La reciente encíclica "Fratelli tutti" (Hermanos todos) del Papa Francisco, contiene muchas reflexiones interesantes. Por ejemplo, hay un párrafo que parece describir el panorama político español: "En muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos (…). No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz".
Sin embargo, su valor práctico queda en entredicho porque el planteamiento y el camino implícito hacia la solución de los grandes problemas globales, están impregnados de prejuicios. Se hace referencia, por caso, a los "poderes económicos transnacionales", a su "desinterés por el bien común" y a la intención de "imponer un modelo cultural único"; se presenta el libre mercado como un "dogma de fe neoliberal".
Es triste ver que el texto está basado en conceptos económicos errados. Hay dos ejemplos clarísimos: uno, sobre el rol del consumidor; el otro, sobre el derecho de propiedad. Se lee en la encíclica: "Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos (…)". Se subestima el rol del consumidor, como si fuera un sujeto pasivo rehén de los "más fuertes". La verdad es la opuesta.
En una economía comunista, el consumidor es un rehén. Pero en una economía de libre mercado, es el rey. Toda la tarea de los empresarios es intentar satisfacer del mejor modo posible las necesidades del consumidor. Los que acierten, se enriquecerán; los que no, quebrarán, si no cambian a tiempo.
El consumidor, con su decisión de comprar o no comprar, valida o no todos los proyectos empresariales y es, por eso, el elemento clave del funcionamiento económico: decide qué, cuánto, cómo y dónde se produce, amoldando la asignación de los recursos a sus gustos y necesidades. El consumidor, rico o pobre, no es rehén; es el que manda.
La "función social" de la propiedad significa ponerla al arbitrio del poder de turno
Un apartado se titula "Reproponer la función social de la propiedad". Allí, hablando de una reflexión sobre el "destino común de los bienes creados", se dice que "si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está quedando".
Esa expresión, de inspiración netamente marxista, se matiza luego con una frase de Juan Pablo II: "Dios ha dado la Tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno". Se reflexiona sobre los "bienes creados" (la tierra, los mares, etc.) y luego se traduce de forma extemporánea en afirmaciones que atacan el derecho de propiedad (un "derecho secundario"). De ahí el llamado a "reproponer" su "función social".
Como el embarazo, la propiedad existe o no. No hay posibilidades intermedias. La "función social" de la propiedad significa ponerla al arbitrio del poder de turno. Una vez admitida la borrosa idea de la "función social" de la propiedad, la misma pasa a depender de una interpretación arbitraria de su utilidad social. La propiedad deja de ser "propia". ¿Quién invertiría en un país donde prevaleciera esa idea? ¿Para qué ahorrar y comprar una casa? ¿Qué sentido tendría construir una fábrica?
La idea de la "función social" de la propiedad es profundamente antisocial, porque debilita la actividad económica y quita oportunidades a los más necesitados. Incluso, puede considerarse contraria a los Mandamientos de "no robarás" y de "no codiciarás los bienes ajenos".
Las mejores intenciones no bastan para alcanzar los fines deseados y hasta pueden ser un obstáculo cuando alientan ideas fracasadas.
*** Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados.