La yakuza tiene una historia turbia. Se compone de dos tipos principales: tekiya, que son los vendedores callejeros y estafadores de poca monta, y bakuto, que en un principio eran los que se dedicaban a las apuestas, pero que ahora incluye aprestamistas, matones que cobran a cambio de protección, proxenetas y tiburonesfinancieros. Casi la mitad de los yakuzas son coreano-japoneses, muchos de ellos hijos de los coreanos traídos durante el período colonial japonés para realizar trabajos forzados.
Otra gran facción está formada por los dowa, la antigua casta de los intocables en Japón, que solía encargarse de descuartizar animales, fabricar artículos de cuero y llevar a cabo otros trabajos "inmundos". Pese a que el sistema de castas ha desaparecido, sigue habiendo racismo respecto de los dowa.
Las bandas criminales que forman parte de la yakuza son, de forma oficial, veintidós. Las tres más grandes son la Sumiyoshi-kai, con 12.000 miembros; la Inagawa-kai, con 10.000, y, por encima del resto, la Yamaguchi-gumi, que tiene 40.000 miembros y más de un centenar de subgrupos. Cada subgrupo está obligado a pagar una cuota mensual, que se canaliza hacia lo más alto de la organización.
En resumidas cuentas, cada mes la cúpula de la Yamaguchi-gumi se embolsa (y es una estimación conservadora) más de cincuenta millones en capital privado. La Yamaguchi-gumi, en sus orígenes, era una especie de sindicato de trabajadores del puerto en Kobe. Su influencia llegó a la industria en el caos que siguió a la Segunda Guerra Mundial. La Agencia Nacional de Policía de Japón calcula que, incluyendo a la Yamaguchi-gumi, hay 86.000 mafiosos que trabajan en los sindicatos del crimen del país, varias veces el número de los que formaban parte de la mafia estadounidense en sus años más violentos.
La yakuza se estructura como una neofamilia. Los nuevos reclutas prometen lealtad a la figura paternal, que se conoce como oyabun. A través de intercambios rituales de sake se forjan vínculos que dan origen a hermandades, y a los que forman parte del mundo financiero se les permite convertirse en kigyoshatei o socios empresariales. Las organizaciones suelen tener una estructura piramidal.
Los yakuzas actuales suelen ser emprendedores con ideas innovadoras. Más que de una banda de matones con tatuajes y sólo nueve dedos que visten trajes blancos y blanden espadas samuráis, estaríamos hablando de empleados de Goldman Sachs con pistolas.
En 2007 la Agencia Nacional de Policía publicó un libro blanco en el que hacía notar que la yakuza había empezado a operar en el mercado de valores y se había infiltrado en centenares de empresas japonesas que cotizan en bolsa, una "enfermedad que sacudirá los cimientos de la economía". Según Una perspectiva general de la policía japonesa, un informe en inglés de la Agencia Nacional de Policía que se distribuyó entre las agencias policiales extranjeras en agosto de 2008, "los grupos boryokudan [otra forma de referirse a la yakuza] suponen una gran amenaza para los asuntos civiles y las transacciones empresariales. Cometen además una amplia variedad de crímenes para recaudar fondos al invadir la legítima comunidad financiera y actuar como si participaran en negocios legítimos. Lo hacen a través de empresas, sobre todo, en cuya gestión participan, o en cooperación con otras compañías".
La yakuza está mejor que nunca, pese al tiempo que ha pasado desde que se promulgaron las primeras leyes antimafia
La yakuza ha ocupado durante mucho tiempo una posición ambigua en Japón. Como sus primos italianos, tienen lazos profundos, si bien turbios, con el partido que gobierna el país, que en el caso de Japón es el Partido Liberal Democrático (PLD). Robert Whiting, autor de Tokyo Underworld, es uno de los expertos que señala que el PLD se fundó con dinero de la yakuza. Es un secreto a voces, de hecho; tanto que puedes comprar en el 7-Eleven cómics que hablan de cómo se hizo todo.
El abuelo del exprimer ministro Koizumi Junichiro era miembro de la Inagawa-kai y tenía tatuajes por todo el cuerpo. Formó parte del gabinete de ministros y sus votantes lo llamaban Irezu-midaijin, el ministro tatuado. Durante mucho tiempo, la fama de la yakuza de lavar los trapos sucios en casa y dejar al margen de sus disputas a las familias de sus miembros (los no combatientes) los protegió de la ira de los ciudadanos y de las atenciones de la policía. Se los consideraba un mal necesario y una segunda fuerza policial que mantenía las calles de Japón a salvo de atracadores y ladrones comunes. Aunque se los seguía considerando criminales.
Esa ambigüedad se supone que acabó en 1992, cuando el gobierno aprobó la legislación antimafia más dura en varias décadas, a modo de castigo por los excesos de la yakuza durante el auge económico de los ochenta, una época en la que desplazaron sus intereses de forma masiva hacia el mercado inmobiliario y otros negocios legítimos. Pero el Estado sigue sin considerar ilegal que alguien sea miembro de una organización criminal ni ha dotado a la policía de los medios antimafia que en otros países se consideran cruciales: la capacidad de realizar escuchas telefónicas, poder ofrecer sentencias reducidas a cambio de que el acusado admita su culpabilidad y un sistema de protección de testigos.
Parece poco probable que las fuerzas policiales japonesas puedan disponer de métodos tan drásticos para desmantelar la yakuza en los próximos años. En muchos sentidos, la yakuza está mejor que nunca, pese al mucho tiempo que ha pasado desde que se promulgaron las primeras leyes que la pusieron en el punto de mira.
La Yamaguchi-gumi tiene una sede central de altos muros en uno de los barrios más ricos de Kobe. Poseen tierras y es imposible echarlos de allí. Por supuesto, todo eso se debe a que en Japón esos grupos son entidades legales. Disfrutan de los mismos derechos que cualquier empresa, igual que sus miembros disfrutan de los mismos derechos que cualquier ciudadano de a pie. Son organizaciones fraternales, como el Rotary Club. Incluso cuando no son dueños de la propiedad en la que han instalado sus oficinas y se limitan a alquilarla, es casi imposible expulsarlos.
La Asociación de Abogados de Nagoya aconseja a empresas y propietarios que incluyan una "cláusula de exclusión del crimen organizado" en cualquier contrato que redacten, para que sea más fácil deshacerse de inquilinos o negocios yakuzas cuando llegue el momento. Nagoya es la sede de la principal facción de la Yamaguchi-gumi, la Kodo-kai, que cuenta con unos cuatro mil miembros.
Hay tantos problemas relacionados con el crimen en Nagoya que en 2001 la asociación de abogados publicó una especie de manual titulado Empresas tapadera del crimen organizado: qué son y cómo actuar ante ellas. Hay abogados especializados en negociar con la yakuza.
El Departamento de Policía de Tokio elaboró en 2006 una lista de un millar de empresas tapadera de la yakuza en la zona de Tokio; una quinta parte eran inmobiliarias. La lista más reciente muestra un cierto desplazamiento hacia el mercado de valores, la auditoría, la consultoría y otras áreas generalmente asociadas al mundo de las finanzas.
Ya no hay nadie a salvo de la yakuza, ni siquiera los periodistas. O sus hijos
Un estudio de la ANP de 1998 sobre las empresas tapadera de los tres grupos criminales más importantes de Japón puso en evidencia que los cinco ámbitos en los que sobre todo trabajaban eran la construcción, el negocio inmobiliario, las finanzas, los bares y restaurantes y la consultoría de gestión.
Algunos agentes de policía de Tokio emplean el término agente inmobiliario como sinónimo de yakuza; hasta ese punto ambos terrenos están relacionados. En marzo de 2008, se descubrió que una inmobiliaria, Suruga (que cotizaba en la segunda sección de la Bolsa de Tokio), había pagado más de catorce mil seiscientos millones de yenes (ciento cuarenta y seis millones de dólares) a empresas vinculadas con la Yamaguchi-gumi y la Goto-gumi, a lo largo de varios años, para que desalojara a inquilinos de propiedades que deseaba adquirir. El escándalo subsiguiente hizo que la empresa dejara de cotizar en bolsa y puso de nuevo el foco en las estrechas relaciones entre la yakuza y el sector inmobiliario.
Lo que llama la atención de este incidente es que en el consejo de administración de Suruga había un exfiscal y un exfuncionario de la unidad contra el crimen organizado de la ANP. Lo que parece demostrar que, o bien a la yakuza le resulta fácil engañar a los que deberían estar vigilando sus operaciones, o bien que esas personas son cómplices a sabiendas. Sin duda, la sucesión de casos similares sugiere que las autoridades son incapaces de poner freno a la yakuza, y que o bien no se atreven a intentarlo o no quieren hacerlo.
En resumen, la yakuza es muy consciente de que las leyes protegen su derecho a vivir y a actuar donde quieran, y que no será fácil sacarlos de allí. Los jefes de las bandas principales son personajes conocidos. Los de la Sumiyoshi-kai y la Inagawa-kai conceden entrevistas a la prensa escrita y la televisión. No es raro ver a políticos cenando con ellos. Son dueños de agencias de representación que la gente sabe que son tapaderas de la yakuza, como Burning Productions, lo cual no impide que los principales medios de comunicación japoneses trabajen con ellas. Hay revistas, cómics y películas que idealizan a la yakuza, que se ha metastatizado en la sociedad y opera a la vista de todos de un modo impensable para un estadounidense o un europeo.
La evolución de la yakuza y su tránsito hacia delitos cada vez más sofisticados ha hecho que la policía tenga problemas para seguirle el ritmo. Los llamados agentes marubo (dedicados a la lucha contra el crimen organizado) estaban acostumbrados a lidiar con casos sencillos de extorsión e intimidación, no con ingentes manipulaciones bursátiles ni elaborados intentos de fraude.
La Yamaguchi-gumi dejó de cooperar con las autoridades cuando Shinobu Tsukasa se hizo con el poder en 2005. La policía solía poner a las organizaciones unas en contra de las otras para conseguir información: la Yamaguchigumi delataba a la Sumiyoshi-kai, la Sumiyoshi-kai a la Yamaguchigumi, y así. Pero la Yamaguchi gumi es, cada vez más, la única pieza en el tablero de juego, y ya no tiene ningún motivo para cooperar.
De hecho, los agentes de la policía de Aichi, en una redada en una oficina del Kodo-kai en 2007, descubrieron horrorizados que en las paredes de la sede de la organización aparecían los rostros de los detectives dedicados a la lucha contra el crimen organizado, además de fotos de sus familiares y sus direcciones.
Los nombres de los agentes del mismo departamento de otra importante organización policial japonesa se filtraron a internet poco después. La yakuza, especialmente la Yamaguchi-gumi, ya no tenía miedo de la policía; el mensaje que enviaban era, en resumidas cuentas: "Sabemos quiénes sois y sabemos dónde vivís: tened mucho cuidado".
Coincide en ello un detective del Departamento de Policía de la prefectura de Osaka. "Desde que las leyes contra el crimen organizado entraron en vigor en 1992, las cifras de miembros de la yakuza han cambiado muy poco, siguen rondando los ochenta mil, y han pasado muchos años. Tienen más dinero y más poder del que han tenido nunca, y la Yamaguchigumi se ha consolidado y ha pasado a ser una fuerza de la naturaleza.
En muchos sentidos, la Yamaguchi-gumi es el Partido Liberal Democrático del crimen organizado, y opera según el principio de que el poder está en los números. Tiene capital, tiene mano de obra, tiene una red de información que está a la altura de la de la policía y se está extendiendo por todos los sectores en los que se mueve dinero."
En los viejos tiempos, la yakuza no se metía con la población. Pero de eso hace mucho. Ya no hay nadie a salvo, ni siquiera los periodistas. O sus hijos.
*** Jake Adelstein fue el primer extranjero en formar parte de la redacción del mayor diario de Japón y se infiltró en la yakuza para escribir Tokyo Vice. El libro sale a la venta este 8 de septiembre en España. Y Michael Mann prepara una adaptación para la pequeña pantalla que se emitirá en HBO.