China será una amenaza si no la convertimos en una oportunidad
China se ha vuelto más autoritaria a medida que se ha hecho más próspera, pero Occidente debe optar por el pragmatismo y evitar un conflicto directo.
China está de vuelta y su forma de regresar al centro de la escena internacional ha sido tan sigilosa que no nos hemos dado cuenta. Hemos pasado de menospreciar a China a admirarla y de admirarla a temerla a una velocidad que es únicamente comparable a la velocidad con la que se han consolidado como la segunda economía del mundo (en menos de una década, probablemente, serán la primera).
En 2020, la economía china representaba casi el 19% del PIB mundial. Una cifra enorme teniendo en cuenta que un año antes el mundo entraba de manera inesperada en la peor pandemia en siglos, y que su economía era la única que crecía (al 2,3%). Es cierto que lejos de los números anteriores, pero con más solidez que el resto de países, incluidos los Estados Unidos y la Unión Europea.
En 2020, además, cerró el Decimotercer Plan Quinquenal. Un año marcado por el Covid-19 en el que logró aumentar sus arcas en un trillón de yuanes (130.000 millones de euros) respecto al plan anterior, que abarcó del 2010 al 2015. Pero no todo es economía. También tenían la mirada puesta en este 2021 con su primera gran celebración en julio: el centenario de la fundación del Partido Comunista Chino.
Y como la historia merece ser estudiada, debemos recordar que China, en 1820, poseía un peso económico todavía mayor al actual, llegando al 32% del PIB mundial. Algo tan importante de remarcar como que en 1976, tras la muerte del presidente Mao y con el fin de la Revolución Cultural, esa cifra había descendido hasta el 5%.
Esta recuperación rápida y prodigiosa no ha sido producto del azar, la suerte o las coyunturas internacionales. Se ha debido a la visión a largo plazo de sus dirigentes y la capacidad para dotar al país de los instrumentos necesarios para llevar a cabo el plan. Con las personas adecuadas y con una fe ciega en la superioridad moral que le otorga su milenaria historia.
China sólo respeta a quien se hace respetar, y esta es una lección que hay que tener presente
En este nuevo contexto, es fundamental alejarse de los viejos esquemas de la Guerra Fría, donde el mundo estaba divido en dos bloques antagónicos con modelos tan incompatibles como el agua y el aceite.
En este 2021 en el que se cumplen 50 años de la diplomacia del pimpón, con la famosa visita del Secretario de Estado Henry Kissinger a Mao para normalizar las relaciones entre Washington y Pekín, es importarte recordar que para China el pragmatismo está por encima de sus valores. Ya lo demostró un par de décadas después con el reconocimiento diplomático de Corea del Sur, que se produjo sin que Estados Unidos hiciese lo propio con Corea del Norte.
China, como demuestra su historia, sólo respeta a quien se hace respetar, y esta es una lección que hay que tener presente. Sobre todo a la hora de tratar con la que está llamada a convertirse en la principal economía del mundo.
Con todo, y como decía Maquiavelo, no es lo mismo conquistar el poder que ejércelo y conservarlo. China domina a la perfección virtudes clásicas como el uso de la violencia, la astucia para hacer aliados (el enemigo de mi enemigo es mi amigo) y el arte de no dejarse embaucar. También sabe que únicamente la ambición puede acabar por devorarlos. Pero es importante ayudarlos a pasar página de su Siglo de Humillación.
Hasta el momento, China no ha sido capaz de encajar bien los reproches. Tal vez porque se ha impuesto un mundo de hombres fuertes sin las manos atadas, como demuestran Putin, Erdogan o el propio Xi, donde la eficacia de los resultados es la carta que justifica su conducta.
China se ha vuelto más autoritaria a medida que se ha hecho más próspera
El sistema chino les permite perpetuarse en el poder y hacer políticas a largo plazo sin tener que soportar el yugo de la opinión pública. En este nuevo periodo, con el presidente Xi como líder indiscutible e incontestable, han presentado una nueva visión del modelo chino que denominan como la estrategia de la economía de doble circulación. Una estrategia donde la política de crecimiento a través de las exportación se ve reforzada por la demanda interna, haciendo que el comercio internacional se vuelva menos decisivo.
Xi Jinping ha dejado claro que esto no significa que China se cierre al exterior, sino todo lo contrario. China ha firmado 19 acuerdos comerciales con 26 países y, sólo desde enero, un total de 205 documentos de cooperación con 140 países y 31 organizaciones internacionales, la mayor parte ligados a la Iniciativa de la Nueva Ruta de la seda.
Finalmente, conviene recordar que son cada vez más las voces que claman que China puede contribuir a la creación de un mundo mejor. A diferencia de los Estados Unidos, China no pretende ser el policía del mundo ni se ha metido en una guerra tras otra. Tampoco siente el fervor de los misioneros europeos que desembarcaron en sus costas hace 500 años.
Con su modelo de desarrollo, los chinos consumieron en 2020 más que el equivalente al PIB japonés. Y ahora quieren demostrar que es el más exitoso para luchar contra la pobreza. Que puede servir en África y América Latina, y a los más de 700 millones de personas que todavía viven en el mundo en la misera. China promete hacer del mundo un lugar menos volátil y más seguro, pero sin publicitar el precio a pagar.
En este contexto, China se ha vuelto más autoritaria a medida que se ha hecho más próspera.
Si tratas a China como a un enemigo, lo tendrás. Si lo ves como un competidor, te tolerará. Si te necesita para colaborar, te lo hará saber. Occidente, en fin, no tiene por qué elegir un sólo escenario. Debe ser pragmático. Como dicen en China, si el bambú permanece es porque es flexible.
*** Rafael Bueno es el director de Política y Sociedad de la Casa Asia.