Joseba Arregi, el nacionalista que puso a la sociedad vasca ante el espejo
El legado de Arregi queda resumido en una declaración hecha en 2015. “La sociedad vasca no ha vencido a ETA. Han sido los poderes del Estado, las fuerzas de seguridad y media docena de resistentes vascos”.
“La sociedad vasca no quiere mirarse en el espejo”. Estas palabras en boca de un nacionalista vasco, como fue Joseba Arregi, fueron todo un aldabonazo para las conciencias. Dijo lo que muchos no querían escuchar y eso le convirtió en una voz clamando en el desierto.
Fue probablemente uno de los políticos vascos con mayor formación y calado intelectual. Nacido en el seno de una familia nacionalista y euskaldún guipuzcoana, se formó en el seminario y llegó a ser ordenado sacerdote, aunque más tarde colgó la sotana. Completó sus estudios en la universidad suiza de Friburgo, la alemana de Münster y la vasca de Deusto. Llegó a ser catedrático de Teología y de Sociología en la Universidad del País Vasco, donde impartió su magisterio hasta su retiró en 2011.
A Joseba Arregi no se le puede negar compromiso en la lucha por la democracia en el País Vasco. Muy joven, se afilió al PNV y, desde sus filas en la clandestinidad, combatió activamente contra el franquismo. Con la llegada de la democracia, siguió con su actividad política dentro de las instituciones vascas.
Fue diputado autonómico y, cuando José María Ardanza llegó a Ajuaria-Enea, se incorporó a su gobierno. Primero, como secretario de Política Lingüística, y, más tarde, como consejero de Cultura y portavoz del Gobierno vasco (1985-1995).
Como miembro del Euzkadi Buru Batzar, le tocó desempeñar un papel muy activo en la escisión provocada por la fundación por parte de Carlos Garaikoetxea del nuevo partido Eusko Alkartasuna, que dejó al PNV sin infraestructura en Guipúzcoa. Fue precisamente Arregi quien reconstruyó el partido en un territorio fundamental.
Las desavenencias con ciertos sectores de su partido culminaron con el giro del PNV hacia posturas próximas a los independentistas
Como consejero de Cultura, a él se debe la ardua negociación para traer a Bilbao la sede del Museo Guggenheim, lo que conllevó una transformación de la capital vasca, convertida en un gran centro cultural y de atracción turística internacional.
Esa misma consejería le acarreó problemas dentro de su propio partido por su política lingüística. Arregi trabajó denodadamente para establecer criterios de racionalidad en la promoción del euskera y, en especial, para desvincular la protección del idioma vasco de cualquier sesgo político. También recibió críticas furibundas por su rechazo a conceder ayudas públicas al periódico en euskera Egunkaria, fundado por sectores de la izquierda aberzale para difundir sus propias consignas políticas.
Las desavenencias con ciertos sectores de su partido culminaron con el giro del PNV hacia posturas próximas a los independentistas. Dos hitos, o dos “errores”, como él los calificó, acabaron por convencer a Arregi de la imposibilidad de continuar en el partido.
Por un lado, el plan Ibarretxe, un desafío en toda regla al Estado.
Y, por otro, el llamado Pacto de Estella, en el que los nacionalistas se aliaron con los extremistas de la izquierda aberzale.
"En ambos casos (explicó años después en una entrevista con Leyre Iglesias en el diario El Mundo) desempeñó un papel fundamental la incapacidad de comprender que la sociedad vasca tiene una representación polimorfa".
Arregi consideraba que se ponía en cuestión el Estatuto de Gernika, y denunció que el nacionalismo imponía “un debate falso a la sociedad vasca”, lo que provoca que “el péndulo caiga siempre del lado de la radicalidad.”
Arregi defendió abiertamente el padecimiento de las víctimas
“Hay vida fuera de los partidos”, declaró tras abandonar el PNV en 2004. Regresó a la docencia en la universidad e impulsó la fundación del foro ciudadano Aldaketa (en euskera, cambio), desde donde alzó su voz contra ETA y su entorno, y desde donde criticó el papel jugado por una parte muy amplia de la sociedad vasca, que miró hacia otro lado ante los crímenes de la organización terrorista.
Arregi defendió abiertamente el padecimiento de las víctimas. “Las víctimas”, dijo, “tienen una dimensión pública y política por la intención con la que ETA las asesinó, y eso no se arregla con besos y abrazos”.
Los títulos de sus libros ya dan una idea de cuál era la postura del político con respecto a lo que algunos han dado en llamar el problema vasco. Entre ellos, cabe mencionar La nación vasca posible, Ser nacionalista, Euskadi como pasión, Euskadi invertebrada o El terror de ETA: la narrativa de las víctimas.
El legado de Arregi queda resumido en una declaración hecha en 2015. “La sociedad vasca”, explicaba, “no ha vencido a ETA, como decía Ibarretxe. Han sido los poderes del Estado, las fuerzas de seguridad y media docena de resistentes vascos. La sociedad vasca ha pasado, y no quiere verlo. Bien haría en mirarse al espejo y preguntarse: dónde he estado yo”.
Con amargura, lamentaba que a los vascos “nos falta mucho para ser libres” porque mientras “la sociedad no asuma la gravedad del terror, parecerá libre, pero no lo será.”
*** Joseba Arregi Aramburu nació en Andoain el 30 de mayo de 1946 y murió en Bilbao el 14 de septiembre de 2021 a los 75 años. Deja esposa y tres hijos.