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LA TRIBUNA

Educación: la clave de una reacción ambiciosa

El autor pide que se aproveche la crisis actual como revulsivo para impulsar la gran transformación que necesita la Educación en España, que ha sido una y otra vez postergada.

10 junio, 2020 02:08

A pesar del aparente consenso sobre la necesidad de un gran acuerdo que dé respuesta a la crisis desencadenada por el Covid-19, no se puede decir que dicho acuerdo esté cerca. A fin de cuentas, ¿qué pactos podemos esperar cuando llevamos años dejándonos condicionar por meros populistas? Así que ahora, en vez de una firme y decidida moderación, tenemos polarización, arrogancia, dogmatismo y pirómanos con poder —y una “Comisión para la reconstrucción” de pantomima—.

Pese a todo, y con la esperanza de que algún día nos centremos, pongamos también el foco en el debate que debería estar produciéndose a todos los niveles sobre el contenido del imprescindible pacto. Como en muchas otras situaciones, levantar la mirada del decepcionante presente, e intentar vislumbrar hacia dónde nos queremos dirigir, puede mostrarnos un futuro estimulante que nos impulse a superar los obstáculos que nos separan de él.

Aunque antes, abramos los ojos. Décadas de enconamiento y de corrosivas alianzas han acabado por generar profundas debilidades estructurales en nuestro país, lo que nos coloca ante un reto estratégico de dimensiones históricas. Siendo así, de la misma forma que ante una crisis sanitaria es imprescindible apoyarse en expertos en la materia, un reto como el que encaramos no puede afrontarse sin el asesoramiento permanente de expertos en gestión estratégica y en los contenidos que resulten fundamentales para la misma.

Dicho lo cual, el inaplazable debate debe partir, precisamente, de la identificación de esos contenidos nucleares.

Muchos se apresurarán a reclamar un reforzamiento del Estado del Bienestar. Otros no dudarán en que la cuestión medioambiental debe ser central. Los habrá que apuesten por la investigación científica o la innovación tecnológica. En definitiva, muchas serán las cuestiones de indudable relevancia que se deban considerar. Pero para realizar un sólido delineamiento estratégico, es necesario profundizar hasta llegar a la columna vertebral y a los cimientos de aquello que se quiere transformar.

Una excelencia educativa amplia permite superar limitaciones de muy distinta naturaleza

Seguro que no costará coincidir en que, al menos a nivel colectivo, todo pasa por la Economía. Gustará más o menos, pero dar la espalda a la realidad solo lleva a despeñarse. Si todo se ve influenciado por la Economía, cualquier rediseño estructural de nuestro país debe girar en torno a ella. De hecho, aspectos como el Estado del Bienestar, la cuestión medioambiental, la investigación científica o la innovación tecnológica, se entrelazan de manera decisiva con aquella. Y, observando nuestro modelo económico con perspectiva, se apreciará que probablemente su mayor debilidad es el reducido nivel de diversificación y de presencia de sectores de alto valor añadido.

Si se está de acuerdo en que la Economía representa la mencionada columna vertebral, resultando crítica la diversificación dirigida hacia el alto valor añadido, será esencial identificar cuáles son los cimientos que le permiten elevarse erguida y robusta.

Hay países con más o menos recursos naturales, con más o menos población, o expuestos a unas condiciones climáticas u otras. Cualquiera de estas cuestiones, y otras tantas, pueden influir en su realidad económica. Pero hay algo que siempre caracteriza a aquellos que presentan un desarrollo económico más extendido entre sus ciudadanos: su desarrollo educativo.

Una excelencia educativa amplia permite superar limitaciones de muy distinta naturaleza. A pesar de estas, países como Finlandia o Nueva Zelanda, con poblaciones reducidas, sin destacar por sus recursos naturales y con condiciones climáticas o de localización adversas, pero que han apostado de manera decidida por la Educación, han logrado un notable potencial económico y un mayor bienestar de sus ciudadanos.

Y esta relevancia de la Educación sin ni siquiera entrar en su decisiva contribución al libre desarrollo del individuo.

Eso sí, si se habla de Educación con mayúsculas, esta debe abordarse desde dos premisas. En primer lugar, debe tratarse de manera integral, tanto en contenido como en alcance. En cuanto a contenido, evidentemente debe cubrir la preparación técnica y cultural del individuo, pero también la psicológica. En cuanto al alcance, la excelencia debe buscarse desde las primeras etapas educativas hasta las últimas, sean estas de Formación Universitaria o de Formación de Especialistas —la conocida apocadamente como Formación Profesional—.

Cualquier proyecto educativo ambicioso debe sustentarse en un consenso amplio y estable

En segundo lugar, dado el tiempo que requiere para florecer, cualquier proyecto educativo ambicioso debe sustentarse en un consenso amplio y estable. La sucesión de leyes educativas de parte —siete en catorce legislaturas, la octava en proceso—, y diecisiete sistemas educativos totalmente descoordinados entre sí, constituyen un lacerante fracaso colectivo.

Con todo, podríamos caer en el espejismo de pensar que la necesidad de una redefinición del modelo económico y, especialmente, del modelo educativo, son prioridades estratégicas ampliamente compartidas por la sociedad. Pero si echamos un vistazo a las encuestas, las preocupaciones económicas se centran en el desempleo —no en perspectivas estructurales de la economía—, y la Educación a duras penas está entre las diez principales inquietudes de la ciudadanía. Es comprensible que el paro sea la mayor preocupación para millones de personas, pero también deberíamos ser conscientes de que incurrimos sistemáticamente en el mismo cortoplacismo que tanto criticamos de los políticos.

De hecho, los antagonistas patológicos, que lo único que saben es llevar la contraria, gimotearán que transformaciones de calado en Educación y Economía no se hacen de un día para otro. ¡Precisamente por eso!, más nos valdría no seguir posponiendo cambios estructurales aplazados durante demasiados años, que son, además, perfectamente compatibles con medidas de impacto que atiendan urgencias acuciantes. En realidad, lo verdaderamente inteligente sería aprovechar la crisis actual como revulsivo para desencadenar esa gran transformación tanto tiempo pendiente.

Las generaciones de nuestros padres y abuelos se han ganado un merecido reconocimiento porque, entre otras cosas, renunciaron a no pocas comodidades a cambio de una mejor educación para sus hijos. De las generaciones que actualmente llevamos el peso de la sociedad dependerá —como progenitores que somos de la sociedad de mañana— si pasamos a la historia como un triste capítulo de confrontaciones sectarias y cortoplacismos mediocres, o como los que llevaron la Educación de nuestro país, y todo lo que de ella depende, a un nivel superior.

*** B. V. Conde es auditor del Estado.

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