Los 160 días que separan a Sánchez de Merkel y Macron
El autor recuerda que España es el país que más tiempo va a confinarse en la segunda oleada y el que ha previsto un menor control parlamentario del Gobierno.
España necesita 190 días para vencer el segundo golpe del virus. Alemania y Francia lo quieren hacer en 30. Pedro Sánchez quiere llevar el confinamiento -desarticulado en 17 decisiones autonómicas- hasta el 9 de mayo. Angela Merkel y Emmanuel Macron tan sólo hasta el 1 de diciembre. 160 días y el conjunto de medidas a nivel nacional nos separan de todos los países europeos, sobre todo de los dos grandes.
Más dramáticos que nuestro jefe de Gobierno en sus alocuciones por televisión, tanto la dirigente alemana como el francés asumieron la responsabilidad directa de las medidas que han tomado, sin tenerle miedo al debate parlamentario. Más fácil en la Francia hipercentralista, en la que la autoridad del presidente se asemeja a la de los antiguos monarcas, que en la Alemania de los Landers, en la que cada Estado federal tiene plena libertad para tomar las medidas que considere oportunas.
Con el uso más o menos obligatorio de la mascarilla por parte de los ciudadanos, que han dictado cada uno de los países europeos, y la aplicación del toque de queda en algunos de ellos basándose en la incidencia de contagios por ciudades y zonas, la gran diferencia en las medidas está en el tiempo que se han marcado los diferentes gobiernos, al margen del color político de los mismos y la capacidad que tienen para imponerlas en sus territorios.
La mayoría se plantea duraciones de un mes, de cara a poder celebrar la Navidad con las menores restricciones posibles. Sólo se acerca a España el Ejecutivo socialista de Antonio Costa, en Portugal, que se ha planteado el control de la epidemia -“el estado de calamidad”, como lo ha descrito- en un plazo de setenta días, con medidas mucho más livianas y centralizadas que las españolas.
Esa diferencia en la capacidad del poder Ejecutivo en Alemania y Francia, los dos grandes países de referencia, explica la necesidad que tuvo Merkel de negociar y acordar las medidas que se han puesto en marcha hasta el 1de diciembre con sus 16 Estados y ciudades-estado. El gobierno central del país más poderoso de la Unión Europea tiene que articular poblaciones y economías tan distintas como las de Renania del Norte, donde se encuentra Bonn -la antigua capital hasta la reunificación de las dos Alemanias, con sus 18 millones de habitantes-, con la diminuta Bremen, que no llega ni al millón. Historias distintas que hacen que se parezca mucho a España y sus 17 Comunidades.
Merkel defendió sus propuestas en el Bundestag, sin delegar en ninguno de sus ministros, pese a saber que desde la ultraderecha del AfD, el más parecido al Vox español, se iban a oponer.
Las grandes frases para defender las normas que se vienen sucediendo desde marzo se han convertido en apocalípticas
Si la primera ministra de Alemania tiene que negociar por los poderes que la Constitución da a los Landers, por un lado, y su posición de minoría mayoritaria en el Parlamento, el presidente francés y su formación, montada deprisa y corriendo tras el abandono de Hollande y su alejamiento del socialismo oficial, gozan de una amplia y confortable mayoría absoluta. Las 18 regiones en que está dividido nuestro vecino de los Pirineos se limitan a aplicar las políticas que se dictan y aprueban desde París, una ventaja que Macron aprovecha al igual que lo hicieron sus antecesores.
Tan dramático como su colega alemana en su comparecencia televisiva, se comprometió a evaluar la incidencia de la pandemia cada quince días, permitiendo salir de casa con “pequeñas condiciones” en un radio de un kilómetro, pero más duro e cuanto al cierre de establecimientos, comercios y lugares de ocio. Las escuelas seguirán abiertas y las Universidades cerradas, lo que indica, al igual que en España, el intento de control sobre los jóvenes, el grupo entre el que más han crecido los contagios.
En Francia ya existía el toque de queda que mantiene a dos tercios de su población sin poder salir de sus casas entre las 11 y las 6 de la madrugada, y las restricciones de movimientos entre las regiones salvo por motivos profesionales o por enfermedad.
Y si Merkel apelaba a la defensa de la democracia y del diálogo para afrontar la “peor crisis desde la II Guerra Mundial”, Macron no se quedaba atrás y calificaba esta segunda ola del virus como “la más dura y mortífera”. Ambos en una línea muy parecida en sus expresiones y pronósticos a la de Pedro Sánchez.
Por el contrario y pese a ser la avanzadilla del virus en el mes de marzo pasado, en Italia el conjunto de medidas es muy dispar: si por un lado están las normas que ha dictado el gobierno de Conte, por otro son los alcaldes de las distintas ciudades los que marcan los cierres y horarios de la actividad, sobre todo nocturna.
Uso de mascarillas, toques de queda, cierres de establecimientos, distancias de seguridad, control de desplazamientos, recomendaciones de aislamiento personal y familiar, son todas medidas que unen en unos casos y alejan en otros a los países europeos. Ninguno, salvo España, se ha planteado cuatro meses de duración para las mismas y menos con un control parlamentario tan laxo como el que quiere nuestro gobierno.
El equilibrio entre las llamadas a la seguridad para vencer al virus hasta que se consiga una vacuna, cuando todos los expertos hablan del 2022 para el posible uso masivo de la misma, y la pérdida de las libertades individuales, sociales y económicas, es tan difícil que las grandes frases para defender las distintas normas y decretos que se vienen sucediendo desde el mes de marzo se han convertido en apocalípticas. Europa está fracasando en su lucha contra el virus y España, a la que ya se le acusa de haber originado la mutación del virus que está dando lugar a la segunda ola, marcha en cabeza.
*** Raúl Heras es periodista.