La victimización y la identificación de un enemigo imaginario son las dos herramientas sociológicas que acostumbra a emplear el nacionalismo periférico español para legitimar una eventual situación de agravio comparativo. Del “España nos roba” al “Madrid nos roba” sólo ha transcurrido una década.
Hay un elemento compartido en ambos casos para el ideario nacionalista catalán: los Gobiernos estatal y autonómico corresponden al Partido Popular. De ahí surge la primera paradoja, y es que, habida cuenta de que no ha existido cambio del modelo de financiación autonómica en este periodo, solo se entiende el desplazamiento de la imputación de culpa política por razones de contingencia, esto es, que el PSOE como aliado de Gobierno ya no puede tener la condición de responsable.
La aguja de la brújula de la culpabilidad se traslada magnéticamente hacia la Comunidad de Madrid, y todo para evitar reconocer que la crisis política y social que vive Cataluña únicamente cabe achacarla al secesionismo cesaropapista del irredentismo nacionalista catalán y al impacto que en la economía tiene la política irreflexiva de los gremialistas de la ruptura.
Cierto es que el mensaje cooptó a una parte importante de la sociedad catalana, a la que nadie ha explicado que un Estado propio e independiente sería inviable política y financieramente. La Arcadia autárquica entre Olot y Deltebre no tendría capacidad, entre otras necesidades, para pagar las pensiones de los catalanes, salvo que España se hiciera cargo de una pretendida deuda histórica que sólo el creacionismo de algunos tratadistas de pago local y sus balanzas fiscales pueden justificar en su sueño de independencia.
Sánchez, experto en dispersión de responsabilidades, comparte espuriamente la tesis de la responsabilidad madrileña
Porque los teóricos de las balanzas fiscales juegan puerilmente con diversas metodologías para justificar su posición, aunque eludan en muchos casos comprender la evolución demográfica que experimentó Cataluña desde hace más de un siglo, gracias al esfuerzo de una gran parte de la población española que emigró a esa tierra de promisión, convertida por la insania de algunos en actual tierra de secesión. En este punto, las luces de la memoria histórica de nuestra demografía interior se apagan, no sea que alguien compruebe que son hijos de un mismo Dios, y ese Dios tiene nombre español.
“España nos roba” fue un lema diluyente que buscaba atribuir la responsabilidad de la crisis económica y financiera de la década anterior en un sujeto político como España, cuando los creadores de este leit-motiv sabían que la crisis era internacional y no tenía sesgos territoriales. Ahora, Cataluña vive una doble crisis: la intrínseca, provocada por el suicidio político catalán, y la extrínseca, ocasionada por la pandemia.
Sánchez, especializado en dispersión de responsabilidades, y resguardado actualmente en el escondite mendaz de lo que ha denominado “cogobernanza”, comparte espuriamente la tesis de la responsabilidad madrileña, auspiciando la guerra entre territorios, después de haber exhumado la guerra de los cementerios. Es experto en generar dialécticas de conflicto para polarizar tensiones y, de ese modo, extrañar la culpa en otros, por mucho que eso suponga quebrar la convivencia material y emocional.
No en vano, el nacionalismo vasco también transita ahora entre el pago como acreedor necesario del apoyo a la moción de censura contra Rajoy, y la observación meticulosa con freno y marcha atrás a sus primos hermanos del nacionalismo catalán.
Que nadie dude que el movimiento de traslación del nacionalismo vasco sigue siendo la independencia
En cambio, en la lógica del canje político que exhiben en los últimos años, no ha exigido que se rompa la unidad de caja de la Seguridad Social -porque una envejecida población vasca sería incapaz de sostener el sistema de pensiones-, sino que les ha valido con requerir la gestión presupuestaria de los fondos para poder estampar una firma en euskera que demuestre que el concedente de las prestaciones habla vasco, es nacionalista y descendiente de Arana.
Mientras tanto, siguen viviendo de la solidaridad española, al tiempo que venden su voto por un acuartelamiento en Loyola y por el desarrollo de las obras del AVE desde Vergara, que ha dejado de ser el emplazamiento del abrazo histórico a convertirse en la moneda de cambio ferroviario de la conveniencia de los profesionales del nacionalismo vasco.
Ahora bien, que nadie dude que el movimiento de traslación del nacionalismo vasco sigue siendo la independencia, aunque saben que no pueden volver a cometer el error colosal de Ibarretxe a los pies de los leones de la Carrera de San Jerónimo. Saben que han de esperar, agazapados, a la espera de ver cómo evoluciona la deriva catalana, al tiempo que siembran de camisetas del Athletic el este cántabro y de zamarras de la Real el norte de Huesca.
Y esperan el momento en que haya un presidente del Gobierno al que, bajo un delirium tremens de hombre de Estado elegido para una misión única, puedan exigir independencia y financiación, a ver si por mantenerse en el poder y salir en la Wikipedia nacional, será capaz de reconocer una deuda histórica también con el País Vasco.
Precisamente en ese proceso madura Sanchez, entre la teoría del dumping y la cocina del dumpling, ese producto horneado que se rellena a conveniencia del cocinero con la materia prima que más le convenga, como el socialismo desmemoriado hace con sus socios en los últimos años.
Mientras tanto, siempre quedará Madrid para volcar todas las infamias: la de Sánchez, que no acepta políticamente la pujanza de la Comunidad y de su Gobierno, y la de los nacionalistas que airean sus ineficacias arreando golpes en el cuerpo de quienes desarrollan una gestión política audaz y responsable. Con ésas, tendremos “Madrid nos roba” para rato.
*** Mario Garcés es diputado del PP por Huesca, portavoz adjunto del Grupo Parlamentario Popular y coordinador de asuntos económicos.