad económica traerá un déficit y un paro incalculables que requerirán medidas excepcionales. ¿A quién le gustaría estar en la piel de un gobernante?
Son cien días de pandemia y va siendo hora de enfocar el objetivo y silenciar el ruido. Para responder al reto de la post-pandemia de manera racional, habrá que quitarse las gafas ideológicas y la mochila de manías, interpretar los datos y cruzarlos buscando la verdad, aunque cotice a la baja en el mercado de valores tuitero. No hagamos el juego a quienes viven de la polarización para sublimar su sectarismo y encubrir su incompetencia.
Sabemos de las advertencias de la Organización Mundial de la Salud y del Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades, están fechadas. Sabemos que en Italia el virus estaba desbocado a principios de marzo. Sólo por la velocidad de contagios y la cercanía geográfica debemos exigir responsabilidades al Gobierno central. Qué sabía, qué alternativas se planteó, cómo se tomaron las decisiones.
Pensemos qué mejoras nos han de proteger de la próxima pandemia y cuánto vamos a invertir en ellas
Estamos en 2020, “no se podía saber” consolará a los parroquianos, el resto queremos más. Exigimos mejores reflejos a las autoridades. Y por supuesto llegar hasta el final en la investigación de las decisiones tomadas respecto a los eventos multitudinarios.
Una vez desatada la crisis, constatamos una evidente falta de medios materiales y humanos en el sistema sanitario. Tardaremos en conocer las cifras reales pero hace muchos miles de muertos que nos avergüenzan como sociedad. El número de profesionales contagiados es inadmisible. Seremos punteros en muchas especialidades, trasplantes y prestación universal, pero no tenemos la mejor sanidad del mundo.
Más allá de las responsabilidades, pensemos qué mejoras nos han de proteger de la próxima pandemia y cuánto vamos a invertir en ellas. Blindemos la sanidad, sí, pero no hagamos trampas en la balanza: la misma prudencia a la hora de relacionar el 8-M con la explosión de contagios en Madrid hay que mantenerla al evaluar el impacto real de los recortes presupuestarios en los últimos años. Dejemos los relatos a los trovadores.
Los cien días de pandemia demuestran que el reparto territorial de competencias y la coordinación entre administraciones es un debate tan necesario como mal abordado. Confundimos federalismo con nacionalismo y nos centramos en absurdos problemas identitarios ajenos a la vida de los ciudadanos. Cuando llegó la pandemia, las comunidades autónomas compitieron por el material sanitario en el mercado internacional como si fueran pequeños países. Los contactos de un presidente autonómico no deberían determinar si un hospital recibe materiales básicos o no.
Visto el caos del Estado hacia abajo, se impone también una reflexión en el reparto de funciones del Estado hacia arriba. La Unión Europea son las instituciones comunes y los Estados. Para evaluar decisiones y proponer mejoras, la brocha gorda no sirve. Tampoco sirve chantajear a tus socios.
El plan de reconstrucción de la UE es esperanzador, con una mutualización de deuda impensable hace tres meses
La UE no tiene competencias sustanciales en sanidad, no tiene sentido exigirle lo que los Estados miembros no le han encargado en 70 años de historia. Ahora las cosas pueden cambiar, la pandemia se ha colado en el debate sobre el futuro de la UE y dos de cada tres europeos quieren que tenga más competencias en crisis como ésta.
A la UE sí debemos exigirle ya una respuesta económica suficiente para amortiguar el impacto de la crisis. En este sentido, el plan de reconstrucción de la Comisión Europea es esperanzador, 750.000 millones de euros con una revolucionaria mutualización de deuda, algo impensable hace tres meses. España podría acceder a 140.000 millones, aparte de lo que le correspondiera en el marco financiero plurianual 2021-2027.
Nuestra economía de turismo y servicios no puede transformarse en unos meses, pero necesitamos una gran reflexión estratégica público-privada que dirija los fondos nacionales y europeos de manera inteligente hacia la economía verde y la digitalización.
El presidente francés, Emmanuel Macron, acaba de crear una comisión de expertos que hará recomendaciones a largo plazo sobre los grandes desafíos económicos vinculados al clima, las desigualdades y el envejecimiento de la población. Éstas son algunas de las cuestiones clave para hacer la post-pandemia más llevadera a millones de ciudadanos. Todos ganaríamos si el Gobierno, la oposición y la prensa se las plantearan seriamente en lugar de perderse en el lodo del FRAP, el desprestigio de las instituciones y la invención de golpes de estado.
*** Josep Verdejo es periodista.