Salvador Illa quiere engañarte
El autor analiza el futuro político de Cataluña al hilo de la designación del ministro de Sanidad como candidato a la presidencia de la Generalidad.
Tiene mérito. El ministro de Sanidad proyecta un perfil de moderación gracias a un simple rictus de pesadumbre. No es moderado, pone cara de moderado. Si le observas bien, verás que se trata de la mueca del que va a intentar engañarte. Está en la naturaleza del PSC, que durante décadas ha pedido el voto contra el soberanismo para ponerlo al servicio del proyecto soberanista.
Cuando, como segundo de Miquel Iceta, Salvador Illa pactaba con Carles Puigdemont el gobierno de la Diputación de Barcelona, sabía lo que hacía. Esa gramática del doble pensar orwelliano es la que ha utilizado para gestionar (es un decir) la pandemia. Y no importa que la universidad de Cambridge, el Imperial College, la OCDE o el Parlamento Europeo le sitúen entre los peores del mundo. Él pondrá cara de póker.
Primero, colocó a España como líder mundial en los rankings de umbral de movilidad, es decir, de la necesidad del máximo confinamiento de la población como único medio para poder neutralizar los contagios, provocando la ruina económica de millones de españoles.
Ahora, en una operación relámpago de la fábrica de emociones de Moncloa, es facturado como candidato estrella en Cataluña. Ninguna sorpresa si quien decide es Pedro Sánchez, el que se inventa realidades a medida.
Descontados los destellos europeos de la vacuna y el fondo de recuperación europeo, un 2021 desnudo mostrará el desfile de máscaras con las que el presidente aún embauca a tantos.
Se verá cómo los votos del bloque de populismos que lidera no tenían como objetivo aprobar unos Presupuestos ya ineficaces para este año, como demuestra el Banco de España, sino conservar el poder a cualquier precio. Salvador Illa es el elegido para sostener el engaño en Cataluña.
Nuestros cuentistas pueden pasar de banalizar un pacto de Estado con EH Bildu a postularse como defensores de la monarquía y, sin solución de continuidad, justificar un indulto a golpistas secesionistas que anticipa un referéndum del derecho a decidir.
Intentarán hacernos creer que reformar el Código Penal por dar satisfacción a Oriol Junqueras es para modernizar la justicia. O que blindar la eliminación del español como lengua vehicular no es para asegurarse la presidencia, sino para favorecer el diálogo político. Lo que convenga en cada momento.
La trampa de Sánchez sirve para atar una mayoría parlamentaria a cambio de regalar una España plurinacional al soberanismo.
Para entender el fraude conviene leer a Daniel Innenarity, un nacionalista vasco elegido por Pedro Sánchez para avalar su bochornosa autoevaluación de fin de año, teórico del método de desbordamiento de la Constitución, paso a paso, que sigue Iñigo Urkullu. El de la rana en la olla, a la que se le va aumentado la temperatura del agua lentamente para que se confíe.
El instrumento es la democracia polarizada, la democradura que teoriza Pierre Rosanvallon. Sobre esa doctrina se está configurando en España el proyecto de plurinacionalidad, la división de los españoles mediante la construcción de fortalezas que hay que defender frente a intrusos. Como cuando se envían cruzados a espiar qué idioma hablan los niños en los patios escolares. Me pregunto si eso es fascismo.
Sobran ejemplos diarios de privación de derechos básicos por parte de los soberanistas. Como el de Dolores Agenjo, directora de un centro escolar que el 1-O se negó a entregar las llaves de su centro sin una orden escrita. Así se explica: “A mí me dijeron 'tú eres la única que queda por entregar las llaves'. Ante una insinuación de este tipo, ¿quién podría no claudicar?”. ¿Es fascismo?
O el de Iñaki Arteta, autor de documentales sobre terrorismo. Para él, esta es la situación: “Terminó ETA, pero la sociología es la misma: los que te odiaban te siguen odiando”. Que se lo pregunten a los guardias civiles pateados en las fiestas patronales de Alsasua por fanáticos convertidos en héroes en la televisión pública vasca. ¿Es fascismo?
La técnica consiste en lograr que gran parte de la población se sienta extranjera en su casa. Se inventan un sol poble contra más de la mitad de la población (el “Cataluña siempre será nuestra” del socialista Ernest Maragall) o se excluye a la gran mayoría de vascos y navarros con los “el eusquera hace de los vascos un pueblo” o “hacer frente a la pandemia en eusquera” del moderado Iñigo Urkullu.
Todo aliñado con retórica antifranquista. Nada que no se encuentre entre las prácticas analizadas por Rob Riemen en El eterno retorno del fascismo o en la tesis del fascismo antifascista de Emilio Gentile.
Este es el plan: hacer creer que en Cataluña la elección es entre una fórmula moderada de plurinacionalidad, como la de Iñigo Urkullu, y otra radical, como la de Carles Puigdemont.
Pero la alternativa que importa es entre la opción constitucional y la contraria a la Constitución. El aplazamiento electoral lleva a muchos de nuevo al error del mal menor en el que ya tropezó Manuel Valls.
Salvador Illa sólo sería presidente entregado a los soberanistas, como Pedro Sánchez. O antes Pasqual Maragall y José Montilla, cuyos tripartitos llevaron directamente al 1-0.
Philip Roth, en La conjura contra América, fabricó una ucronía sobre cómo habrían sido los Estados Unidos si hubiera triunfado el fascismo. En España, todos los miedos a los que respondió Franklin Roosevelt en aquellos años 30 van a confluir en este 2021. Desde el de perder el estatus de clase media al de caer en la precariedad.
Como entonces, el reto estará en unir al país y en el ejercicio de un liderazgo nacional que genere confianza. Ese desafío le importa poco a Pedro Sánchez.
Fuera de la Unión Europea estaríamos aún mucho peor, pero Europa no hará los deberes por nosotros.
“Son asuntos que debe resolver cada país” dice Angela Merkel sobre las reformas que España necesita con urgencia y que ni por el forro aparecen en los Presupuestos Generales del Estado de 2021. Sánchez va a distribuir 140.000 millones de Europa con el mismo criterio extractivo con el que reparte entre los amigos, desde Paradores hasta Correos.
Más políticas divisivas, que están provocando en el país una geografía de la furia, con la madrileñofobia como bandera. Pretenden camuflar los desastres provocados por los populismos nacionalistas en las economías regionales con argumentos sobre capitalidad o dumping fiscal. Falacias que no se sostienen.
¿Por qué se van empresas de Barcelona a Madrid? Por las mismas razones por las que se van de Argentina a Uruguay. El nacionalpopulismo divide y empobrece. Como ya ocurre en otras comunidades autónomas, Salvador Illa sirve a ese movimiento político que quiere centrifugar España, no sólo Madrid, con la formación de otro tripartito plurinacional en Cataluña.
En las elecciones catalanas vamos a comprobar si el patriotismo constitucional reacciona y es capaz de detener el proceso de desmontaje de nuestro Estado nación. Si, a pesar de las trampas, el alma de Vía Layetana, donde un millón de catalanes constitucionales emocionados marcó el camino en 2017, sobrevive. Si podemos decir: “¡2021, el año en el que defendimos la democracia!”.
*** Jesús Cuadrado Bausela es geógrafo, exdiputado del PSOE y militante de Ciudadanos.