La mayoría absoluta conseguida por el socialista António Costa en las elecciones portuguesas le permitirá gobernar en solitario y sin depender de la extrema izquierda, con la que ha compartido Ejecutivo durante los últimos seis años en una coalición 'Frankenstein' que en Portugal se ha bautizado como geringonça (chapuza).
Las elecciones en Portugal dejan una lección de profundo calado para PSOE y PP.
Para el PSOE, porque es esa extrema izquierda, y no la presión de la oposición, la que provocó la convocatoria de elecciones por su exigencia de políticas más radicales e intervencionistas que habrían puesto en peligro la viabilidad de las empresas portuguesas y las inversiones en el país.
El Bloco de Esquerda (el equivalente de Podemos) ha caído desde los 19 a los 5 escaños y el Partido Comunista (el equivalente de IU) de los 12 a los 6, para un derrumbe global desde los 31 a los 11 escaños. Si algo demuestra esa caída es que la fragmentación de la izquierda no es una maldición de la que el socialismo no puede escapar, sino la consecuencia de la deriva de la socialdemocracia hacia políticas ajenas a su tradición política.
La lección es obvia. Si el socialismo se modera y huye de la radicalización, aceptando que sólo un mercado libre y competitivo puede generar riqueza y prosperidad, las extremas izquierdas pierden mercado y quedan reducidas a la irrelevancia.
Lecciones para el PP
La segunda lección cae del lado de la derecha. El PPD/PSD (el equivalente del PP en Portugal) ha conseguido un resultado prácticamente idéntico al de las anteriores elecciones, con un 27,80% de los votos y 76 diputados frente a los 27,76% y los 79 diputados de 2019. Pero la sensación es de derrota relativa por dos razones.
La primera por el contraste del resultado en las urnas con los sondeos electorales, que llegaron a vaticinar durante semanas un empate entre socialistas y centroderecha. El PPD/PSD ha conseguido más votos que en 2019 en números absolutos, pero su resultado ha sido insuficiente por la subida de la participación y frente a la habilidad de Costa para reunificar el voto de izquierdas.
La segunda, por la subida de Chega (el Vox portugués), que sube hasta los doce escaños (en 2019 tenía sólo uno) y que se consolida como tercera fuerza portuguesa. Por debajo de lo esperado, pero por encima de lo deseable. Sobre todo para el PPD/PSD.
Evitar la fragmentación
La buena noticia es que las dos fuerzas centrales portuguesas han logrado evitar que el escenario político se fragmente hasta los niveles que sufrimos en España. Socialistas y centroderecha, a falta del voto por correo, que sólo podría introducir muy pequeños cambios, suman 193 escaños de un total de 230 (el 83% del Parlamento).
António Costa es un socialista atípico que baja impuestos, atrae inversiones con estímulos fiscales para las empresas y huye de las políticas fiscales confiscatorias que reclama la extrema izquierda portuguesa. Es de prever que su mayoría absoluta, que le permitirá evitar los chantajes de los radicales, le permita ahondar todavía más en unas políticas que en España serían calificadas de liberales e insolidarias.
Un resultado similar en España, ya fuera con el PSOE o con el PP en el papel del PS portugués, le permitiría a nuestro país volver a la senda de la sensatez y la moderación que nunca debería haber abandonado. Convendría que PSOE y PP tomaran nota de nuestro país vecino y trazaran un plan para evitar que los nacionalistas y los radicales de sus extremos sigan condicionando la política española como han hecho desde 2019.