Quienes nacieron en los noventa quizá no lo sepan, pero un sistema perverso de opresión racial de la minoría blanca sobre la mayoría negra rigió Sudáfrica hasta hace poco: hasta el 92. Que el apartheid sea cosa del retrovisor y los libros de historia fue posible por dos hombres de orígenes distintos, basta con atender a sus pieles, que se obcecaron en crear una realidad más dulce y más justa para sus compatriotas, sin excepción.
Nelson Mandela, que murió hace ocho años, fue el activista y la palanca del cambio. Frederik de Klerk, que ha muerto hoy por un cáncer raro a los 85, fue el presidente que reunió el coraje y el pragmatismo inevitable para poner los temas en orden. El líder conservador del Partido Nacional corrigió el pecado del apartheid, que familias como la suya institucionalizaron para prohibir el matrimonio interracial y el voto a los negros, y para empujar al 80% de la población a los márgenes de la sociedad y la penuria.
El afrikáner De Klerk retiró los privilegios a los blancos para extenderlos a los suyos. Esto es, a todos los sudafricanos. Y la alegría, como se deduce, no fue unánime.
"Las concesiones de De Klerk a la libertad y la justicia cavaron su tumba política"
La decisión nunca la tuvo clara. Porque antes de llegar al poder en 1989, en la larga escalada que lleva a un hombre a la presidencia, consideró que la segregación racial no era necesariamente inmoral. Claro que, a estas alturas, poco importa. Con sus luces y sombras, la historia juzgará a De Klerk por el peso de los hechos, y no por la ligereza de las palabras.
El apartheid, con todo, no se esfumó de un plumazo. ¿Acaso un modelo social, imperante durante medio siglo, se puede sacudir de cualquier manera? El Gobierno de De Klerk necesitó años para abordar reformas legislativas y discursos conciliadores en un país que sufrió enfrentamientos durísimos, calados de fuego y sangre, y lidió con la presión sobrehumana de Mandela para acelerar el proceso.
Las concesiones de De Klerk a la libertad y la justicia, como el indulto del activista en el 90 y las cesiones a las demandas de la mayoría negra, fueron cavando su tumba política. Mandela, con quien mantuvo una relación imposible (dominada por la tensión al cierre de las puertas), le ganó las elecciones del 94, y el desgaste insuperable de los años de proceso terminaron por apartarlo del liderazgo en su partido.
Las sonrisas de De Klerk y Mandela en Oslo, cuando el Nobel de la Paz de 1993, escondían los sables atravesados a un lado y otro. Contó De Klerk en sus memorias que sus esfuerzos no tuvieron el reconocimiento merecido, pese al Nobel y el Princesa de Asturias de la Concordia, y lamentó que se vieran eclipsados por el carisma de su sucesor, que inspiró novelas y películas.
"Hay destinos que, contra la lógica de las previsiones, van de la mano"
Tampoco encajó con entusiasmo los dardos que, con la paz sellada, siguió disparando el activista. Por ejemplo, como recoge The New York Times, durante una ceremonia posterior a la gala sueca. “Me hervía la sangre”, escribió en su autobiografía. “Tiré de autocontrol y, una vez más, me mordí la lengua con tal de no romper la imagen de cordialidad que existía entre Mandela y yo”.
Hay destinos que, contra la lógica de las previsiones, van de la mano. Aquí dos de ellos.
Sin embargo, el fin del apartheid no resolvió las profundas grietas de Sudáfrica. Existe una desigualdad palpable, tres décadas después, y la miseria es la norma entre los negros. Los índices de criminalidad y delitos sexuales están por las nubes y la tasa de homicidios, cinco veces por encima de la media mundial.
Nada de esto empaña la labor, en cualquier caso, de De Klerk. Quien, por otra parte, tuvo una vida fuera de la política. Y un romance que le costó el divorcio en 1999 y un nuevo matrimonio. La tragedia tampoco le fue ajena. A su exesposa, meses después de la ruptura, la asesinaron a puñaladas. De Klerk estaba en Suecia cuando sucedió. Condenaron a un joven negro por el crimen. Confesó tras 15 horas de interrogatorio.
*** Frederik Willem de Klerk nació el 18 de marzo de 1936 en Ciudad del Cabo, y murió en la misma ciudad el 11 noviembre de 2021.