La memoria democrática no es patrimonio de la izquierda
La ley de memoria democrática, heredera de la memoria histórica de Zapatero, no pretende coser heridas, sino reivindicar la democracia como patrimonio exclusivo de la izquierda.
El proyecto de memoria histórica que aprueba hoy el Consejo de Ministros por mano de su ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Félix Bolaños, parece calcado al que dejó preparado su antecesora Carmen Calvo y representa una nueva vuelta de tuerca a lo que, desde la ley aprobada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en 2007, es el eje central de la ideología de izquierdas en España.
Con este recurso a la memoria se quiere volver a un pasado de hace 80 años para justificar un ideario político consistente en reivindicar para sí la democracia, y los valores que esta conlleva, frente a una derecha que estaría lejos de ellos o en permanente proceso de aprendizaje.
Esta actitud y estas iniciativas legales y políticas de nuestra izquierda, secundada por los nacionalismos periféricos, son una catástrofe para la convivencia, por muchos motivos.
1. En primer lugar, porque muestran una estructura mental procedente de la Guerra Civil y que podríamos llamar guerracivilista, consistente en establecer bandos políticos. Bandos políticos que en un momento dado degeneraron en bandos militares, con las consecuencias conocidas.
La monopolización de la democracia, además de ser falsa, es burda e injusta
Lejos de haberse saldado con una guerra civil, una dictadura y una transición democrática (fundada en la concordia de sus principales protagonistas de derecha y de izquierda), esa estructura mental se pretende mantener, en cambio, intacta como potencial generadora de tensión presente y de conflictos futuros.
De ese modo se explica la prevención hacia una extrema derecha que siempre se ha manifestado leal a la Constitución y que nunca ha llamado a la violencia. Pero no importa. Para la izquierda, esa extrema derecha es potencialmente peligrosa porque en su misma esencia estaría encastrado el gen del guerracivilismo.
2. Porque, como queda ahora meridianamente claro con el adjetivo que sustituye a histórica, el de democrática, esta memoria de izquierdas se arroga el monopolio de la democracia, de modo que las víctimas que va a reivindicar siempre serán las víctimas de la democracia a manos del fascismo sublevado y de la dictadura que vino después.
Pero esa monopolización de la democracia, además de ser falsa, es burda e injusta. Baste recordar a un par de víctimas de la violencia de la retaguardia republicana, para demostrarlo.
Por ejemplo, el vizcaíno Gregorio Balparda, liberal progresista asesinado por republicanos incontrolados, como se suele decir en estos casos, antes incluso de que Francisco Franco se hiciera con los mandos de la sublevación.
El pasado 1 de junio se inauguró el Memorial de Víctimas del Terrorismo por los mismos partidos que sostienen ahora el proyecto de memoria democrática
O Melquíades Álvarez, líder del Partido Reformista, ejecutado en el asalto a la Cárcel Modelo de Madrid unos días antes que Balparda en Bilbao. ¿Qué tenían estos personajes de fascistas? Pues absolutamente nada: fascistas fueron quienes les asesinaron.
3. Porque argumentar, como se dice, que las víctimas de los republicanos ya fueron homenajeadas por Franco las convierte de facto en antidemocráticas o incluso en partícipes del franquismo.
Algo que, además de antihistórico e injusto en muchos casos, es burdo y erróneo, puesto que la ubicación a un lado u otro del frente no hacía a nadie partidario del mismo por principio. Y menos aún cuando se trataba de personas perfectamente moderadas o críticas tanto con un bando como con el otro. Caso de las dos que hemos citado antes.
4. Porque el pasado 1 de junio se inauguró el Memorial de Víctimas del Terrorismo por los mismos partidos que sostienen ahora el proyecto de memoria democrática. Un memorial que se centra en todas las víctimas sin exclusión, sin atender a quiénes fueron los victimarios. Y eso se ha hecho sabiendo que el mayor victimario de aquel periodo fue ETA.
El anteproyecto de ley prevé multas de hasta 150.000 euros a quien haga manifestaciones de apoyo al franquismo o a Francisco Franco
Si en el caso del terrorismo de ETA se ha optado por igualar a las víctimas en un homenaje democrático a todas ellas, ¿por qué en el caso de la Guerra Civil y la posguerra se ha optado por tener en cuenta a los victimarios y no sólo a las víctimas de ambos bandos, incluidas las de la retaguardia republicana?
Y si se argumenta que unas ya fueron homenajeadas por Franco, convirtiéndolas en franquistas de facto, ¿por qué entonces, en el caso de las víctimas de ETA, no se tiene en cuenta que las pertenecientes a la banda terrorista vasca han sido todas homenajeadas ya por sus partidarios e incluso las que salen de la cárcel lo siguen siendo con los llamados ongi etorris (este año Covite lleva ya contabilizados 43)?
El anteproyecto de ley prevé multas de hasta 150.000 euros a quien haga manifestaciones de apoyo al franquismo o a Francisco Franco.
Esto es algo que no se entiende en una democracia como la nuestra. Una democracia que el Tribunal Constitucional calificó de no militante, en el sentido de que no pone límites a las expresiones en contra de ninguno de sus fundamentos políticos. No como en Francia u otros países europeos, donde el régimen político no se toca, donde no se cuestiona la unidad de la patria, ni se aceptan partidos que vayan contra estos fundamentos.
¿Cómo considerará este Gobierno, desde esos criterios de memoria democrática, a las víctimas de los sucesos de mayo de la Barcelona de 1937?
Aquí se le puede llamar al rey lo que se quiera o puede haber partidos que reclamen la independencia de una parte del territorio nacional. Se puede decir cualquier cosa contra España, contra sus instituciones y contra sus representantes.
Pero no se puede decir nada a favor de un personaje histórico que mandó durante 40 años apoyado por Estados Unidos y por el Vaticano. Al que Reino Unido y Francia (que se inhibieron durante la Guerra Civil) dejaron hacer lo que quiso. Que veraneaba en San Sebastián y que era recibido en olor de multitudes allá por donde pasaba, ya fuera Bilbao, Barcelona o cualquiera de las ciudades que decidiera visitar. Y que se murió en su cama, además.
Falta hacer en serio un balance sobre la Guerra Civil y el franquismo. La izquierda, que tanto presume de intelectuales a su servicio, debería tener esto mucho más engrasado.
No se puede seguir sosteniendo el tótem de Franco como causante único de todos los males, ignorando que hubo un contexto internacional que, además de apoyarle en el caso de Alemania e Italia, le dejó hacer en el caso de Reino Unido y Francia, potencias democráticas que dejaron caer la Segunda República porque no se fiaban en absoluto de ella después de su palmaria demostración de falta de control sobre los famosos elementos incontrolados. Esos que tantas barbaridades cometieron y de los cuales parece que nadie se quiere hacer responsable ahora.
Por último, y a título de ejemplo del jardín en el que se va a meter este Gobierno con su discriminación de víctimas democráticas o antidemocráticas. ¿Cómo considerará este Gobierno, desde esos criterios de memoria democrática, a las víctimas de los sucesos de mayo de la Barcelona de 1937?
Para nuestros políticos actuales de izquierda y nacionalistas, lo que se hizo en la Transición ya no sirve
Porque los enfrentamientos entre anarquistas, trotskistas y leninistas-bolcheviques por el control de la central de Telefónica de la Ciudad Condal se saldaron con cientos de muertos. Esto coincidió en el tiempo con la gestación del Guernica de Picasso en París. Mientras el genio de Málaga pintaba su mural por encargo de la Segunda República, en Barcelona se estaban matando entre sí las diferentes facciones que apoyaban al Gobierno republicano de entonces.
Esas víctimas ¿a quién se computarán, según esta ley?
Cuando llegó el Guernica de Picasso a Madrid el 10 de septiembre de 1981 para quedarse para siempre en España, el ministro de Cultura que lo hizo posible, el donostiarra Iñigo Cavero, declaró ante los periodistas que con ello regresaba a nuestro país “el último exiliado”, expresión con la que todos los periódicos abrieron portada al día siguiente.
Pero para nuestros políticos actuales de izquierda y nacionalistas, lo que se hizo en la Transición ya no sirve. Quieren reescribirlo todo de nuevo. Qué lástima y qué tremendo error.
*** Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.