Wenceslao Fernández Flórez, escritor.

Wenceslao Fernández Flórez, escritor.

LA TRIBUNA

La literatura que nos advierte de la barbarie

Somos lo que somos porque existe la Ley. Pero todo lo que somos y lo que tenemos, aunque no lo sepamos, pende de un hilo. Hay libros que nos lo recuerdan.

31 enero, 2022 01:56

La literatura de revolución siempre me pareció interesante. Quizá lo más atractivo a mis ojos fuera constatar lo lábiles que son nuestras comunidades sociales, lo fácil y rápidamente que todo aquello que uno fue capaz de construir a lo largo de la vida se puede venir abajo. Y esta atracción no debe tratarse de una peculiaridad mía, porque en los últimos años han proliferado las series televisivas basadas en las llamadas distopías sociales. La gente entenderá de lo que hablo si ha visto algún capítulo de, por ejemplo, El cuento de la criada.

En mi caso, cincuentón, quizá la primera vez que esta vuelta de tortilla social me llamó la atención fue a cuento de la película Ben-Hur, y si no, pregunten a la madre y a la hermana del protagonista.

En este contexto de cambio, sin duda las revoluciones de los siglos más recientes fueron muy importantes. Como siempre, la literatura ha dejado ejemplos magníficos.

Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, con la cruda descripción de hasta dónde puede llegar la crueldad humana cuando el rencor social pasa por encima de la caridad y la compasión.

Doctor Zhivago, el famoso libro de Pasternak, en el que enmarcando una maravillosa historia de amor se expone también con crudeza el terrible cambio que experimentó la sociedad rusa tras la revolución bolchevique.

Si esto es un hombre, el estremecedor testimonio de Primo Levi, judío italiano, donde se relata su estancia en los campos de concentración nazis...

O, más próximo a nosotros, la experiencia que se vivió en el Madrid republicano en los meses que siguieron a la rebelión militar del año 1936. Hay varios testimonios literarios que relatan el horror vivido aquellos días en la capital de España. Alguno de esos libros adquirió fama en la España franquista (por mencionar uno, Madrid, de corte a checa, de Agustín de Foxá), y otros la han logrado sólo en los últimos años (el más notorio ejemplo es A sangre y fuego, de Chaves Nogales).

"Ha sido una sorpresa absoluta poder descubrir la faceta introspectiva y terrible de Fernández Flórez"

Pero si bien todas esas obras (al menos, las que yo he leído) suponen una experiencia muy recomendable literariamente, la que voy a mencionar ahora me parece distinta y, quizá influido por su reciente lectura, superior a las demás.

Ediciones 98 acaba de poner a disposición de todos los lectores una nueva edición del libro de Wenceslao Fernández Flórez, Una isla en el mar Rojo. Dado que la primera data del año 1939, lo que en realidad ha hecho la editorial es permitirnos a los lectores de este siglo acceder por fin a uno de los testimonios más importantes de lo que fue aquel tiempo y la novela más personal e inclasificable del gran escritor gallego. Escritor que la mayoría conocerán por las versiones cinematográficas del Bosque Animado y que otros tuvimos la fortuna de leer en nuestra juventud de una manera recreativa (por ejemplo, a través de El malvado Carabel).

Wenceslao Fernández Flórez siempre fue un escritor asociado al humor inteligente, gallego, surrealista. Ha sido una sorpresa absoluta poder descubrir esta otra faceta suya, tan introspectiva y terrible. Una isla en el mar Rojo es una gran obra literaria, puesto que tales son las que logran absorber al lector desde las primeras páginas sin dejarle respiro ni capacidad para separar su vista del libro, su pensamiento del pensamiento del protagonista, su angustia de la angustia que atraviesa a cada personaje novelado.

Y el protagonista no es otro que el propio escritor relatando por poderes a través de su alter ego Ricardo Gálvez su experiencia en los primeros meses de la guerra civil en el Madrid asediado por las bombas del ejército nacionalista. Y sobre todo por el terror de las bandas armadas, siempre a la caza del fascista, del religioso, del militar, del burgués, y, en definitiva, de cualquiera que en algún momento y, por motivos diversos y muchas veces falsos, hubiera sido etiquetado por alguien como enemigo de la revolución.

Uno ha descubierto este año alguna que otra perla similar, como por ejemplo Celia en la revolución, libro igualmente recomendable en el que se expone también lo que fue el terror de aquellos meses en Madrid. Pero la obra de Fernández Flores es superior a las demás por dos motivos.

El primero, por su calidad literaria. WFF es uno de los grandes escritores de nuestras letras en el siglo XX, que, sin embargo, no tiene esta consideración salvo para unos pocos eruditos. Quizá el autor resultó penalizado precisamente por la guerra y la posguerra española, tan terribles y con tantas limitaciones desde el punto de vista de la censura. 

"Cuando la Ley desaparece, sobreviene el caos. Y tras este, siempre, el autoritarismo"

El segundo, por la profundidad de las reflexiones que en su desgracia se hace el protagonista, que le llevan a cuestionarse todo lo que ha sido e incluso lo que podría llegar a ser y por la exposición, muchas veces sólo a pinceladas, de tantas y tantas vidas destruidas de maneras tan diferentes, ambas cosas al alcance tan solo de las obras maestras de la literatura.

Leer El señor de las moscas es una gran experiencia, pero se trata al fin y al cabo de un ejercicio ensayístico sobre la pérdida de la civilización y el arribo de la barbarie cuando unos se consideran por encima de otros. Una isla en el mar Rojo narra la pura realidad de aquello que el autor vivió, no en lejanos continentes o civilizaciones futuristas, sino aquí mismo, entre nosotros, hace demasiados pocos años, un hecho que nos debería hacer reflexionar mucho.

Quizá la principal moraleja que sobrevuela el libro es la aterradora constatación (que la historia se empeña en confirmar una y otra vez) de que, cuando la Ley desaparece, el hombre es un lobo para el hombre; que sin Ley impera la barbarie, sólo queda la selva. Y si bien es en la selva, en la necesidad y en la desgracia, donde aparecen las más altas virtudes del alma humana, no es menos cierto que también allí encuentran acomodo las más terribles aberraciones: el rencor, el odio que se sabe impune, la maldad, el resentimiento, la envidia…

Cuando la Ley desaparece, sobreviene el caos. Y tras este, siempre, el autoritarismo, la reacción contrapuesta y quizá natural. Esta es una gran lección que nos da la Historia y que nosotros, sociedad del bienestar del siglo XXI, no deberíamos olvidar. Somos lo que somos porque existe la Ley. Pero todo lo que somos y lo que tenemos, aunque no lo sepamos, pende de un hilo. Un fino hilo que cada día revisa la civilización y que no podemos permitir que algunos, sin oposición, pretendan cortar. Lean Una isla en el mar Rojo y lo tendrán mucho más claro.

*** Tomás Segura es profesor titular de la Universidad de Castilla-La Mancha y miembro de la Academia de Medicina de Castilla-La Mancha.

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