El cómico estadounidense Dave Chappelle estrenó la semana pasada The Closer, un nuevo especial en Netflix en el que se explaya sobre temas tan controvertidos como el racismo, la comunidad LGBTQ+ y la cultura de la cancelación. Como era de esperar, se lio una buena tangana entre los que exigían su inmediata excomunión de la Iglesia de las Buenas Personas y los que se lanzaron a pecho descubierto para defender su derecho a la libertad de expresión.
A los primeros no les voy a decir nada porque son especialistas en no atender a razones. Pero a los segundos quiero pediros algo que tal vez os sorprenda.
Quiero pediros que paréis.
Me explico. Dave Chappelle es millonario, es uno de los cómicos de más populares del planeta y hace mucho tiempo que dejó de importarle, si es que alguna vez lo hizo, lo que puedan decir sobre él en Twitter. Dave Chappelle no necesita que le defendáis.
No lo necesita ni probablemente desea que lo hagáis. A Chappelle nada de esto le pilla por sorpresa. Sabía perfectamente dónde se estaba metiendo y con quién se la estaba jugando mientras escribía todos y cada uno de los chistes que componen The Closer.
¿Por qué lo ha hecho, entonces?
Pues, en primer lugar, porque está claro que le va la marcha. Pero me gusta pensar que también, un poquito, por todos nosotros.
"Chappelle levanta la voz por los que no podemos permitirnos dar un traspié tras el que podríamos no volver a levantarnos"
Chappelle se ha puesto voluntariamente en el camino de una bala aprovechando la invulnerabilidad que le confiere su cuenta bancaria para expresar una verdad que no por obvia es menos necesaria en estos tiempos de cancelaciones y ordalías: “Quitarle a un hombre su medio de vida es como matarlo”.
Así, el Más Grande de Todos los Tiempos (en inglés suena mejor, la verdad) nos presta su voz a los que amamos hacer comedia, pero a duras penas pagamos el alquiler con nuestro trabajo. A los que ansiamos crear libremente, pero no podemos permitirnos dar un traspié tras el que podríamos no volver a levantarnos. Y, sobre todo, a los que escribimos con miedo a que uno de nuestros chistes se pueda malinterpretar.
Eso es filantropía y no lo de Ana Patricia Botín.
Una compañera de profesión a la que respeto profundamente dijo en cierta ocasión que la autocensura es el mayor enemigo de la comedia, pero yo me atrevería a añadir que es mucho peor el miedo. Porque el miedo te impide pensar con claridad. ¿Por qué creéis si no que la gente toma siempre las peores decisiones en las películas de terror? ¿Quién en su sano juicio baja a investigar el sótano cuando escucha un ruido extraño?
El miedo te impide pensar con claridad y la comedia es ante todo reflexión, darle vueltas y más vueltas a una misma idea hasta que consigues sacarle unas gotas de una sustancia que podría ser comedia… o no. Porque los chistes son como el gato de Schrödinger: hasta que el público abre la caja no sabes si están vivos, muertos o si te van a arrancar media cara de un zarpazo si tienes la mala suerte de ofender a quien no debes.
"Hay que ser tonto (o malo) para no darse cuenta de que ciertas acciones dejan de ser inocuas cuando las realizamos junto con otras miles de personas"
Cómo estará de complicada la cosa que yo he tenido que firmar con seudónimo no ya un chiste, sino una simple tribuna (esta) en la que expreso mi preocupación por todo lo que rodea a este asunto: la desproporción de las penas que se aplican, la desaparición del perdón y, sobre todo, el hecho de que la cancelación, a diferencia de otras violencias que como sociedad condenamos más o menos unánimemente, no sólo tiene sus defensores, sino que estos han elaborado un extenso repertorio de justificaciones para darle la vuelta a la tortilla y que parezca que el malo eres tú por quejarte.
Yo hasta he llegado a escuchar que “no es cultura de la cancelación, es cultura de las consecuencias”, que es una frase que no desentonaría en absoluto en boca de una panda de nazis dispuestos a darte una paliza. “No haber llevado el pelo largo”, les faltaría decir.
Luego están los que aseguran que no existe tal cancelación, que simplemente se trata de gente expresando libremente su opinión en redes sociales. Y, efectivamente, así es. Pero, por esa regla de tres, una lapidación también es gente tirando libremente una piedra. Lo que pasa es que, por lo que sea, ha coincidido que la han ido a tirar justo en el momento y en el lugar en el que otras 30 personas habían tenido la misma idea. Vamos, que no es mala intención, sino mala suerte.
Hay que ser muy tonto (o muy malo) para no darse cuenta de que ciertas acciones dejan de ser inocuas cuando las realizamos junto con otros cientos o miles de personas y de que las redes sociales son una herramienta como nunca se había visto antes cuando se trata de reunir turbamultas con ganas de hacer un poco de justicia a cambio de unos likes y quizá de algún nuevo seguidor.
"Dave Chappelle no necesita que le defendáis, pero el resto sí"
Mi favorito, no obstante, es ese ejercicio de cinismo con el que algunos tratan de excusarse cuando el cancelado no acaba viviendo debajo de un puente. Ojo al argumento, que dejaría sin palabras al mismísimo Aristóteles: “No suponemos una amenaza porque no hemos podido hacer todo el daño que pretendíamos”. Hombre, pues muchas gracias y disculpen por haberles llamado malas personas.
Es como si alguien te ataca con un cuchillo con la intención de rebanarte el pescuezo, pero tú echas a correr y finalmente logras escapar con vida. Imagina que luego al pedirle cuentas dijera: “¡Para tanto no será si sigues vivo!”.
No deja de horrorizarme que el baremo que maneja esta gente para medir los efectos de sus actos sea exclusivamente económico y laboral. Que no se tengan en cuenta los posibles daños emocionales, que como en todo buen linchamiento público son enormes y pueden llegar a ser irreparables, pero tampoco que de sus ingresos dependa algo más que su propia subsistencia si, por ejemplo, el linchado tiene personas a su cargo. Para ser tan sensibles con el sufrimiento que pueden causar ciertas palabras u opiniones demuestran una tremenda falta de empatía cuando pasan de víctimas a verdugos.
Pero volvamos al principio para cerrar bonito: Dave Chappelle no necesita que le defendáis, pero el resto sí.
Reservad vuestras energías para luchar por que la cancelación sea finalmente considerada como lo que es, un acto de violencia, y sus perpetradores, señalados como la pandilla de moralistas intolerantes que siempre han sido. Ni siquiera tiene que gustarte el trabajo del humorista, periodista o incluso dibujante al que toque hundir ese día. Como tampoco es necesario que estés de acuerdo con sus ideas o con su forma de proceder por una razón muy sencilla: mañana podría tocarle a uno que sí te guste.
O podría tocarte a ti.
*** Samara Valenzuela es cómica de profesión y de vocación. De lo que ya no tiene tanta vocación es de mártir, y de ahí que firme con seudónimo.