El coronavirus ha ocasionado la primera pandemia de nuestro siglo, convirtiéndose en un grave problema de salud a escala mundial. Desde una perspectiva psicológica, la pandemia constituye un nuevo tipo de estresor y/o trauma para la población en general y algunos colectivos en particular.
El clima de preocupación y miedo que ha causado es el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de patologías mentales como la depresión, el estrés postraumático, la ansiedad o el trastorno obsesivo compulsivo, entre otros. Sin olvidarnos del insomnio, cuya incidencia también se ha disparado.
Un estudio publicado en enero de este año por la revista científica Psychiatry Research confirma el notable incremento de estas dolencias durante la primera ola de la crisis sanitaria.
Si bien la mayoría de países tienen presente la salud mental en sus planes nacionales de respuesta frente a la Covid-19, la realidad dibuja un escenario distinto. Ni se ha podido hacer frente al incremento de la demanda ni los pacientes que ya recibían tratamiento han podido seguir con sus terapias.
La situación de la atención de los trastornos mentales en España, que ya era preocupante antes de la Covid, no ha hecho más que empeorar.
La última Encuesta Nacional de Salud (2017) afirma que uno de cada diez adultos tiene un problema de salud mental. Las mujeres son las más afectadas, con una incidencia que duplica la de los hombres. Y, para agravar más la situación, está el hecho constatable de que una de cada cien personas no puede acceder a la atención de salud mental por motivos económicos.
Una atención que se reduce, en la mayoría de los casos, a la toma de psicofármacos. De hecho, uno de cada diez adultos toma ansiolíticos y uno de cada veinte, antidepresivos.
Son datos que evidencian la infrafinanciación de los servicios de salud mental a nivel mundial.
Ante la posibilidad de un nuevo confinamiento y la imposibilidad de ser atendido por un profesional de la salud mental, como un psicólogo, cabe destacar algunas recomendaciones psicológicas para minimizar el efecto que esta medida puede tener sobre nuestra salud mental.
Emociones como el estrés, la tristeza, el miedo y la ira son respuestas normales de nuestro cuerpo ante acontecimientos graves y adversos como la Covid. El problema surge cuando su aparición es frecuente e intensa y se prolonga en el tiempo.
En este caso ya no hablaríamos de emociones, sino de estados emocionales.
Y aunque toda la población está expuesta al impacto psicológico de la pandemia, los niños, las mujeres confinadas que sufren violencia de genero y conviven con el agresor, las personas con dificultades socioeconómicas, las que presentan problemas mentales previos y los profesionales sanitarios que trabajan en la primera línea contra el virus son los colectivos más vulnerables.
Una revisión de la literatura científica publicada en la revista The Lancet el pasado marzo arroja datos sobre los efectos psicológicos negativos de la cuarentena y cómo reducirlos.
Hay muchos factores que no dependen de nosotros y que juegan un papel importante en la huella que el confinamiento puede dejar en nuestra salud mental. Para combatirlos, los psicólogos recomendamos seguir unas pautas que pueden ayudarnos notablemente a minimizar su impacto.
En primer lugar, es importante limitar la exposición a la información, porque esta genera mucho malestar psicológico en forma de ansiedad.
Es contraproducente dejar la tele encendida todo el día. Lo mejor es elegir uno o dos momentos concretos para informarnos, dando igual la franja horaria elegida. Lo importante es acotar el tiempo de exposición a noticias, tanto de televisión como de prensa, asegurándonos siempre de que proceden de fuentes oficiales.
La tecnología y las redes sociales deben servir para permanecer en contacto con nuestros seres queridos. Mantener el contacto con nuestra red social de familiares y amigos es de vital importancia y uno de los factores de protección más relevantes en una situación de confinamiento domiciliario.
En tercer lugar, es recomendable mantener una rutina diaria en la que se fijen los horarios de comidas, trabajo y sueño. Establecer pautas y objetivos, y no anticipar demasiado, nos ayudará a mantener la perspectiva y, por tanto, a mantenernos estables emocionalmente.
También es bueno, si vivimos con otras personas, buscar momentos para uno mismo y respetar los tiempos de los demás, así como realizar actividades que nos aporten bienestar (leer, ver una película, cocinar, escribir).
En esa planificación deben estar contemplados los hábitos de higiene habituales y la manera de mantenernos activos con actividades físicas que podamos realizar en casa.
Para terminar, en el plano más cognitivo, y no tanto conductual, también nos ayuda reconocer y expresar emociones. Podemos expresarlas hablando con otras personas o escribiendo un relato, una carta o un diario.
Asimismo, como animales sociales que somos, es positivo tener la sensación de que formamos parte de una comunidad más grande participando de acciones comunitarias que incrementen nuestro bienestar psicológico. Los aplausos desde los balcones en el primer encierro son un ejemplo de esto.
Finalmente, debemos tener presente un hecho fundamental. Que con nuestro confinamiento contribuimos a algo esencial para el bien común: salvar vidas.
*** Álvaro López es psicólogo.