El amor según Korczak
El amor siempre tiene un espacio, y este a veces aumenta en tiempos de necesidad y de incertidumbre. Sólo hace falta que haya héroes que, como Korczak, sean capaces de elevarlo hacia el infinito.
Si hay alguien capaz de conmoverme en estos días inciertos y oscuros, ese es Janusz Korczak. Tal vez porque parece que nos han robado (otra vez) el mundo, pero a veces nos cuesta recordar (y sólo hay que mirar atrás unas pocas décadas) que hubo una generación que, en vez de luchar contra un virus persistente, cambiante y robusto, hubo de hacerlo contra algo mucho peor: la perversidad humana en su mayor expresión.
También conmueve Korczak especialmente en este tiempo porque volvemos a requerir la paz y la sabiduría de la profesión médica, tras inundar la atención primaria y los hospitales con nuestras imperiosas necesidades mientras vemos cómo la variante ómicron invade a todos: a los negacionistas que aún quedan, a los contagiados en olas pasadas y a los vacunados.
Necesitamos de nuevo, y hasta qué punto, a los sanitarios. La presidenta madrileña se atreve a decir que no todo el mundo quiere trabajar en los centros de atención primaria. Los sanitarios alegan un sobresfuerzo que, probablemente, a ninguna otra profesión se le pediría. Y ninguna otra ofrecería. Mientras, las cifras récord de contagios abruman a una población que ya estaba exhausta antes de esta sexta sacudida.
Korczak perteneció a ese gremio que ahora tanto precisamos y tanto exigimos. Pediatra y pedagogo, dedicó la historia mayúscula en la que convirtió su vida a los niños. Tanto lo hizo que murió con ellos, asesinado en el campo de Treblinka el 7 de agosto de 1942.
"Hubo numerosos intentos por entender lo que sucedía que, de tan increíble que era, parecía precisamente eso, imposible de creer"
Su historia, que aparece en Una vez (Kailas Editorial, 2008), y también en las sucesivas entregas sobre la vida del personaje principal, Felix, el niño que no puede creer lo que ocurre en la Polonia invadida de 1942, resulta apasionante. Para ser perfecta sólo haría falta que fuera imaginada. Pero no lo es.
El viejo doctor, como a veces le llamaban, dirigió el Orfanato Judío de Varsovia e implantó allí algunas de sus innovadoras teorías sobre la educación infantil, que se fundamentaban en promover el autogobierno de los niños.
Después, fundó el orfanato El hogar de los huérfanos, y lo dirigió durante 30 años. Más tarde, creó otro, Nuestro hogar. De este último, situado en el gueto de Varsovia, lo sacaron los soldados de las SS para llevarlo a la plaza Umschlagplatz, de donde partían los convoyes a los campos de exterminio. Ese recorrido lo realizó el médico junto a decenas de niños de su orfanato, a los que se negó a abandonar a pesar de que tuvo oportunidad de hacerlo.
Ese mismo año, en ese mismo lugar, se dieron innumerables tragedias, como sabemos. También hubo numerosos intentos por entender lo que sucedía que, de tan increíble que era, parecía precisamente eso, imposible de creer. Pero había que sobrevivir a los nazis al menos un día más, y para ello hubo quien hizo teatro, como narra Rodrigo Cortés en su magnífica El amor en su lugar, recientemente estrenada en España.
El filme del cineasta español permite recordar que el amor siempre tiene un espacio, y que este a veces aumenta en tiempos de necesidad y de incertidumbre. Sólo hace falta que haya héroes que, como Korczak, sean capaces de elevarlo hacia el infinito.
*** Ángel F. Fermoselle es escritor.