Vuelve el radicalismo
La autora explica las semejanzas entre los extremos ideológicos y cómo sus discursos pueden generar violencia en la sociedad civil.
La convergencia de una crisis económica, una crisis sanitaria y la polarización en el panorama político, unido a las guerrillas ideológicas y las batallas por el relato, puede desembocar en nuevos riesgos sociales.
Los riesgos de inestabilidad interna se han ampliado y profundizado con la pandemia, pero no así la capacidad para gestionarlos. Algunas narrativas políticas, como los virus, simplemente se extinguen. Otras mutan, se activan y degeneran en brotes de radicalización como los que hemos visto durante estos últimos meses.
“La mente del revolucionario moderno ha sido el tema de grandes obras literarias. Pero el reaccionario todavía tiene que encontrar a su Fiódor Dostoievski o a su Joseph Conrad” dice el politólogo americano Mark Lilla.
La gran excepción, explica, es Thomas Mann. Su personaje Leo Naphta, de La montaña mágica, es un tipo que pasa del catolicismo al comunismo, de un extremo a otro. Esta histeria intelectual y predilección por los extremos en el personaje demuestra “lo bien que [Mann] entendía las afinidades entre el revolucionario y el reaccionario” dice Lilla.
Hay, además, una confusión en torno al término reaccionario, porque se suele asociar a los conservadores. Los reaccionarios no son conservadores. Esto es lo primero que hay que entender. También en la izquierda hay algunas mentes naufragadas: los apocalípticos, los enemigos del capitalismo, los comunistas, los antifascistas…
Estos estarían, para Mark Lilla, en el club de los reaccionarios de izquierdas. Y aunque muchos se disfracen de revolucionarios, siguen anclados en viejas ideologías y muestran una clara reacción a algunos principios democráticos.
Si examinamos bien, nos daremos cuenta que el más afín al reaccionario es el revolucionario
Todo esto lleva a una conclusión contraintuitiva. Si examinamos bien, nos daremos cuenta de que el más afín al reaccionario es el revolucionario. La aversión al otro es, en realidad, el regreso de viejas divisiones que explotan viejas violencias. Podríamos hablar entonces del regreso de los reaccionarios.
Al reaccionario de extrema derecha le impulsan pasiones y creencias parecidas a las del reaccionario comprometido de la extrema izquierda. Es por ello interesante constatar las afinidades y la interrelación entre estos extremos. Ambos tienen el mismo control firme sobre la imaginación histórica, están ideologizados y atentan contra conceptos básicos de la democracia liberal como el pluralismo.
“En la extrema izquierda y en la extrema derecha puede coincidir un mismo odio al Estado, a la burguesía, a la policía, las instituciones, la ley y la democracia. Aún detestándose mucho, se parecen mucho por sus hábitos y sus odios” decía Pascal Bruckner en una entrevista reciente.
La extrema derecha y la extrema izquierda se confunden cada vez más. Aún creyendo que actúan ante la necesidad de “dar una respuesta” a la radicalización del bando contrario, ambas se retroalimentan.
La radicalización y las consignas han dado el salto de la política a las calles. En las últimas demostraciones hemos visto que algunos colectivos están bien organizados, que comparten consignas en redes y que tienen capacidad de convocatoria. Los seguidores de Pablo Hásel, rapero que glorifica el terrorismo, la violencia, el machismo y el antisemitismo, se parecen mucho a los de los grupos de extrema derecha.
Estos ídolos carismáticos como Pablo Hásel o Isabel Peralta son un precedente inquietante. “Somos un pueblo de combatientes y nosotros, más que ningún otro pueblo, sabemos lo que es dar la vida por un ideal” decía Peralta, estudiante de la Complutense. Universidad donde ahora han empezado a florecer grupos extremistas.
La alianza y la movilización de las asociaciones universitarias han crecido en los últimos meses. Casi todos aquellos que pertenecen a estos grupos y sus asociaciones hermanas tienen integrados el antifascismo o el fascismo como principio unitario.
La concentración antifa que se organizó el 11 de marzo en la Complutense fue formalmente una respuesta a las organizaciones de ultraderecha. Uno de los organizadores decía que el problema de fondo era “la normalización de los discursos de extrema derecha y de partidos como Vox”. Algunas de sus consignas eran “nazi de día, de noche policía” o “fascista, estás en nuestra lista”.
El discurso de los reaccionarios de izquierda y de derecha se ha normalizado en España porque parte de nuestros políticos emplean consignas y hacen referencias constantes a ideologías políticas del siglo pasado. Porque utilizan las etiquetas de fascista o rojo con sobreexcitada normalidad. Algunos, incluso, alientan o respaldan las protestas y disturbios desde las redes sociales.
Podemos, por ejemplo, ha respaldado las movilizaciones de Barcelona y Madrid.
Vemos que las narrativas polarizadoras y (en cierto modo) reaccionarias de algunos políticos alimentan el discurso político de estos grupos. Parecen movimientos transversales e independientes, pero sus consignas y debates internos obedecen a temas muy concretos y de actualidad política.
Además, desde la política también se está atacando el concepto de pluralismo. A menudo, se demoniza a otros colectivos y se deslegitima a los rivales políticos, lo que normaliza las dinámicas de yuxtaposición entre partidos y grupos antagónicos.
Nuestra sociedad puede convertirse en un artefacto de riesgo si dejamos que siga aumentando la polarización política y normalizamos estos discursos antagónicos. Ya estamos viendo las primeras demostraciones de ese riesgo político en las calles. Aquellas protestas que sean amplias y sostenidas pueden resultar tremendamente costosas. Los estallidos civiles son muy difíciles de predecir.
Sin embargo, hay formas de determinar cómo de propenso podría ser un país o una región en particular a niveles peligrosos de inestabilidad. Uno de estos indicadores es la radicalización política. Y después de Barcelona, las dinámicas de este inquietante momento político indican que Madrid podría ser un foco de nuevos estallidos violentos.
“El mundo se encuentra en un estado permanente de reacción y, por lo tanto, en permanente riesgo de revolución” escribió Albert Camus en sus diarios. Una sociedad ideologizada y radicalizada, en la cual los políticos se polarizan a diario en torno a temas ideológicos, tiene un grado elevado de riesgo social y una propensión a protestas violentas, reacciones y apoteosis.
Independientemente de lo barrocas o actuales que sean sus reivindicaciones, la violencia de unos realimenta el conflicto y radicaliza al contrario. La interrelación entre estos grupos y algunos partidos políticos es inquietante.
*** Cristina Casabón es periodista.