Cuando Isabel Díaz Ayuso anunció su eslogan para la campaña electoral de Madrid, socialismo o libertad, no faltaron afeamientos tiquismiquis. Algunos teñidos, incluso, de empaques eruditos.
Es la norma de una cierta derecha española que reclama la verdad, se asusta cuando la expone y se acoquina ante los que la atacan.
Cuando Cayetana Álvarez de Toledo señaló a Pablo Iglesias como hijo de un terrorista, algunos se asustaron tanto que fue sustituida como portavoz parlamentaria del PP. Ahora, el jefe podemita tilda a la derecha de “asesina” y el silencio de los aludidos es casi sepulcral.
Quienes vivimos la Transición fuimos bombardeados con el eslogan socialismo y libertad de un PSOE en manos de Felipe González, Alfonso Guerra y el clan de los andaluces.
En aquel momento, el avance social hacia un horizonte democrático soslayaba cualquier perplejidad porque era verdad que todos los que se disponían a cambiar el sistema (desde los franquistas reformistas hasta los comunistas del exilio) aseguraban unos niveles de libertad desconocidos hasta entonces.
El fruto de aquella reconciliación política, la Constitución de 1978, elevó a España hasta el grupo de países líder en el reconocimiento y la protección de los derechos y libertades del individuo. Pero también es verdad que, poco a poco, fueron introduciéndose cautelas y astucias, en general armadas por el ejercicio del poder.
Fue un socialista, el mismo Alfonso Guerra, quien declaró la muerte de Montesquieu y su principio de la separación de poderes. Y aquello no era una boutade, sino una prueba de la razón que tenía Hayek cuando, 20 años antes, dictaminaba, no sin escándalo, que “el socialismo significa la desaparición de la libertad individual”.
Pedro Sánchez presume de liberal. Pero ha sembrado el terreno de minas alojando a un comunismo fósil en su Gobierno, pretendiendo anular la independencia judicial (que es una de las defensas de la libertad individual) y repudiando a la oposición por boca de su vicepresidente, que ha augurado la desaparición del turno de partidos.
La sustitución en el eslogan de la conjunción copulativa por la disyuntiva (socialismo o libertad) apunta a la estación de llegada del socialismo. Y Ayuso lo sabe. Porque su política liberal no deja de recibir acometidas desde la Moncloa.
Pero el eslogan se ha quedado corto desde que el autócrata de Podemos ha desembarcado en las elecciones de Madrid con la pretensión de llenar el espacio con su presencia y sus agravios. Comunismo o libertad es más adecuado al momento y a la historia.
Pablo Iglesias se ha mostrado orgulloso de ser comunista y leninista (el Diario de Sesiones del Congreso da fe de ello), además de chavista y de todo lo que tenga que ver con la ideología más nefasta de la historia. Comunismo no es libertad, sino tiranía, miseria y asfixia, como cualquiera puede comprobar en una historia sin manipulación ni ocultamiento.
Iglesias miente groseramente sobre la colaboración comunista en la Transición porque aquel comunismo no es el que él ama y propugna. Santiago Carrillo colaboró con ella tras pasar su propia transición hacia lo que se llamó eurocomunismo junto con el francés Georges Marchais y el italiano Enrico Berlinguer.
En el 60º aniversario de la revolución soviética, 1977, fue vetada su intervención ante el comité central en Moscú. Algunas personas, como Ramón Tamames, impulsaron el ánimo del PCE para aceptar la Monarquía, la bandera y la democracia, que pactó Carrillo en secreto con Adolfo Suárez.
La realidad hoy es que el comunismo sigue gozando de una imagen amable para una parte de la población
Aquel PCE no era el soviético de Leonid Brézhnev ni el Podemos de Iglesias, quien en un obituario tildó a Carrillo de “comunista de derechas”.
Iglesias debe de seguir confiando en el camuflaje que desde la caída de la URSS se ha aplicado al comunismo. La política de encubrimiento del comunismo empezó en realidad después de la II Guerra Mundial con el silencio sobre sus crímenes y sus fracasos.
Como Stalin figuró entre los vencedores, la vista se dirigió hacia el genocidio nazi y no hacia las liquidaciones individuales y colectivas del totalitarismo leninista y estalinista. La realidad hoy es que el comunismo sigue gozando de una imagen amable para una parte de la población. Aquella a la que se le ha hurtado la historia.
Lo que hace Ayuso con el eslogan comunismo o libertad es desnudar al político Iglesias. Despojarlo de su impostura.
Van a ser muy interesantes las elecciones en Madrid. Tengo la impresión de que, por primera vez, la derecha va a tratar a la izquierda, al menos a esa extrema izquierda radical que insulta a todos y se refugia en la ficción, con la fuerza de la pura verdad.
Y, de producirse así, esa novedad será un impulso para la equidad del debate.
Yo no digo, ojo, que el debate deba consistir en que todos insulten por igual. Lo que deseo es que la política se desarrolle en el campo de la veracidad. Que es nuestro derecho como ciudadanos y votantes.
*** Justino Sinova es periodista y profesor emérito extraordinario de la Universidad CEU San Pablo.